Fotografía
realizada por Jean Laurent con motivo de la boda real de Alfonso XII con su
prima Mª de las Mercedes de Orleáns celebrada en enero de 1878
¿Os he dicho que cada día me gusta un
poquitín más Ciudad Real?
Pues sí, me gusta, ea. Aunque Reclus
dijera, y dijera la verdad, como lo estoy demostrando yo con mis huesos,
calcinados a través de la escasísima carne, hoy mojama, que los cubre, que este
era el clima más reseco del globo terráqueo, declararlo que me gusta esto, y,
si no cambian las tornas, y tengo la suerte de salir de aquí antes de que
empiecen a apretar los fríos, más que lo que ahora aflojan los calores, que es
el consuelo que me dan, cuando me resiento de los últimos, conservaré de la
ciudad de don Alfonso Diez y de don Sancho X, el más agradable de los
recuerdos.
¿Qué quienes fueron estos señores?
Ya os lo cuento otro día.
Repito que Ciudad Real me gusta cada vez
más: es una ciudad modesta, sin pretensiones de ninguna clase, en la que hace
más calor en el verano que en el invierno, y más frio en el último que en el
primero; con muy malos edificios en general, porque hay una Diputación
Provincial como para sí la quisieran algunas capitales que yo conozco, con
Ayuntamiento muy presentable, el Seminario Conciliar y el Casino de Ciudad
Real, que pueden hombrearse con cualquier similar; muy malas calles, muy mal
agua, peor pan y mucho, pero muchísimos, peores moscas. Tiene en cambio
excelentes alimentos, excelentísimo vino y eminentísimo queso, y tiene, sobre
todo esto la “Pandorga”.
Esa es precisamente la pregunta que he
venido haciendo a cuanto manchego se me ha puesto a tiro, desde que llegué a
estas hospitalarias “eras”, hasta el presente momento histórico.
¿Qué es la “Pandorga”?
Una fiesta muy antiquísima que se
celebra todos los años, me decía uno; la fiesta de “Las manchegas”, que “se
hace” en la noche del 14, en un tablado, que se coloca debajo de las ventanas
de la Sala capitular, “pa” que la vean bien los canónigos profesos, respondía
otro; ya lo verá usted, me contestaban los más.
Portada
de la revista “Vida Manchega” nº 189 del 25 de agosto de 1917, que nos muestra
a una señorita luciendo el traje típico de manchega
Pregunté a mi hostelero, probo manchego,
pues al mismo tiempo dueño, administrador, cocinero, maestresala y camarero,
con más cicerone indispensable para cuantos huéspedes posan en su castillo, y
me dio una explicación tan enrevesada, con citas del griego, del latino, del
francés y del alicantino, sacando a colación a Homero, Platón, Plinio, el
Viejo, Voltaire, Jovellanos y Navarro Rodrigo, que me convenció de la necesidad
de ir al Paseo del Prado, para presenciar la fiesta y salir de una vez de
dudas.
Y fui y vi y… tan obscuras; y eso que el
paseo contaba, además de la municipal iluminación, con la esplendente de la
terraza del casino.
Mucha gente, manchegas, manchegos y
forasteros; mucho calor, muchos apretones y bastante abuso del tacto, por parte
del elemento joven; en el susodicho tablado, a cañón pesado de los señores
capiluteros y a tiro del cuarenta y dos de nosotros, los que no tenemos más
cruz que la de la existencia, cuatro parejas de bailadoras y bailadores, con
los trajes típicos del país, cuatro cantadores, que iban a disputar el premio
de la respetada “Pandorga”, (¿si será la morcilla de la vecina Extremadura?) y
unos cuantos tocadores, con una hermosa bandera española y grandes jarras de
limonada (sangría), para suavizar las gargantas de los cantadores y alijerar
las piernas de los danzantes.
Estalló un polenque y empezó la función;
pero como a Dios no le plugo hacerme buen mozo y la gente que ocupaba sillas y
estaba delante de mí, dio en la gracia de subirme a ellas, solo pudo oír, sin
entender ni jota, parte del canto, y ver, por los intersticios manchegos, una
miaja de baile, que, por cierto, me pareció casi mejor que el queso; de modo
que a la hora de ahora estaría tan adelantado en cuanto a lo que es la
“Pandorga”, como lo estuve en cuanto a lo que era un soneto, cuando leí uno
catastrófico, de cuyo autor no puedo olvidarme. Afortunadamente, la común
desgracia trajo a mi lado a un vejete de Tomelloso que “me reconoció”
enseguida, me saludo muy afable y…
Mazantini con su
rondalla publicada en la revista “Vida Manchega” nº 189 del 25 de agosto de
1917
-No se ve nada, me dijo.
-Ni se oye, le repiqué.
-¡Bah! ¡Después de todo! De seguro no
saben cantar, ni bailar. ¿Se acuerda usted de “Paleta”, el de Poblete? Todavía
vive y con sus setenta encima el alma y los miles de trabajos que ha “sufrió”,
“entoavía” canta; no vamos a decir que con tanto pecho como estos mocetes, pero
con más estilo.
En nuestro tiempo sí que se cantaba la
“Pandorga”. ¿Se acuerda usted? Ahora… manchegas, y gracias.
“¡En nuestro tiempo!”
De
lo que resulta que las “pandorgas” eran unas manchegas de estilo especial que
se cantaban en otro tiempo, “en el mío”, y que yo soy una especie de
“pandorgo”, que estaría mejor en la cama que estudiando cantos y bailes
regionales.
“¡En
nuestro tiempo!”
¡Y
yo que vine aquí con la esperanza de conquistar a alguna rica molinera de
aceite o a alguna sabrosa fabricante de quesos!
¡Maldito
sea el queso!
Juan
Sierrapando. Ciudad Real 14 de agosto de 1916.
La Atalaya,
diario de la mañana. Santander, martes 22 de agosto de 1916, portada.
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