SANTA MARÍA VIRGEN, REINA Y
OCTAVA
DE LA VIRGEN DEL PRADO
Dos acontecimientos
reclaman nuestra presencia esta mañana, en esta Iglesia Basílica C. de Ciudad
Real. Por una parte, la celebración litúrgica de la festividad de “Santa María
Virgen, Reina”, fiesta instituida por Pío XII el 1 de noviembre de 1954, y que más
tarde, Pablo VI, dispuso como “memoria obligatoria”, el 22 de agosto de cada
año, culminando así los días en los que contemplamos el misterio de María, en
su Tránsito a la felicidad eterna.
Por otro
lado, y más decisivo aún para nosotros, con el recuerdo martirial del Beato
obispo Narciso Esténaga; nuestra Ciudad conmemora esta Octava, de una manera
muy particular, muy íntima, muy nuestra: fijando la mirada en su Excelsa
Patrona, la Virgen
del Prado; que como broche de oro clausura cada año, con esta Función
Solemne y la Procesión
de esta tarde, las Ferias y Fiestas Mayores de la Capital manchega.
Dos acontecimientos,
pues, que merecen nuestra atención en esta mañana.
1. La Realeza de María
El primer
evento (el misterio de la “Realeza de María”), nos une a la Iglesia Universal
que en este mismo día, y por todo el orbe extendida, implora a la Bienaventurada Virgen
María con el “título regio” que a diario recitamos en las Letanías Lauretanas: Reina
de los Ángeles, Reina de los Patriarcas, de los Profetas, Apóstoles, Mártires,
Vírgenes, Confesores, de todos los Santos, Asunta al Cielo, Familias, Paz, y de
un sinfín de atributos que adornan a Ntra. Sra.
Sí, queridos
hermanos, ¡ciertamente!, la Virgen
puede ser aclamada como “Reina y Soberana” de todas las criaturas. Así lo
hicieron ya desde el principio, los Santos Padres; aquellos que, después de
haber sido Revelados los misterios de nuestra fe, “cuando aún todavía
permanecía caliente la sangre de Cristo”; consolidaron sus cimientos,
ahondando en la reflexión doctrinal y en la vivencia de costumbres de nuestra
fe católica. Que la Virgen
sea “Reina” es un hecho proclamado por toda la Tradición de la Iglesia , desde Oriente a
Occidente. Es algo que, poco a poco, y de manera progresiva se fue imponiendo
durante los primeros tiempos del cristianismo. Si acudimos a la literatura
patrística, podremos observar cómo en innumerable homilías y sermones, se elogia
y enaltece con clamores de alabanza a la Virgen como “Reina”. Así se expresa a comienzos
del siglo VIII, san Andrés, obispo de la diócesis de Gortina, en la isla de
Creta, en una preciosa homilía de la fiesta de la Dormición de María: «Llegado
ya el momento oportuno, unámonos para festejar este misterio, ya que todo
induce al gozo de la alabanza y de la común celebración. Tú que me estás
escuchando mira qué cosas más excelsas se ponen de manifiesto. La Iglesia , reina de la
multitud de los creyentes, acompaña hoy en triunfo y ofrece con regocijo sus mejores
obsequios a la “Reina de todo el género humano”, a la que Dios, Rey y Señor del
universo, con triunfal magnificencia, constituye “Reina de los cielos”».
Así lo han
reconocido innumerables santos a lo largo de la historia. Entre ellos, como
nuestro querido san Juan de Ávila, que muy pronto será declarado “Doctor de la Iglesia ”, y de cuyas
enseñanzas nos hemos alimentado en los días preparatorios a la Solemnidad de la Asunción , con las
preciosas homilías de nuestros Capitulares. De la misma forma, y engarzando esta
antiquísima Tradición, lo atestigua en tiempos recientes el Papa Pío XII, al clausurar
el año Mariano de 1954, diciendo: «el título mismo y los argumentos en que
se apoya la dignidad de considerar a María “Reina”, han sido en realidad magníficamente
expuestos en todas las épocas desde los documentos más antiguos de la Iglesia ». Y el C.V.
II, lo ratificará afirmando, que: «La Virgen Inmaculada ,
preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su
vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue
enaltecida por el Señor como “Reina del Universo”, para que se asemejara más a
su Hijo, vencedor del pecado y de la muerte».
Por eso, queridos devotos de la Virgen , no hay que tener
miedo de elogiar y enaltecer a nuestra Madre en estos días en los que
conmemoramos sus misterios santos. Su Maternidad divina y el hecho de que Ella
cooperase activa, consciente y responsablemente en la obra de la Redención , constituyen
el sólido fundamento en el que se apoya esta verdad de nuestra fe. Si Cristo…, ha
sido constituido “Señor de cielo y tierra”, y como tal, “Rey del Universo”; con
razón también la Iglesia
ha reconocido que la Virgen
participa de esa “dignidad real” de su Amado Hijo. Ella es la Madre del “Rey” ante el que
se postraron los Magos en Adoración. Ella es la Madre de Aquel “Soberano”
que teniendo por Trono un pesebre y por Cetro una cruz, nos ha traído la
victoria sobre el pecado, el demonio, el sufrimiento y la muerte.
¿No es esta “verdad de nuestra fe”, la
que contemplamos en la última parte de los misterios gloriosos del santo
Rosario, cuando dirigimos nuestra mirada a «la Coronación de María
santísima como Reina y Señora de todo lo creado»? ¿No es esto lo que recitamos
en el canto de la “Salve” que así se ha venido a llamar “Regina”, cuando
dirigiéndonos a Ella, le decimos: «Dios te salve, “Reina” y Madre de
misericordia»? O, cuando le interpretamos el bello Himno a nuestra Patrona,
y la elogiamos diciendo: «Santa María del Prado, “Reina de Ciudad Real”».
Sí, queridos paisanos, la
Virgen es Reina y en este día lo recordamos. Y, ¡con qué
audacia ha sabido expresar este misterio mariano, la “religiosidad popular” y
la “fe sencilla” del pueblo cristiano! Sí, la de nuestros padres, abuelos,
bisabuelos... ¡Con qué devoción y afecto así lo han cantado, durante
interminables generaciones, nuestros mayores, que hoy nos preceden en la casa
del Padre! De ellos, hemos tomado el testigo, con la grave responsabilidad de
transmitírselo a nuestras generaciones futuras.
1. La Octava de la Asunción y la Virgen del Prado
Y, ¡qué bien
ha entendido todo esto, desde siempre, el pueblo de Ciudad Real, cuando se
acerca a venerar con tierno y filial afecto a la Virgen del Prado! Este
segundo hecho que hoy conmemoramos, la Octava de nuestra Patrona, nos trae a la memoria
un sinfín de recuerdos y vivencias entrañables, de la mano de la Virgen. Casi un
milenio lleva este pueblo manchego reconociendo en Ella, a la “Reina de los
Cielos”. O, ¿acaso piensan ustedes que es casual el ingente mar de fieles que
durante estos días confluye en la
Catedral para venerar a tan Excelsa Señora? ¿Podríamos
siquiera intuir lo que en la mente y corazón de tantos paisano brota, cuando se
acercan a reverenciar a la
Morena del Prado? ¿Seríamos capaces de valorar el afecto y la
devoción que durante todo el año recibe la Virgen de los corazones que se le acercan?
Sí, queridos
hermanos, amor tierno y veneración profunda es lo que, desde siempre, hemos
sentido cada uno de nosotros por Ella. También este sacerdote al que hoy habéis
invitado para “proclamar sus grandezas”. Este joven ministro del altar de Dios,
que desde niño, por medio de Ella, se encontró con su Hijo Jesucristo. Tantas
fueron las vivencias que pasó junto a Ella, que quedaron grabadas para siempre
en su corazón sacerdotal.
Porque el
amor del “Pueblo” a la Virgen
es un “gran tesoro de nuestra fe”, una realidad inabarcable, un campo en el que
habitualmente el Pueblo de Dios precede a los teólogos. En muchas ocasiones, la
fe sencilla del pueblo precede a la de los instruidos, e incluso, a los
pronunciamientos magisteriales. Lo atestigua Benedicto XVI: «Los teólogos
han enriquecido con su específica contribución del pensamiento aquello que el
Pueblo de Dios creía ya espontáneamente sobre la Virgen María , como se
ve en actos de piedad, en el arte y en la vida cristiana. Es el llamado “sensus
fidei”. En este sentido –continúa el santo Padre- el Pueblo de
Dios es “magisterio que precede”, y que después debe ser profundizado e
intelectualmente acogido por la teología. ¡Los teólogos deben siempre “ponerse
a la escucha de esta fuente de la fe” y “conservar la humildad” y la “simplicidad”
de los pequeños!».
Por eso, el
papel de la “religiosidad popular” es muy importante. Porque la piedad
popular (diversas y múltiples expresiones), en la que tantos hemos crecido y
procedemos, es capaz de alcanzar la simbiosis entre fe y cultura, entre
religión y ciencia, tan necesaria en la Nueva Evangelización.
En una sociedad secularizada la “religiosidad popular” es un instrumento para
llegar a muchos estratos de la humanidad donde de otra forma no alcanzamos. Tan
enraizada en nuestra ciudad, es capaz de llegar allí donde los sacerdotes no
llegamos, donde las parroquias se ven incapaces y donde la Iglesia es vista solamente
como un institución humana.
Y, al
interno del ámbito de la “religiosidad popular”: La juventud. No podemos
negar que muchos son los jóvenes que se mueven en este terreno, y que vemos
acompañando a nuestra Virgen el día 15, y que esta tarde lo harán. Es un
vínculo que los va uniendo, de manera cada vez más progresiva, a la Iglesia. Durante la
infancia, adolescencia y juventud son muchos los que se acercan a rezar
ante la Patrona ;
muchos los que hemos tenido la suerte de recitar cada 30 de Abril, ya entrado
el mes mariano, los Mayos al pie de su Camarín; muchos los que nos hemos
convertido en embajadores de coplas populares, fandangos y seguidillas, cuya
letra y música han ensalzado y honrado durante interminables generaciones a
nuestra querida Patrona, y las hemos llevado por incontable lugares de la
geografía nacional y extranjera; muchos los que el día de la Pandorga nos hemos
acercado a presentar nuestros bienes y ofrendas a los pies de la Señora ; muchos, también,
los que pertenecientes a los diferentes grupos parroquiales, comunidades o
movimientos eclesiales, singuen acercándose a María con un corazón sincero
implorando su amistad; muchos los que han encontrado o revivido su fe gracias a
la “religiosidad popular”, y que después, dejando de ser jóvenes se han
convertido en el presente y futuro de nuestra ciudad. Cuidemos, pues, esta
forma sencilla de vivir la fe. Purifiquemos aquello que no corresponde al
verdadero espíritu cristiano, de todo aquello que la aparta del Evangelio. Pero
estimémosla y potenciémosla como banderín de enganche para mucho adolescente y
jóvenes de nuestra ciudad.
Religiosidad popular y devoción a la Virgen.
Van siempre unidas. Así
lo puso de manifiesto Juan Pablo II, durante toda su vida. Él nos invitaba a
vivir el camino de la santidad de la mano de María. Sobre las enseñanzas de san
Luis María Grignion de Monfort, Juan Pablo II nos alienta a acrecentar la
devoción a la Virgen
como «camino fácil, breve, perfecto y seguro para llegar a
la unión con Cristo, en la cual consiste la perfección del cristiano». “A
Jesús, por María”. Se trata de descubrir “la Luz de Cristo” en el Corazón
Inmaculado de María. Si, Cristo es la
Fuente que emita la luz divina; María el Espejo que nos la
refleja limpia y pura, en toda su plenitud, sin la más mínima sombra de pecado.
“Claro Espejo de la santa Iglesia” (Alfonso X el Sabio: Cántigas).
A todos vosotros, queridos jóvenes, a los que vivís la fe
insertados en el amplio y rico mundo de la “religiosidad popular”, y a todos
los presentes, os dirijo mis últimas palabras como sacerdote, amigo, miembro de
la Hdad., e
hijo de este pueblo de Ciudad Real: La sociedad, la Iglesia y cada persona,
necesita de vuestra valentía y entusiasmo, del idealismo juvenil y de la
experiencia sazonada que proporcionan los años, de vuestra generosidad y
alegría, de vuestro compromiso social, político y caritativo. Necesita que
vivías convencidos vuestra fe, una fe madura y coherente. Por ello, precisáis,
acudir a la Virgen ,
entablar con ella una profunda amistad…, amad a nuestra Patrona, la Virgen del Prado… Tomando
prestadas algunas palabras del santo Padre (JMJ), os pediría que lo hicieseis «…
insertándoos en las parroquias, comunidades y movimientos apostólicos,
participando dominicalmente de la
Eucaristía , recibiendo frecuentemente el sacramento del
perdón, cultivando la vida de oración y meditación de la Palabra de Dios…. Encontraros
con Jesús. Y, no os lo guardéis sólo para vosotros mismos. Comunicad a los
demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe,
necesita ciertamente a Dios…. también a vosotros os incumbe la extraordinaria
tarea de ser discípulos y misioneros de Cristo para ayudar a vuestros
coetáneos a que no se dejen seducir por las falsas promesas de un estilo de
vida sin Dios».
Y termino, solicitando vuestra clemencia por el tiempo que
me haya alargado. ¡Que todos en la
Iglesia , pastores y fieles, nos acerquemos cada día más al
Señor por medio de su bendita Madre, para crecer en santidad de vida! Como el
discípulo amado, fijemos nuestra mirada en Ella. Honrando y elogiando a la Virgen del Prado, en este
día de su memoria y consagrándole nuestras vidas. Como hizo Cristo, al ver a su
Madre y junto a ella al discípulo amado, también hoy nos encomendamos a su
protección amorosa; rememorando aquella entrega que el mismo Salvador nos hizo de su Madre al pie de
la cruz, poco antes de morir:
-
¡Mujer, Señora, Patrona, Reina y Madre, amada Virgen del Prado…, ahí
tienes a tus hijos!
-
¡Queridos fieles, devotos, amantes de la Virgen del Prado, hijos todos
de esta noble y leal Ciudad…, ahí tenéis a vuestra Madre! Amén.
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