Vista
de los “Portales tristes” antes de las últimas demoliciones producidas en él
Esto viene de antiguo. Éramos muy niños
y ya se les conocía con este nombre. Se trata de los soportales de la derecha
de la Plaza del Ayuntamiento, según se mira al mismo. Supongo que esta
denominación ya no existirá, pero siguen los “portales tristes”, a pesar de las
innovaciones de sus establecimientos, a pesar del pasaje –que evidentemente, no
puede ser más triste-. Esta zona de nuestra Plaza, está más o menos condenada,
al ostracismo. Le ocurre lo que a tantas personas que, sin saber por qué, no
acaban de salir de su anonimato, pese a sus intrínsecos valores.
¿Es su sino? Tal vez, pero la única
razón que les hace menos transitables, más apagados, menos frecuentados es el
hecho de encontrarse a contramano dentro del tráfico normal de la ciudad. Sin
embargo, de triste poseen bien poco ya, ya desde antiguo. En la esquina opuesta
a la farmacia de Calatayud, estuvo siempre el Bar del “Niño Gloria”, donde casi
era frecuente la fiesta guitarrera y flamenca. Por allí pasaron cantaores y
artistas de postín. Sin embargo el pueblo lo ignoró casi siempre, porque fuera
de tener cerca sus valores, los desprecia o les quita importancia.
En mitad de los “Portales tristes”
estuvo, y aún, creo, que continúa, la taberna de “Paco”, otro guitarrista de
primera, donde tampoco era extraño el cante o la tertulia. Pero el pueblo en su
costumbre prefirió pasear por los de enfrente, con lo que los fue apartando
como si de algo contagioso se tratara. Y es que el hombre, pese a Aristóteles y
a otros definidores de aquél, no es sólo un animal racional, sino también de
costumbres, y éstas hacen llaga, mella, huella que resulta difícil cicatrizar
en poco tiempo.
No sé si por romanticismo o por llevar
la contraria, cuando vengo a Ciudad Real, me gusta pasear por estos soportales,
frente a la costumbre y al abigarramiento de los fronterizos. Uno se siente
aquí distinto, más en su ser, con más voluntad de pueblo si cabe, porque seguir
la corriente es lo fácil, lo cotidiano, aparte que resulta más grata esta breve
soledad frente a la masa, no por masa, contra la que no tengo nada, pues ¿Quién
no se ha sentido o se siente masa alguna vez? Tampoco es denigrante ser masa,
pero es ciertamente mejor la individualidad, la acogedora soledad de los “soportales
tristes”, en que uno puede contemplar al resto y meditar y tomarse unas copas
en los dos o tres –no estoy seguro- bares que hay y que rompen el adjetivo de
tristes.
“Casa
Braulio” fue durante Semana Santa lugar de referencia, por ser lugar donde se
cantaban saetas
En esta parte de la derecha de la Plaza,
y lo digo sin connotación política alguna, uno se siente más yo, más personal,
más miembro de la localidad que en la obra parte, en que todos van a lo suyo o
se saludan con un “hasta luego” que jamás llega. Aquí la parada es obligada
porque no hay prisas y no cabe el “hasta luego”, tan poco real como a veces
hipócrita. Aquí en los “Portales tristes”, hay que detenerse y hablar con el “otro”
y preguntarse. No queda más remedio, porque nadie entorpece la conversación, ni
puede eludirse al encontrarse.
Qué pena que en una ciudad, tan pueblo
como Ciudad Real, uno tenga que pasear por estos soportales para encontrarse
con un amigo, que hace años no vemos, porque en los de enfrente pasamos de
largo en virtud –que no es tal- de la prisa, de la gente, como si se fuera a
algún sitio urgente. Qué lástima de aquellos años en que “Niño Gloria” o Paco Carrión
o Mazantini, frecuentaban estos soportales con su carga de humanidad y de
gracia festera, sólo conocida por unos pocos que hoy, seguro se alegran de este
recuerdo que traigo a mis conversaciones, ¿verdad, amigos, que sí? La vida etiqueta,
no sólo a las zonas de una ciudad, sino a los hombres, y esto es lo peor, pero
así es la vida y hay que soportarla hasta el fin… por más empeño que pongamos
en lo contrario.
Francisco
Mena Cantero. Diario “Lanza”, 25 de diciembre de 1986.
Vista
actual de los soportales de los “Portales Tristes”
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