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jueves, 2 de octubre de 2025

MANUEL LÓPEZ-VILLASEÑOR

 



Qué fácil resulta profetizar al hablar de López-Villaseñor. Y es que ya hoy este pintor de Ciudad Real, patria de buenos pintores, es la más legítima y fundada esperanza de gran artista entre todos los artistas jóvenes de nuestra provincia. Su reciente éxito de público y de crítica en la Exposición que conjuntamente ha celebrado en Madrid, en la Sala Macarrón, con el notable paisajista López Torres (cuánto siento desconocer la obra actual de este excelente pintor manchego, ausente hasta ahora del certamen valdepeñero), no ha podido sorprender, por esperado y presentido, a cuantos hemos contemplado y analizado sus lienzos, llenos de nobles aspiraciones y de elevadas inquietudes artísticas.

El espíritu exaltado de este joven pintor anima toda su obra y en ella se refleja plenamente, sembrándola de selectas, ambiciones.

No sé cómo pintara Carlos Vázquez, el gran maestro de la pintura manchega, ya desaparecido, tan recién salido de la Academia de San Fernando como lo está ahora López-Villaseñor, pero dudo que, en sus mismas circunstancias tuviese, discernida y acusada ya, una tan manifiesta personalidad.

Porque lo que más extraña y admira en este artista, al menos a mí me produce extrañeza y admiración, y por ello lo declaro así, es la casi total ausencia de ajenas influencias de escuela o de maestro, tan frecuentes en los que, como él, apenas se apartaron de sus mentores artísticos. Aunque el acusar ascendencias nada tenga de demérito en ninguna obra de arte, si ésta es buena, ni quite fama a su autor.




Empezar a tener personalidad un artista, equivale a comenzar a ser maestro. Y eso es, en efecto, López-Villaseñor: un joven maestro. Un joven maestro, que sigue siendo discípulo. Pero discípulo de sí mismo. Es decir: que se ha buscado y se ha encontrado a sí propio, artísticamente hablando. ¡Y cuántos artistas se han perdido para siempre en esta infructuosa y difícil búsqueda! Todo lo expuesto hasta aquí, aunque parezca hiperbólico, lo acredita y avala su obra. Díganlo por mí, y mucho más elocuentemente sus valientes y acertados autorretratos, de tanta sobriedad como honradez artística. Y sus magníficos bodegones, que, aunque no hayan satisfecho al señor Camón Aznar, yo sigo estimando, por su sencillez, por su acierto de colorido y por los máximos efectos logrados con los mínimos elementos de composición, como de los mejores lienzos salidos de la paleta del joven pintor. (Así, al menos, lo acredita el hecho de haber sido adquirido uno de ellos por el señor marqués de Lozoya,. director general de Bellas Artes y persona de gran prestigio y autoridad. en la materia). Y el aguafuerte premiado en el Certamen. Entre Artistas Manchegos, celebrado en Ciudad Real el pasado año. Y aquel otro galardonado por el Ayuntamiento de Madrid, en un concurso entre alumnos de San Fernando. Y sus viejas y sus moros, de certera y segura pincelada y perfectamente dibujados.

La inquietud artística de. López-Villaseñor, su afán de superación, tradúcense en esa elevada ambición temática de sus últimos cuadros (tales: La muerte de Desdémona, primer premio en la VIII Exposición Provincial de Artes Plásticas, celebrada el pasado año en Valdepeñas, y el Retrato del Excmo. y Rvdmo… señor Obispo Prior de las Ordenes Militares), en los que, si bien la crítica, desorientada casi siempre al enfrentarse con artista no encasillado, señala y apunta defectos— ¿dónde la obra artística perfecta?—, no ha podido por menos de elogiarlos por los indudables aciertos conseguidos al resolver toda la serie de dificultades que el pintor, para demostrar el dominio de la técnica, se ha planteado en ellos.




Cuadro de gran factura y empeño el segundo de los citados, en que el autor se nos muestra como excelente pintor de caracteres al tratar las tres figuras que lo integran, espero y confío, muy fundadamente, que ha de llamar de seguro la atención en la próxima Exposición Nacional, a la que no dudo será enviado por López-Villaseñor.

No es muy pródiga en colorido la paleta de este pintor manchego, que recuerda un algo a Zurbarán y al Greco en sus tonalidades, pero saben mezclar con tal acierto sus pinceles, que sus cuadros resultan jugosos y entonados precisamente por ese acierto que sabe imprimir a sus mezclas, de una fuerza y un vigor poco comunes.

«Hay algo tumultuoso en su pintura», ha dicho un crítico madrileño con motivo de su reciente Exposición. Y a continuación añade: «El tumulto parte de la arrolladora manera con que el pintor lanza las masas de color». Y así es, en efecto. Pero, además, esa tumultuosa manera de pintar es el reflejo del tumulto espiritual en que el pintor se agita, ya que Dios, porque así lo ha querido, en el cuerpo feble de López-Villaseñor ha encerrado un espíritu recio y vigoroso, capaz de las más árduas empresas, que lucha y se revela tumultuosamente, dentro de su actual prisión, por imprimir a sus actividades el sello inmarcesible de lo imperecedero. Un espíritu, en fin, que no pudiendo pasar a la posteridad por otros derroteros, se ha empeñado en conseguirlo por los caminos del Arte, amoldando de este modo todo su afán de infinito a las posibilidades del cuerpo en que su Creador le infundió aliento vital.

Con esa fuerza espiritual que lleva dentro de sí Villaseñor, hubiera sido santo si hacia la Iglesia encaminara sus pasos, conquistador de mundos de haber vivido en la época gloriosa de los descubrimientos, forjador de epopeya si la milicia fuera su destino... Pero si ya no santo, ni conquistador, ni milite, será pintor, pues que sus obras de hoy son ya, según ajenas y autorizadas afirmaciones, «una realidad que promete realidades más venturosas todavía», y «un paso firme hacia lugar alto donde haya de asentarse un nombre». Será pintor. Sí. Y dará gloria y fama a su región.

Tengamos fe en su destino y en su obra, cerrando esta crónica con aquella expresiva y esperanzada palabra con que la Iglesia, cual divino broche, da fin a sus oraciones: Amén.

Antonio Merlo Delgado. Revista “Albores de Espíritu”, Número 20 junio de 1948



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