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lunes, 29 de julio de 2024

IV EXALTACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN DEL PRADO PATRONA DE LA MUY NOBLE Y MUY LEAL CIUDAD DE CIUDAD REAL POR FRANCISCO DE ASÍS PAJARÓN HORNERO

 



El Centro Esta Exaltación comenzó a escribirse el día 26 de diciembre del año del Señor de 2023, fiesta de San Esteban Protomártir.

 

I

 

Que tuyo sea el principio de los tiempos,

Que tuyo sea el amanecer.

Tú nos trazas el perfil

de elegantes donceles,

de esta tierra áspera y con sed.

A tus plantas dejamos los quehaceres

y de tus párpados brotan

noches de luna y Edén.

 

Atarazanas de olmos viejos,

melodía con clave color miel.

Cientos de oraciones que emergen

en labios rubicundos de mujer.

 

Elenco de súbitos amaneceres,

desolados senderos de fe.

Plorar sin ánima ni enseres,

hurgar en baúles de agua e hiel.

 

Sólo Tú engendras torreones,

de fuerza áspera y piel

curtida por entre los rojos terrones,

roca desprendida sin caer.

 

Única y perfecta Madre de Reyes,

enhiesta y desafiante ante el infiel

que su palabra enmudece.

Reina y Emperatriz, manto buriel.

 

Y Tú, miras y meces la dulzura,

de niños desde tu balcón y el riel

de Cristo, y su espesura,

hacen del Prado cuna y vergel.

 

Inmenso mar de hoyuelos incipientes,

sonrisa de niña a medio crecer,

júbilo de néctares silentes,

ansias de Amor de aquel ayer

que en tu vientre se hizo fuerte

y partió la Historia en dos al nacer.

 

Presidente de la Real e Ilustre Hermandad y Corte de Honor de Nuestra Señora la Virgen del Prado Coronada, Consiliario y Junta de Gobierno.

Distinguidas autoridades religiosas, civiles y militares de diverso rango que veláis por nosotros.

Hermanos de la Santísima Virgen del Prado.

Hermanos de las distintas Hermandades de Pasión y Gloria de nuestra vetusta y siete veces centenaria Ciudad Real.

Hermanos de corporaciones de Puertollano, Corral de Calatrava y Madrid que aquí nos acompañáis en el camino común del culto a la Reina de los Cielos.

Representantes de asociaciones y tejido vivo de nuestra sociedad.

Pueblo de Ciudad Real, en definitiva, que deposita el peso de siglos de Historia. Elegido por la Providencia para ser parte de un plan inédito pero seguro.

Heme aquí como parte de este humilde trazado de madejas tejidas con hilos invisibles que es la Historia. La Historia de nuestra ciudad postrada desde siglos remotos a las plantas de Santa María del Prado.


Pintura de la Virgen del Prado de Pedro Pablo López Hervás para el exaltador de este año 2024

 


Heme aquí lleno de agradecimiento que tengo que extender en primer lugar a mi presentador.

Tus palabras, David, nacen de la proximidad en tantos anhelos, tantas devociones, tantos e idénticos sueños… Nuestros lazos de sangre y cercanía son sólo un regalo más de Dios. No te digo únicamente gracias porque tú sabes mucho más de esto. De batallas y trincheras en remotos parajes. De predicar en el desierto, como San Juan Bautista, sintiendo el vértigo de la soledad y el abandono. Tú lo sabes. Y ya sabes lo que es acompañar siempre a la Madre. Dar pasos abrazando sus cuitas y consolando el inmenso Amor que derraman sus plantas al caminar. No te digo más. Sigamos andando junto a Ella hasta el postrero aliento. Ese es nuestro sino. Exaltarla toda una vida con obras. Y, también, con palabras.

Gracias David.

Cuando una noche ya entrada del tibio y lejano mes de noviembre recibí la llamada de Jesús, nuestro Presidente, pero también mi amigo, no pensaba que la Virgen había trazado este nuevo sendero. Y meditaba un rato después porqué me había escondido un regalo más en la vida. Recordaba cuando muchos de los compañeros y amigos de esa primera candidatura, que aquí estamos, dimos el paso adelante y lo hicimos con la seña distintiva del “Todo por Ella”. Y no existe en el camino diario un horizonte más claro, más prístino y más lleno de luz que el que Ella nos traza con la certeza de abandonarnos a su maternal cuidado. Un “Todo por Ella” que sigue siendo faro y referencia de esta Junta de Gobierno. Un “Todo por Ella” que precede a un trabajo incansable y ejemplar. A una delicadeza y dulzura por cuidar a la Virgen, por bajarla a su pueblo, por iluminar corazones, por hacer de Ella el lucero más resplandeciente de la Nueva Evangelización.

Sois Historia porque habéis hecho Historia. Vuestro trabajo no caerá en el olvido. Ella, que todo lo sabe, que lee en el fondo de nuestra alma, atesora cada uno de vuestros gestos de cariño en el cofre jaspeado de su Inmaculado Corazón.

Seguid siendo sus servidores, seguid mostrando el camino a Cristo con Ella como faro y luz eterna. Todo agradecimiento se queda pequeño ante vuestro testimonio continuado.

Gracias desde lo más hondo del alma a esta Junta ejemplar que encabezas, Jesús.

Todo ello hace que agradecer sea la primera y última acción que debo ofrendar ante la Virgen. Un imperativo ineludible que me lleva a las sendas del recuerdo. Ella es la que me depositó en las manos de unos padres que me enseñaron a quererla desde pequeño. Siempre cuenta mi padre como el año que mi hermano Saúl y yo recibimos la Primera Comunión, el ya lejano 1989, la procesión del Corpus vino acompañada de una tormenta que hizo que muchos niños abandonasen las filas del Señor Sacramentado pero nosotros quisimos mantenernos a su lado hasta volver a la Catedral. Ese es el propósito que siempre nos han inculcado mis padres en la vida. Mantenernos al lado del Señor y su Santísima Madre cuando han salido a la calle, a encontrarse con el Pueblo de Dios. ¡Qué enseñanza tan sencilla y tan popular! ¡Tan antigua y tan desde los adentros! ¡Qué anuncio tan difícil hace siglos y en los momentos que nos tocan vivir! Dar testimonio y mantenerte coherente a pesar de las heridas, de los desprecios y de la indiferencia.

Y ese mensaje de persistencia cristiana también lo he encontrado al lado de mi esposa. Y ambos intentamos inculcarlo a nuestros hijos. En una sociedad que camina desnortada y sin referentes. O, lo que es aún peor, con contrareferentes, con modelos de comportamiento que desprecian la vida, apartan al desvalido, corrompen la inocencia, confunden al que duda…

Y es en este páramo donde la figura de María fulgura y se encuentra oculta pero presente.

 



Unos muchachos, a media luz,

con un balón.

Una fresca tarde de agosto.

Nuestros nombres enlazados

en recuerdos.

La naciente primavera

de mil deseos.

Las puertas abiertas

y el mañana incierto.

Los viajes al Parnaso

de tibios azulejos.

Lo innecesario.

Lo accesorio y lo inhumano.

Las enredaderas

que se enroscan al ocaso.

Dame la mano

La perspectiva ha cambiado.

 

 

como aquella tarde de mayo.

El día de hoy se ha derramado

entre la certeza y el sobresalto.

La España sedienta

que mira torva a todos los lados.

Los labios partidos

de los descamisados.

Dame tu mano,

que hoy no hay función

en ningún escenario

Tráete los lirios marchitos

y el candor de tus rasgos.

Vente sola, con tu verde manto,

sin vestido y sin zapatos.

Ven con tu sombra,

zurcida al alma, hace años.

El cielo y la plaza vieja.

Ladrillo y cobalto.

Dos figuras, pequeñitas,

Néctar de lo cotidiano.

Así vienes, asomando

entre los caminos llenos de polvo,

entre los olvidados recodos,

con cancelas de pecho herrumbroso.

Así, desvencijada,

con nieve en el pelo y los ojos,

con perfume a lirios y olio.

Me ofreces tu alma

teñida de rojo,

el brillo de tus labios

de pizarra y oro.

Así has dejado a tus padres,

de lumbre y verbo roto,

de aljibe y callejones sordos.

Acariciando el silencio insondable,

vago y añoso.

Así vagabundean

por tus venas de pasado armonioso,

las pupilas dilatadas

y los críos rompiendo en sangre sus codos.

Así se han oxidado

corredores estrechos

y coros de niños mozos.

María me traes el tiempo,

en frascos sin forma ni fondo.

Las viejas ya se han dormido

con sueños de flor de loto.

El aire enrarecido

por siglos largos e ignotos.

Así se queda la vida,

flotando en inmensos mares,

con niños rezando solos.

Bajo el amparo de la Madre

que limpia surcos de lloros.

Que trae bajo su regazo

el arrullo dulce y el arrojo.

La Virgencita del Prado,

la del susurro amoroso.

La Virgen de mis abuelos,

la de los días gozosos,

la del pan bajo el brazo,

la del armonioso rostro.

Dame tu mano delicada

en estas tardes de mosto,

baja al balcón de mi alma

e inúndalo todo.


El presentador del Exaltador fue D. David Naranjo Miguel


Aquí estamos. En otra encrucijada de nuestra Historia, la sociedad parece haberse desviado de sus raíces profundas, olvidando los valores que una vez la sostuvieron firmemente. En el bullicio de la modernidad, hemos perdido de vista los referentes que guiaron a nuestras generaciones pasadas, navegando ahora en un mar de incertidumbre y relativismo.

Desde una perspectiva cristiana y revolucionaria, es imperativo reflexionar críticamente sobre este estado de cosas y reavivar las tradiciones que formaron nuestra identidad.

La tradición, en su esencia, es el hilo que conecta generaciones, transmitiendo sabiduría, valores y una identidad común. Sin embargo, hoy vemos cómo este hilo se debilita, dejando a nuestra sociedad sin un sentido claro de pertenencia y propósito. El apego secular a la tierra, un amor noble y desinteresado por el prójimo que no excluye sino que incluye, ha sido confundido y relegado por una indiferencia peligrosa. Necesitamos redescubrir la veracidad del compromiso con nuestros semejantes, compromiso, en primer lugar, con los más cercanos y que integra nuestra herencia cultural promoviendo el bien común por encima de intereses individuales o partidistas.

El respeto a los ancianos, custodios de la memoria y la experiencia, se ha erosionado en una cultura que idolatra la juventud y la novedad. Los mayores, que deberían ser venerados como fuentes de sabiduría y consejo, son a menudo marginados y olvidados. La Biblia nos enseña: "Levántate ante las canas y honra al anciano" (Levítico 19:32). Recuperar este respeto es crucial para restablecer el equilibrio y la continuidad en nuestra sociedad.

 

La defensa de la vida desde su concepción hasta su final natural es otro pilar

fundamental que se tambalea. En una era donde la vida humana a menudo se valora en función de su utilidad o conveniencia, es revolucionario defender su dignidad intrínseca. Cada vida es un don sagrado, una verdad que se ha oscurecido en debates polarizados. "Antes de formarte en el vientre, te conocí; antes de que nacieras, te consagré" (Jeremías 1:5), nos recuerda la Sagrada Escritura, subrayando el valor infinito de cada ser humano.

Es en este contexto en el que debemos mirar a figuras inspiradoras como la Virgen María, cuyo ejemplo de fe, humildad y fortaleza nos guía en momentos de confusión. María es la Madre del Evangelio viviente. Ella nos enseña que la verdadera revolución comienza en el corazón, con un sí a Dios y a los valores eternos que trascienden cualquier moda pasajera.

La familia encuentra en María un modelo perfecto de devoción y entrega.

Reina de las familias, su corona no está hecha de oro, sino de los gestos sencillos y cotidianos que transforman el amor en vida. Bajo su amparo, cada casa se convierte en un santuario, cada mesa en un altar, y cada abrazo en una manifestación del amor divino. En su sonrisa, los niños encuentran protección; en su silencio, los padres descubren sabiduría; y en su fidelidad, todos hallamos un ejemplo de entrega al plan de Dios.

Así contemplan los siglos a Santa María del Prado.

Perlas que han quedado anudadas

en el filo de tus finos cabellos.

Y entre los juguetones ábregos

se han dormido ángeles efebos.

Con los lirios que plantó madre

han nacido pensamientos,

que abren de tarde en tarde,

con el ruido de los vencejos.

Y hacen coro en la tierra reseca

de mis indomables ancestros

buscando la senda de carros y de rejas,

y de maderos cansados por los vientos,

con el peso de los soles

y el lustre de bellos lienzos.

El frío en los huesos,

la vida tendida en el lecho,

el alma abierta

y el dolor dulce de los besos.

Todos esparcidos, regados

a las plantas de la Virgen de Batallas,

de la Virgen del Prado viejo.




Y es ahí donde empieza todo. En la familia. En tu casa empiezas a querer a la Virgen. La ves como reflejo de tu madre. Y también de tu abuela. Como faro de fe y asidero. La ves, desde pequeño, como el escape a todos tus duelos, a todos tus miedos y a todos tus deseos. En lo más alto del Cielo, desde su Camarín misterioso e incierto. Es el atronador eco de todo lo bueno. Pero también es el silencio. El más pleno, el más angélico, el más impenetrable, el más bello. Pero eso lo aprendes cuando el mundo empieza a ser difícil y buscas refugio en Ella. Y, a veces, huyes en pos de sus ojos, de sus sutiles reflejos. Sabéis de lo que hablo porque sabéis mirarla desde adentro.

Y han pasado las épocas recias de nuestros ancestros. Han brotado a su vera un universo urbano de edificios, de Historia y de silencios. Primero fue su Prado. Apenas un puñado de casas con centro en el Pozo Seco. Entre éste y la vetusta iglesia de Santa María apenas doscientos metros. Siglo XI. Tiempos de Reconquista. ¡Qué tiempos! El Pozuelo de Don Gil sería un lugar duro, inveterado y recóndito. Un lugar de frontera con escasa seguridad. A merced de los ataques de la morisma y de un contexto político cambiante.

Hay que imaginar… Virgen de los Torneos dormida en los sillares de su templo. Virgen de los Reyes que emerge en la corte de Sancho el Grande, Totium Hispaniarum Rex, en sus palacios de la heroica Pompaelo.

Alfonso VI y Marcelo Colino. Y la Virgen de Reyes que se queda entre sus hijos. Que clama al aire de un prado entre palomas y mirlos. Entre encinas y quejigos. Se queda postrada con un Niño que, en sus brazos, se ha quedado dormido.

Y llega el rey Alfonso y traza una muralla para defender la devoción a la Virgen de las Batallas.

Sin lugar a dudas la Villa Real estaba llamada a ser un lugar de importancia en el camino de Toledo a Sevilla, Córdoba y Granada.

Y la corona de la Villa “grande et bona” que en torno a la Virgen levantaría sus puertas, sus collaciones, sus iglesias y conventos. La piedad y la fe sencilla del ciudadrealeño.

El infante de la Cerda no ciñó corona pero exhaló el espíritu bajo tu égida en la Villa de Reyes, en el ya olvidado Pozuelo.

La Orden de Calatrava, amenaza y gloria, de Malas Tardes y ventisqueros.

Y con el paso de los años los enfrentamientos, tensiones y rencillas de sus vecinos. La Peste negra, el progrom de 1391 que redujo a cenizas la judería y sus sinagogas. Las leyendas de moriscos y los laberintos de un mundo complejo. Culturas en guerra. A los pies de la Virgen juramentos, vivas y mueras, en un solo acto, como un autosacramental incierto.

Y los Reyes Católicos, con su visión de un mundo cristiano moderno, con una revolución política y social en sus decretos. Nombres nuevos, aires de imperio, fe cristiana, sal y océanos inéditos. Chancillería y corregimiento. Piedras duras para reedificar, tesón y sueños.

Neófitas rutas que se abren y profundos desvelos. Entre franciscanos, carmelitas, dominicos y, más tarde, mercedarios de sagaz reo.

En el corazón de La Mancha, donde el sol impera con una tiranía casi divina, Ciudad Real se alza abrazando la nueva Edad Moderna, un lugar que parece atrapado entre antiquísimos oficios y el incipiente bullicio de los nuevos tiempos. Las calles empedradas, surcadas por los carros y los caballos, son el escenario de una vida cotidiana que se despereza entre las caricias maternales de tu manto de espigas y dragones. Esperanza y consuelo.

El aroma del pan recién horneado se mezcla con el incienso de las iglesias de San Pedro, de Santa María y de Santiago donde los feligreses se reúnen para la Santa Misa, susurrando oraciones que se pierden en las bóvedas góticas. Los campanarios, altivos y vigilantes, marcan el ritmo de la vida, sus campanadas resonando como el latido mismo de la ciudad, despertando a sus viejos gremios.

 



Los nobles, con sus ropas elegantes y sus carruajes adornados, pasean por las calles principales, mientras los campesinos y artesanos trabajan incansablemente para ganar su sustento. En las tabernas, los hombres discuten acaloradamente sobre el Reino y el comercio, sus voces resonando en el aire cargado de humo de tabaco y el aroma fuerte del vino blanco casi añejo. Airén secular dormido entre odres y secos leños.

En los barrios más humildes, la vida se revela en su cruda realidad. La Morería y la Judería exhalan humedad y piedras enmohecidas. Los niños corretean descalzos, sus risas inocentes resonando como una canción al vuelo, como una ofrenda a la Virgen de sus abuelos.

Y brotan con fuerza los destellos, casi mágicos, de modernidad y progreso. Las primeras imprentas comienzan a aparecer, trayendo consigo un aluvión de ideas y conocimientos. Los viajeros y comerciantes, con sus relatos de tierras lejanas, enriquecen el espíritu de un pueblo, cervantino y aventurero. Hágase la novela cotidiana y la odisea en los chaflanes terrosos de mi Villa Real de cuentos.

Y al caer la noche, las calles se sumen en una penumbra apenas rota por la luz tenue de las velas. Las sombras se alargan, y en ese ambiente de daga y sombrero de ala ancha, los susurros y rumores se multiplican. Se dice que en los rincones oscuros se urden encamisadas. Mientras la ciudad duerme, ajena al eco de su humanidad, contrita e inveterada.

Y la Ciudad Real que musita oraciones desde la era hispana de la anciana Oreto, queda y ruinosa, alarga sus calles hacia ocasos sin encontrar su cénit de epitafios. Y se queda entregada a los confines de la imagen de la Virgen que en su Prado de llanezas hace morada leve, inerte y liviana. Mensaje de eternidad que aparece en esquinas, azulejos y fachadas.

Y siguen caminando tus hijos. Por entre las escolleras de un sino difícil de describir.

Hay cambio de dinastía. Otros reyes se asoman de entre las espesuras de las Españas. Han llegado de allende los Pirineos. De un principio poco les queremos

Pero es el Rey y nosotros súbditos buenos. Nuevos aires, viejos yermos. Y camino a la Atalaya, en la Villa de Reyes, al Malo sometemos.

Y re aedificarum. Y levantamos piedra, Charitas y templos.

Y despierta entre cañones el Siglo de las Luces. Y la Morena del Prado posa su mano en el corazón ardiente del Cardenal Lorenzana para consolar a sus hijos. La primera Caravana Blanca, de granito y panes ácimos de cebada. Los ojos acuosos inundados de tanta gracia.

 

Y bullen,

en corazón destemplado,

cientos de enfermos.

Y Lorenzana juega con ellos.

El pesar pasa raudo.

Y a tu sombra ni presente,

ni futuro son inciertos.

Son naturaleza viva

en indómito concierto.

Buscas caminos sin duelo,

buscas huestes sanguinas

y terciopelo.

Tratas de acicalarte,

de usar rudimento

y sombreros.

Bajo tus plantas

ruidosos terremotos

y hojas de enebro.

El rumor estrellado

que se hace alimento

y el dulce licor salado

de tus dichas sin tiempo.




Así germina el legado de piedra e ideas de un siglo curtido entre motines, trigo y sarmientos.

Llega el XIX después de agonizar en el horror totalizado de la más espantosa guerra. El tirano en las Españas, el pueblo desnortado, el fuego devorando almas

No hay esperanza, no hay reyes bondadosos, sólo, en el Camarín, tu fina estampa. De emperatriz y capitana.

El bullicio de la vida diaria se entrelaza con los acontecimientos históricos que sacuden el mundo y la Patria. La Guerra de Independencia y las sucesivas guerras carlistas dejan una marca indeleble en la ciudad. Los soldados, con sus uniformes desgastados y miradas cansadas, se mezclan con los campesinos y artesanos, compartiendo historias de batallas y rotas esperanzas.

Y allí también estás Tú.

En una fría mañana de invierno, cuando las nieblas se levantan, la manchega llanada despierta a Ciudad Real en su lecho de almagras pinceladas. Las primeras luces del alba comienzan a teñir de dorado la torre de la Catedral resonando sus campanas como un eco de las alabardas que alguna vez caminaron por sus escalas desvencijadas.

Se despereza un nuevo siglo entre el chirrido del progreso y los demonios de modernas e inquietas alas. La ciudad se encuentra en una encrucijada, de cambios y alboradas. El ferrocarril ha secado lagunas lodadas. Sus rumores ferrosos abren sendas voluntariosas en el dormido rumor de la Tradición. El portillo de Ciruela es la salida a aires de modernidad, a la universalidad, a los caminos de hierro y carbón que llevan a un futuro de pan y menos penurias. O eso creíamos. Los trenes, como dragones de hierro y humo, conectan Ciudad Real con otras ciudades y con complejos universos, trayendo consigo un aluvión de ideas y gentes. El sonido del silbato del tren se mezcla con el murmullo de los huertanos que bajan por Ciruela y Alarcos, donde las mercaderías y los enseres se confunde en un desorden pintoresco.

Y la Virgen se ha quedado muda de asombro.

Sus hijos se avienen a sus pies cada quince de agosto pero sus corazones se agitan entre tanta persuasión, tanto cambio y tanto otoño revolucionario.

 

Son tus ojos

o son los míos.

Pero el olvido

se me ha hecho largo.

Son mis ojos sofocados,

de fuego vivo velados.

Son los míos que te quieren

aunque no te lancen besos,

desde el frío atrio.

Tu casa tan apagada,

Tan apagados tus siervos,

Tan tristes tus hijos

y el filo de tus labios.

Parece que te has dormido

en tu Camarín desvencijado.

Ni prestes, ni obispos,

a tus pies postrados.

Pero en las grietas del tiempo

nacen los nardos

que por la Octava te regalan

de Amor atribulados.

 



En la Ciudad de Reyes y caminos cruzados, donde el pasado escribió con letras doradas, hoy lloramos por los tesoros caídos, patrimonio perdido en siglos de espadas.

Los muros que un día contaron leyendas, hoy se han olvidado, polvorientos y grises, dejando en el aire las viejas contiendas, que el viento repite en susurros sin fin.

¡Ay, Ciudad Real, de Historia vestida! Tus plazas y torres en sombras quedaron, donde antes la vida de luz se encendía, ahora es el eco de lo que te arrebataron. Los palacios nobles, de mármol y gloria, hoy son fantasmas de un pasado brillante, sus arcos y puertas cuentan la historia, de victorias perdidas en tiempos distantes.

Lloran las vías, callejas y plazas, lloran las fuentes que antaño cantaron, por una riqueza humilde que, en sus añoranzas, es polvo y cenizas de lo que amaron.

En el corazón de esta tierra querida, de esta tierra mía, cada rincón muestra una herida profunda, pues en siglos de vida perdida, la memoria y la historia se quedaron sin musas.

Pero no todo es sombra en este lamento, pues en el recuerdo vive la esencia, de un pueblo que lucha contra el viento, para salvar su alma y su existencia.

Y la Virgen se yergue cuan rompeolas de las tempestades mundanas. Y plora con sus hijos las caídas, las penas y pesares que se avecinan.

 

Y casi sin escucharse,

retumban cañón y guerra.

Surcas horizontes

llenos de niebla

color mostaza,

sabor a furia y reducto

a fortaleza calatrava.

No tienes y te entregas.

No dominas

pero la noche se arrulla

en tu regazo de golondrina.

Se arruga tu ceño

buscando perfumes de luna.

Y la siempreviva se pelea

con los acantos

a las plantas

de tus pies níveos,

de mármol.

El azul noche

se ha desintegrado.

Virgen morenita,

busto de doncella intacto.

Sueñas vencejos

con picados cantos.

que atraviesan como puñales

el rocío de los campos.

Las perlas de tu boca

juegan a los dados.

Nadie entenderá nuestros huesos,

a tu vera encalados

ni el cosquilleo de los rosarios,

cuando jueguen,

a tu sombra, madejados.

¡No nos entienden!

Infierno lejano,

golpes de pecho alado.

Dame ya tus pinceles

para sugerir tus perfiles dorados.

Gótica interferencia de querernos,

de quedarnos enredados.

De ahogar gritos

a cien mil estadios.

De merendar obsidiana

y polvo de amoníaco.

Y al caer burbujas

sobre nuestros sustratos,

cortaremos el cobrizo cableado

que cae como cabellos

recién madrugados.

Cobrar la deuda,

apresurar el tacto,

resucitar de entre el cieno

de los mártires trágicos.

Atlantes, rubicundos y seráficos,

que leen aburridos

géneros epistolarios.

Tu silueta de enrejados

y el eco de los noticiarios.

Dándose la mano han cruzado

el Parque frágiles muchachos.

La guerra ha comenzado.

Han saltado, hechos añicos,

todos los viejos peldaños.

La hiedra, la madreselva

y el álamo alanceado

duermen de costado.

Les duele el alma y sueñan

con manos enlazadas.

Al pobre lo han fusilado

entre la cal de las fachadas.

Y los gritos brotan

como claveles nuevos

desde calles y patios.

Dejo mi cuerpo

blanquecino y siríaco

para tus abalorios.

Dejo mi alma

entre papelajos y pecados.

Dejo el flexo encendido.

Dejo el verso perdido.

Para siempre,

Virgen del Prado,

Entre tus pasos.




Se abren las flores finiseculares en espita. Sueltan sus simientes en oropel de riquezas flacas y arrogantes.

Sangre vertida en tierras resecas y estériles. Muchachos en candor de blancas manos. Himnos de justicia, pan y ardor guerrero. Todo en caótica mixtura sube como incólumes afrentas a la ventana de tu Camarín. Prolíficos poetas te ornan las puertas con fruición de hambre. Solo Tú sabes del lecho marchito de tus hijos en estos páramos de violencia y costuras rotas.

En la década de los años treinta, los rumores de conflicto crecen en cada esquina, en cada tertulia de café, en cada conversación a media voz. La tensión se siente en el aire, denso y cargado, preludio de la tragedia inminente. Los murales y carteles de propaganda, con sus colores desgastados y sus promesas traicionadas, se desvanecen bajo el sol implacable de La Mancha, como fantasmas.

 

Tu perfil moreno que abarca,

la sombra del horizonte,

la sangre de los que piden,

pan, justicia y España.

Los hilos de oro y la noche,

de los que empuñan la espada.

El filo cortante en hueso,

de niños de teta y baba.

La viuda y la comadrona,

pobres y desdentadas,

que a tus pies se postran

con criaturas famélicas y rotas,

que la guerra masacra

y el desprecio amontona.

Desde lo alto de la noche,

se clavan puñales en tu espalda.

No quieren mirarte a los ojos

y asumir profundidades

de triadas de dolor.

No quieren colladas

de picos romos,

sólo quieren, Madre, tu Amor.

 

Con el estallido de la Guerra, Ciudad Real se convierte en un escenario de dolor y desesperación. Las venganzas y las barricadas se levantan en las calles, dividiendo no solo la ciudad, sino también las almas de sus gentes.

El culto a la Virgen del Prado, patrona de la ciudad, adquiere un cariz desconocido en estos amaneceres oscuros. Es un romance prohibido, callado, silente, clandestino y furtivo. La Catedral, con su fachada imponente y sus muros llenos de historia, se convierte en un grito ante la injusticia, en una simiente llena de dolor. La imagen de la Virgen se ha perdido. Ha perecido tal y como la conocían. Su rostro ha mirado atrás en el Tiempo. Para siempre. Su mirada, medio olvidada, que contempló pasados remotos parece observar con infinita tristeza a sus hijos, encomendando cada alma perdida al abrazo eterno. La sangre de los mártires, como la de nuestro obispo-prior, se convierte en un símbolo de una inesperada redención.

Y, de repente, el silencio. Todo cubierto por una negrura esencial. Por el olvido, la muerte y la gelidez de un invierno que no acaba. Todo arropado por el polvo espeso del odio.

 

Me llega el frío de almas de laboratorio,

se filtran los gritos desgarrados

de ánimas silenciadas,

entre los regazos

han quedado prendidos

los jirones del tormento,

los olmos viejos del Prado

duermen sesteando

el arrullo de sueños apagados.

Hombres en perfecto orden

y sones lacerados,

de los hijos de la noche

y del pecado.

Por entre las rendijas perdidas

de tus distantes pasos

prendes el hálito de vida

a los desesperados.

Y en tu sí la valentía

dibuja anclas y faros,

corazones vigías

de todos los barcos varados.

La luna se recuesta

bajo la dulce melodía

de tus huecos inacabados.

Agoniza la luz del día,

duerme el ocaso.

Almas que no respiran

brotan de tu pecho nacarado.

Y como la suave brisa,

del más melifluo bálsamo,

tu mirada y tu sonrisa,

y tu Hijo a Tí amarrado.

Buscando las semillas,

de días se sangre y parto.




Los años de la primera posguerra son duros y silenciosos. El dolor se siente en cada rincón, en cada susurro de miedo, en cada mirada esquiva.

Los supervivientes, con corazones curtidos pero llenos de determinación, se mueven como ríos que vuelven a sus cauces naturales. Sus ojos, aunque reflejan el peso de las pérdidas, también brillan con una chispa indomable de futuro. Los niños juegan entre los restos de lo que fue, sus risas cristalinas alzándose como cometas en el cielo, símbolos vivientes de que la vida siempre encuentra su camino.

Las manos trabajadoras reconstruyen no solo estructuras, sino también sueños. En cada ladrillo colocado, en cada semilla plantada, se puede sentir el latido de una ciudad que se niega a rendirse.

 

Y la Virgen del Prado,

rehecha y nueva,

emerge tras su reja.

Amanece, se yergue,

la Perfecta,

la Inmaculada,

la Reina eterna,

en su atalaya de azucenas.

Se abren paso

los niños que juegan,

las viudas,

las madres de mirada serena,

los tullidos y las sirvientas.

Las niñas de las escuelas,

los presos

y los soldados de reemplazo se acercan.

Entonan cantos de luz y arena.

Y muy quedos rezan.

Veladas pero abiertas.

Horizontes que se quiebran.

Estallan las ventanas,

allá donde duermen las velas.

Ni muertos, ni quimeras.

Ni dioses navegantes.

Maestros sin escuelas.

Queda menos para amarte.

Al caer tu cabello en sepia.

La luz ya no atormenta.

Ni atina el destino

en súplica y espera.

La tarde de acacias,

de nogal y sementera.

Los viejos que se asoman

con su sonrisa enferma.

Me traes todas las artes.

Entre herrumbrosas rejas.

Esculpes el donaire

de curvas y preseas.

Yo sólo soy un hombre

con un fardo de ideas.

Soy sólo un fogonazo

del tiempo de entreguerras.

Y Tú, radiante silueta,

del día que empieza

a desperezar primaveras.

 

Y a tus plantas Ciudad Real de pasión se despierta. La vida sigue, tenaz y obstinada. Las ferias y mercados vuelven a llenar las calles de colores y sonidos. Las fábricas y talleres, motores de un terruño que lucha por levantarse, retoman su ritmo, bajo la atenta mirada del presente.

Los rugientes motores sustituyen a las viejas carretas, y la radio trae noticias y músicas que conectan a Ciudad Real con mundos de nuevas fronteras.

Tu rostro y tu faz son el regalo oculto de los desesperados. Te muestras deseosa de que te traigamos a las plantas nuestros sueños de niño y nuestros miedos de mayores. Y contigo, de la mano, recorremos los recodos de siglos e Historia compartida. Un canto a tu presencia constante, al cálido abrazo de tus ternuras maternales, a la historia de afectos que nos dejaste.

Y el hoy se resume en esquivas estampas.

 



Una anciana recorre la calle Azucena, atrapada en la rutina que impone una sociedad mercantilizada. Avanza lenta y achacosa. Los años, el peso del trabajo, el hogar, las exigencias de la familia, han hecho mella en su salud de acero. Es la viva imagen de nuestras madres y abuelas. El idilio de la mujer con el llano manchego, con las suaves lomas del Campo de Calatrava. Sus espíritus se han forjado en la reciedumbre de los pastizales de heladas y escarchas, de soles ardientes hasta el extremo.

Y es, en ese horizonte sin fin, que se tiñe de violáceas, cárdenas, almagras o añiles luces matizadas. Es en esa línea frágil del horizonte donde se postra su alma de hinojos. Con suma y delicada humildad. Es el ‘fiat’ virginal ofrecido, de generación en generación, sin renuncio a la constante, diaria, fidelísima lucha por el cosmos cotidiano que la rodea. Familia y vecindad. Gozos y dolor compartidos. Todo ofrecido. Todo por Ella.

 

No parece hacerse de noche

cuando los humos de los incendios

atosigan las grietas de tu cuerpo.

No nos traen frutos,

ni sincopados fermentos

brotándote del maternal seno

que, ahora, adopta pose helénica.

Han salido corriendo

los hombres de corazón negro,

con la ráfaga frenética del trueno.

Se han secado los pozos

de nuestros secretos.

Salimos, evocamos,

pisamos el suelo reseco

con el estrépito del mármol.

Tu boca se llena

de iones de oro y magnesio.

Altiva tez de ejército

de ancianos con rostro sereno.

Aquí sigo. Y no te entiendo.

Han pasado los días

Tenemos de qué hablar.

Y aprender a querernos.

Otro paseo por la orilla.

Otro territorio y otro milenio.

Los pasillos que huelen a lavanda.

Los niños que vuelan sus deseos.

Encontrar fresias y malvas.

Empujar al mundo

los inexplicables pensamientos.

Deleitarme con tu perfil cárdeno,

en la cima más alta de mis universos,

de mis ahogos domésticos.

Y tú mirando muy lejos,

lejos de perdidas rutas

y de anhelos extremos.

Nueva noche en blanco,

juncos elegantes

que se mantienen despiertos.

Y la naturaleza quebrada

entre tanto zaguán de tus adentros.

Y las plazas a medio hacer

por tus manos cansadas de arquitecto.

Y la curva praxiteliana

de tu nacarado cuello.

Cae irremediablemente

al saco huesudo

de mis raquíticos versos.

Viaje de no retorno.

Viaje perdido

entre valles y vientos.

De tus labios brotan vivos

orantes helechos.

Tu lengua dormita

sobre cálidos lechos.

Emergen, tiernos, nuevos hijillos

de plantas de museo.

Te los traigo en mi regazo.

Te los dejo apoyados

en tus manos de ébano y hueso.

Y al despertar el alba

musitan pretéritos rezos.

Con un Kempis

que amontona polvo e inviernos,

como un campo sin aventar

de oraciones y centeno.

Acaba el diario en falso.

Trunca la ilusión de la mañana

con dolor de Amor eterno.

Llueve para romper la noche

y su insidioso concierto.

La penumbra llena de nubes,

de tus ojos su velo.

Los ríos desbordados en el valle

que forma pétreos senos.

Nuestra ánima que te mima

y el corazón, en flor, en medio.

Para tí, para siempre.

Magullado y macilento.

 

Y en el jardín de los lirios blancos, la Virgen María danza con las estrellas.

Sus ojos, dos luceros en la noche, reflejan el misterio de los abismos.

Sus cabellos, hilos de plata tejidos por ángeles, se enredan en el viento como susurros sagrados. La luna, celosa, se oculta tras las nubes, temiendo que la belleza de María la desplace.




María es la rosa que florece en el desierto, la fuente que sacia la sed de los corazones errantes. Sus manos, suaves como pétalos de lirio, sostienen al Niño, la esperanza sempervivente de la Humanidad.

En su vientre, el mundo se renueva, como la primavera que despierta a la tierra ávida. María es el puente entre lo humano y lo divino, la escalera que lleva a la gloria y al abismo.

Sus lágrimas son perlas que caen al río de la vida, sus suspiros, melodías que el viento lleva lejos. María es la brisa que acaricia los campos de olivos, la sombra que cobija a los afligidos.

En su mirada, el universo se despliega, como un lienzo donde los colores se funden en éxtasis. María es el verso que se entrelaza con el silencio, la danza eterna que une lo finito y lo infinito.

Y cuando la noche se tiñe de azul profundo, María se convierte en estrella, en guía luminosa. Su amor, un fuego que arde en los corazones, una metáfora que trasciende el momento y el espacio.

 

Quedarán a medio abrir

las puertas y el tiempo.

El frío en los tuétanos

y el olor a la arena

de desiertos muy lejanos.

Quedarán generaciones enteras

a la espera

de tus sollozos de antaño

y tus hogueras.

Quedarán las huellas

de los amaneceres huérfanos

en que te llenamos el cielo

de griterío ininteligible.

Y, aún así, te mantienes lozana

y alerta.

El semblante curtido

por el humo

de las batallas venideras,

el corazón lacerado y mustio

coronado por cientos de quimeras.

Te rodea la duda

y la natura enferma.

Tantos son los desbordados

y tantos los hijos de Eva.

Allí quedarán, tendidos sus brazos,

subiendo peldaños,

de místicas escaleras.

La aurora toca a rebato

en escena incierta.

Suspira, sin discernimiento,

esta angosta cantinela.

Caminos que se abren

y se cierran si Tú quisieras.

Quedarán tu Amor aprisionado

y tus bagatelas.

Quedará el Verbo

en tus brazos.

Y quedaremos inertes,

pétreos, asaeteados.

Quedaremos en este Prado

olvidados.

Quedará una brizna de tus ojos.

Quedará tan poco.

Quedarás Tú.

Y quedará todo.



Es la ciudad abocetada, consagrada, saqueada y amortajada. Es la Ciudad Real de mendigos y de gentiles hombres. Son los vencejos y las melias. Los geranios en los balcones y las rondas que no duermen porque sueñan. Son los hijos que te quieren y los que te dejaron abandonada sin entenderte. Ciudad Real inerte. Ciudad Real es tu manto y encrucijada. Y Ciudad Real te abraza cada agosto desde que tiene memoria y alma.

 

Recorremos las callejas y su alborada.

Sus amaneceres rosados,

Sus puertas enjalbegadas.

Sus piedras seculares

Y los huecos de su muralla.

Toledo imperial,

Alarcos y Calatrava,

El Carmen y Ciruela,

Granada y la Mata.

Directas a tu corazón,

Senderos a tu alma.

Tu ciudad que a ti se ciñe

Como corona de plata.

Y en el Pilar

yacen ecos de historia y magma,

y en sus calles serpenteantes,

la memoria se aquilata.

San Pedro y su campanario,

vigía y espadaña,

observan la vida diaria

de un pueblo a Ti abrazado.

Ciudad Real, tus fuentes,

cantan cuentos de antaño,

del Quijote y sus andanzas,

de campos y desengaños.

Tus casas solariegas

guardan secretos sagrarios,

y en cada rincón, la Virgen

y su Amor que late en Prados.

Las piedras de la Catedral

saben a lirio y sudario,

su torre desafía al cielo

añil y anaranjado.

Los jardines de sombras

Y de golondrinas cuajados,

recuerdan a su Patrona

que de Amor sabe a Prado.

En fiestas y silencios,

resuenan gritos infantiles,

y quejidos de viejos,

se llena de vida el aire.

Se acuestan los jilgueros

besando el Camarín

con silentes vuelos

que de Amor sabe Prado,

de Amor Inmenso.

Ciudad Real queda prendida,

entre tus puertas encinta,

nos llevas hacia la Virgen

que, queda y mudita,

roba el corazón de sus hijos

con madejas de iridio y fintas

de alegres juvenales

que sus poemas recitan

a la Reina del viejo Prado

que de plenitud nos invita.

Que de Amor sabe Prado

Solo con mirarnos sin prisa.

  

¡Viva la Virgen del Prado!

 

He dicho.

 

Esta Exaltación se finalizó a el día 28 de junio del año del Señor de 2024, víspera de la fiesta de los Santos Pedro y Pablo.




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