
Desde antiguo la costumbre de tener un protector divino se tradujo en las advocaciones marianas con cualidades destinadas a favorecer a los fieles. Es un intento de unión más cercano con la Virgen, pues se pide su protección y por ello nada mejor que tener su nombre como “escudo” frente a los avatares de la vida diaria.

Mariano Arnal define desde el punto de vista onomástico estos dos nombres de mujer: Consolación y Consuelo, además de sus hipocorísticos. Es el nombre de una nobilísima virtud, más valorada antes que ahora; no porque no se necesite, que se necesita más que nunca, sino porque nos hemos endurecido más y nos hemos resignado a vivir cada uno su soledad dentro de la multitud. Consolatio es el origen latino, formado por el prefijo con de compañía y de intensidad, más el verbo solor, solatus sum, solari, que significa ya de por sí consolar, reconfortar, alegrar... El sustantivo solatium derivado de este verbo, del que obtenemos en español la palabra solaz, nos da el valor más positivo de este nombre: recreo y consuelo del espíritu. Se cree que el verbo solor procede del adjetivo solus, a, um. Como fuere, el de Consuelo o Consolación es un nombre que hace pensar en solidaridad, en fortaleza para reconfortar a quien lo necesita, en sosiego y solaz para el espíritu. En ahuyentar la tristeza de la soledad.
Nuestra Señora de la Consolación es una advocación de la Virgen que no podía faltar entre las virtudes y los méritos que se atribuyen a la Madre de Dios. En las letanías es invocada todos los días por la Iglesia como Consolatrix afflictorum (Consuelo de los afligidos), porque entre los papeles que los cristianos le han asignado a la Virgen como Madre universal, está el de consolar a los que gimen y lloran en este valle de lágrimas. Esta advocación no está vinculada a ninguna imagen, aparición o milagro, sino a la necesidad que siente la Iglesia de ofrecer a los fieles una Madre en el cielo que sea la sublimación de las virtudes de todas las madres de la tierra.
Este título lleva a considerar a María como alguien a través de quien Dios envió al Consolador, Jesucristo, su Hijo, al mundo. Ella, que fue afligida y consolada por la bienaventuranza de los que lloran, espera al Espíritu consolador en el cenáculo y, asumida al cielo, sigue intercediendo por los hombres oprimidos bajo el peso de la tribulación.
Santa Mónica, la Madre de San Agustín, sueña con la Virgen María, la que la consuela por su dolor ante su hijo alejado de Cristo en su práctica y como signo de ese consuelo esperanzador de la futura conversión de Agustín, le muestra su correa. De esa manera encontramos en la Virgen de la Consolación, o de la Correa, la imagen de una Madre que estando en el cielo es la sublimación de las virtudes de todas las madres de la tierra. Las Consuelos celebran su onomástica el sábado siguiente al 28 de agosto, día en que se celebra la fiesta de Nuestra señora de la Consolación y de Nuestra Señora de la Correa. La Madre del Señor es venerada bajo la advocación de «consuelo de los afligidos» en muchos lugares, especialmente en la ciudad de Turín (Italia), donde se le ha dedicado un célebre santuario. También la veneran muchas familias religiosas como la Orden de San Agustín, y el Instituto de Misiones de la Consolata.
La Cofradía de la Flagelación celebra esta festividad en la Parroquia de San Tomas de Villanueva, el sábado siguiente al 28 de agosto, con una Solemne Función y desde hace dos años con un Vía Lucis por las calles de la feligresía.
Este título lleva a considerar a María como alguien a través de quien Dios envió al Consolador, Jesucristo, su Hijo, al mundo. Ella, que fue afligida y consolada por la bienaventuranza de los que lloran, espera al Espíritu consolador en el cenáculo y, asumida al cielo, sigue intercediendo por los hombres oprimidos bajo el peso de la tribulación.

La Cofradía de la Flagelación celebra esta festividad en la Parroquia de San Tomas de Villanueva, el sábado siguiente al 28 de agosto, con una Solemne Función y desde hace dos años con un Vía Lucis por las calles de la feligresía.
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