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sábado, 25 de agosto de 2012

HOMILIA CON MOTIVO DE LA OCTAVA DE LA VIRGEN DEL PRADO, PRONUNCIADA POR EL RVD. SR. D. JESÚS DONAIRE DOMINGUEZ



SANTA MARÍA VIRGEN, REINA Y OCTAVA
DE LA VIRGEN DEL PRADO
       
          Dos acontecimientos reclaman nuestra presencia esta mañana, en esta Iglesia Basílica C. de Ciudad Real. Por una parte, la celebración litúrgica de la festividad de “Santa María Virgen, Reina”, fiesta instituida por Pío XII el 1 de noviembre de 1954, y que más tarde, Pablo VI, dispuso como “memoria obligatoria”, el 22 de agosto de cada año, culminando así los días en los que contemplamos el misterio de María, en su Tránsito a la felicidad eterna.
          Por otro lado, y más decisivo aún para nosotros, con el recuerdo martirial del Beato obispo Narciso Esténaga; nuestra Ciudad conmemora esta Octava, de una manera muy particular, muy íntima, muy nuestra: fijando la mirada en su Excelsa Patrona, la Virgen del Prado; que como broche de oro clausura cada año, con esta Función Solemne y la Procesión de esta tarde, las Ferias y Fiestas Mayores de la Capital manchega.
          Dos acontecimientos, pues, que merecen nuestra atención en esta mañana.

1. La Realeza de María

          El primer evento (el misterio de la “Realeza de María”), nos une a la Iglesia Universal que en este mismo día, y por todo el orbe extendida, implora a la Bienaventurada Virgen María con el “título regio” que a diario recitamos en las Letanías Lauretanas: Reina de los Ángeles, Reina de los Patriarcas, de los Profetas, Apóstoles, Mártires, Vírgenes, Confesores, de todos los Santos, Asunta al Cielo, Familias, Paz, y de un sinfín de atributos que adornan a Ntra. Sra.  
          Sí, queridos hermanos, ¡ciertamente!, la Virgen puede ser aclamada como “Reina y Soberana” de todas las criaturas. Así lo hicieron ya desde el principio, los Santos Padres; aquellos que, después de haber sido Revelados los misterios de nuestra fe, “cuando aún todavía permanecía caliente la sangre de Cristo”; consolidaron sus cimientos, ahondando en la reflexión doctrinal y en la vivencia de costumbres de nuestra fe católica. Que la Virgen sea “Reina” es un hecho proclamado por toda la Tradición de la Iglesia, desde Oriente a Occidente. Es algo que, poco a poco, y de manera progresiva se fue imponiendo durante los primeros tiempos del cristianismo. Si acudimos a la literatura patrística, podremos observar cómo en innumerable homilías y sermones, se elogia y enaltece con clamores de alabanza a la Virgen como “Reina”. Así se expresa a comienzos del siglo VIII, san Andrés, obispo de la diócesis de Gortina, en la isla de Creta, en una preciosa homilía de la fiesta de la Dormición de María: «Llegado ya el momento oportuno, unámonos para festejar este misterio, ya que todo induce al gozo de la alabanza y de la común celebración. Tú que me estás escuchando mira qué cosas más excelsas se ponen de manifiesto. La Iglesia, reina de la multitud de los creyentes, acompaña hoy en triunfo y ofrece con regocijo sus mejores obsequios a la “Reina de todo el género humano”, a la que Dios, Rey y Señor del universo, con triunfal magnificencia, constituye “Reina de los cielos”».


Así lo han reconocido innumerables santos a lo largo de la historia. Entre ellos, como nuestro querido san Juan de Ávila, que muy pronto será declarado “Doctor de la Iglesia”, y de cuyas enseñanzas nos hemos alimentado en los días preparatorios a la Solemnidad de la Asunción, con las preciosas homilías de nuestros Capitulares. De la misma forma, y engarzando esta antiquísima Tradición, lo atestigua en tiempos recientes el Papa Pío XII, al clausurar el año Mariano de 1954, diciendo: «el título mismo y los argumentos en que se apoya la dignidad de considerar a María “Reina”, han sido en realidad magníficamente expuestos en todas las épocas desde los documentos más antiguos de la Iglesia». Y el C.V. II, lo ratificará afirmando, que: «La Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue enaltecida por el Señor como “Reina del Universo”, para que se asemejara más a su Hijo, vencedor del pecado y de la muerte».
          Por eso, queridos devotos de la Virgen, no hay que tener miedo de elogiar y enaltecer a nuestra Madre en estos días en los que conmemoramos sus misterios santos. Su Maternidad divina y el hecho de que Ella cooperase activa, consciente y responsablemente en la obra de la Redención, constituyen el sólido fundamento en el que se apoya esta verdad de nuestra fe. Si Cristo…, ha sido constituido “Señor de cielo y tierra”, y como tal, “Rey del Universo”; con razón también la Iglesia ha reconocido que la Virgen participa de esa “dignidad real” de su Amado Hijo. Ella es la Madre del “Rey” ante el que se postraron los Magos en Adoración. Ella es la Madre de Aquel “Soberano” que teniendo por Trono un pesebre y por Cetro una cruz, nos ha traído la victoria sobre el pecado, el demonio, el sufrimiento y la muerte.
          ¿No es esta “verdad de nuestra fe”, la que contemplamos en la última parte de los misterios gloriosos del santo Rosario, cuando dirigimos nuestra mirada a «la Coronación de María santísima como Reina y Señora de todo lo creado»? ¿No es esto lo que recitamos en el canto de la “Salve” que así se ha venido a llamar “Regina”, cuando dirigiéndonos a Ella, le decimos: «Dios te salve, “Reina” y Madre de misericordia»? O, cuando le interpretamos el bello Himno a nuestra Patrona, y la elogiamos diciendo: «Santa María del Prado, “Reina de Ciudad Real”». Sí, queridos paisanos, la Virgen es Reina y en este día lo recordamos. Y, ¡con qué audacia ha sabido expresar este misterio mariano, la “religiosidad popular” y la “fe sencilla” del pueblo cristiano! Sí, la de nuestros padres, abuelos, bisabuelos... ¡Con qué devoción y afecto así lo han cantado, durante interminables generaciones, nuestros mayores, que hoy nos preceden en la casa del Padre! De ellos, hemos tomado el testigo, con la grave responsabilidad de transmitírselo a nuestras generaciones futuras. 

1. La Octava de la Asunción y la Virgen del Prado

          Y, ¡qué bien ha entendido todo esto, desde siempre, el pueblo de Ciudad Real, cuando se acerca a venerar con tierno y filial afecto a la Virgen del Prado! Este segundo hecho que hoy conmemoramos, la Octava de nuestra Patrona, nos trae a la memoria un sinfín de recuerdos y vivencias entrañables, de la mano de la Virgen. Casi un milenio lleva este pueblo manchego reconociendo en Ella, a la “Reina de los Cielos”. O, ¿acaso piensan ustedes que es casual el ingente mar de fieles que durante estos días confluye en la Catedral para venerar a tan Excelsa Señora? ¿Podríamos siquiera intuir lo que en la mente y corazón de tantos paisano brota, cuando se acercan a reverenciar a la Morena del Prado? ¿Seríamos capaces de valorar el afecto y la devoción que durante todo el año recibe la Virgen de los corazones que se le acercan?
          Sí, queridos hermanos, amor tierno y veneración profunda es lo que, desde siempre, hemos sentido cada uno de nosotros por Ella. También este sacerdote al que hoy habéis invitado para “proclamar sus grandezas”. Este joven ministro del altar de Dios, que desde niño, por medio de Ella, se encontró con su Hijo Jesucristo. Tantas fueron las vivencias que pasó junto a Ella, que quedaron grabadas para siempre en su corazón sacerdotal.
          Porque el amor del “Pueblo” a la Virgen es un “gran tesoro de nuestra fe”, una realidad inabarcable, un campo en el que habitualmente el Pueblo de Dios precede a los teólogos. En muchas ocasiones, la fe sencilla del pueblo precede a la de los instruidos, e incluso, a los pronunciamientos magisteriales. Lo atestigua Benedicto XVI: «Los teólogos han enriquecido con su específica contribución del pensamiento aquello que el Pueblo de Dios creía ya espontáneamente sobre la Virgen María, como se ve en actos de piedad, en el arte y en la vida cristiana. Es el llamado “sensus fidei”. En este sentido –continúa el santo Padre- el Pueblo de Dios es “magisterio que precede”, y que después debe ser profundizado e intelectualmente acogido por la teología. ¡Los teólogos deben siempre “ponerse a la escucha de esta fuente de la fe” y “conservar la humildad” y la “simplicidad” de los pequeños!».
          Por eso, el papel de la “religiosidad popular” es muy importante. Porque la piedad popular (diversas y múltiples expresiones), en la que tantos hemos crecido y procedemos, es capaz de alcanzar la simbiosis entre fe y cultura, entre religión y ciencia, tan necesaria en la Nueva Evangelización. En una sociedad secularizada la “religiosidad popular” es un instrumento para llegar a muchos estratos de la humanidad donde de otra forma no alcanzamos. Tan enraizada en nuestra ciudad, es capaz de llegar allí donde los sacerdotes no llegamos, donde las parroquias se ven incapaces y donde la Iglesia es vista solamente como un institución humana.
          Y, al interno del ámbito de la “religiosidad popular”: La juventud. No podemos negar que muchos son los jóvenes que se mueven en este terreno, y que vemos acompañando a nuestra Virgen el día 15, y que esta tarde lo harán. Es un vínculo que los va uniendo, de manera cada vez más progresiva, a la Iglesia. Durante la infancia, adolescencia y juventud son muchos los que se acercan a rezar ante la Patrona; muchos los que hemos tenido la suerte de recitar cada 30 de Abril, ya entrado el mes mariano, los Mayos al pie de su Camarín; muchos los que nos hemos convertido en embajadores de coplas populares, fandangos y seguidillas, cuya letra y música han ensalzado y honrado durante interminables generaciones a nuestra querida Patrona, y las hemos llevado por incontable lugares de la geografía nacional y extranjera; muchos los que el día de la Pandorga nos hemos acercado a presentar nuestros bienes y ofrendas a los pies de la Señora; muchos, también, los que pertenecientes a los diferentes grupos parroquiales, comunidades o movimientos eclesiales, singuen acercándose a María con un corazón sincero implorando su amistad; muchos los que han encontrado o revivido su fe gracias a la “religiosidad popular”, y que después, dejando de ser jóvenes se han convertido en el presente y futuro de nuestra ciudad. Cuidemos, pues, esta forma sencilla de vivir la fe. Purifiquemos aquello que no corresponde al verdadero espíritu cristiano, de todo aquello que la aparta del Evangelio. Pero estimémosla y potenciémosla como banderín de enganche para mucho adolescente y jóvenes de nuestra ciudad. 


Religiosidad popular y devoción a la Virgen. Van siempre unidas. Así lo puso de manifiesto Juan Pablo II, durante toda su vida. Él nos invitaba a vivir el camino de la santidad de la mano de María. Sobre las enseñanzas de san Luis María Grignion de Monfort, Juan Pablo II nos alienta a acrecentar la devoción a la Virgen como «camino fácil, breve, perfecto y seguro para llegar a la unión con Cristo, en la cual consiste la perfección del cristiano». “A Jesús, por María”. Se trata de descubrir “la Luz de Cristo” en el Corazón Inmaculado de María. Si, Cristo es la Fuente que emita la luz divina; María el Espejo que nos la refleja limpia y pura, en toda su plenitud, sin la más mínima sombra de pecado. “Claro Espejo de la santa Iglesia” (Alfonso X el Sabio: Cántigas).
          A todos vosotros, queridos jóvenes, a los que vivís la fe insertados en el amplio y rico mundo de la “religiosidad popular”, y a todos los presentes, os dirijo mis últimas palabras como sacerdote, amigo, miembro de la Hdad., e hijo de este pueblo de Ciudad Real: La sociedad, la Iglesia y cada persona, necesita de vuestra valentía y entusiasmo, del idealismo juvenil y de la experiencia sazonada que proporcionan los años, de vuestra generosidad y alegría, de vuestro compromiso social, político y caritativo. Necesita que vivías convencidos vuestra fe, una fe madura y coherente. Por ello, precisáis, acudir a la Virgen, entablar con ella una profunda amistad…, amad a nuestra Patrona, la Virgen del Prado… Tomando prestadas algunas palabras del santo Padre (JMJ), os pediría que lo hicieseis «… insertándoos en las parroquias, comunidades y movimientos apostólicos, participando dominicalmente de la Eucaristía, recibiendo frecuentemente el sacramento del perdón, cultivando la vida de oración y meditación de la Palabra de Dios…. Encontraros con Jesús. Y, no os lo guardéis sólo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios…. también a vosotros os incumbe la extraordinaria tarea de ser discípulos y misioneros de Cristo para ayudar a vuestros coetáneos a que no se dejen seducir por las falsas promesas de un estilo de vida sin Dios».
          Y termino, solicitando vuestra clemencia por el tiempo que me haya alargado. ¡Que todos en la Iglesia, pastores y fieles, nos acerquemos cada día más al Señor por medio de su bendita Madre, para crecer en santidad de vida! Como el discípulo amado, fijemos nuestra mirada en Ella. Honrando y elogiando a la Virgen del Prado, en este día de su memoria y consagrándole nuestras vidas. Como hizo Cristo, al ver a su Madre y junto a ella al discípulo amado, también hoy nos encomendamos a su protección amorosa; rememorando aquella entrega que el mismo Salvador nos hizo de su Madre al pie de la cruz, poco antes de morir:

-    ¡Mujer, Señora, Patrona, Reina y Madre, amada Virgen del Prado…, ahí tienes a tus hijos!
-    ¡Queridos fieles, devotos, amantes de la Virgen del Prado, hijos todos de esta noble y leal Ciudad…, ahí tenéis a vuestra Madre!  Amén.


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