III
En ensueños transportada
halló a la hermosura impía;
rica flor jamás hollada
que cerró el cáliz airada
al oír—¡Ave María!
Dá un paso más, pero al ver
belleza tal, para luego,
y gime aquella mujer
sin llorar; no puede haber
lágrimas en donde hay fuego.
Su mirada penetrante
en el mozo arrogante
que turbó su sueño, aleve,
y aquel hombre no se atreve
a dar un paso adelante.
El vencedor antes fiero
vé que a veces suelen ser,
más temibles que un acero
en las manos de un guerrero,
los ojos de una mujer.
Mas al fin dice:—Temblar
ni defenderte es en vano,
ningún mal puede causar
cuando lía dicho algún cristiano
«Ave María,» al entrar.
Ni te asustes, ni te asombres
ni tu paz de diosa alteres,
no soy ladrón de placeres;
quien sabe dominar hombres
sabe respetar mujeres.
—¿A que vienes
—A buscarte
—¿Y con arte tan villana?
—De los tuyos es tal arte,
pues vengaré con robarte
el robo de una cristiana.
Y si por tu mala estrella
el hurtador enemigo
ha maltratado a mi bella,
¿Lo oyes bien? haré contigo
lo que hayan hecho con ella.
—Cristiano, por fin venció
tu fuerza; nada sufrió
la que vienes á vengar
yo la mandé aprisionar
por ser más bella que yo.
—Vive Dios, grande jornada
vá a ser hoy por Belcebú,
que al libertar la cuitada
para dar honra a mi espada
llevaré dos; ella y tú.
IV
Intrigadas son las dueñas
por el suceso de anoche
que con formas diferentes
todos los labios recorre.
Tristes están los infieles
por dos desgracias enormes:
hánles matado a su jefe
y hánles robado dos soles:
un sol quitado al cristiano
y otro sol de sus amores.
Alegres por e1 contrario
están los cristianos nobles
que, aunque no saben de fijo
en que pararán las voces,
fían en la buena estrella
del que hizo sus intenciones.
Así llorando y riyendo
suenan varios é inacordes
santones en las mezquitas
y campanas en las torres.
V
Ya no llora el viejo padre,
no tiene porque llorar;
ha recobrado a su hija
y en su poder además
tiene a la mora envidiosa
de sus encantos rivál.
¿Y quien hizo la proeza?
aquel mozalvete audaz,
el de la gran estatura,
el de fuerzas de Titán,
al que adoran mil doncellas
tras el velado cristal,
el que yendo a Andalucía
a los moros vencerá;
el hazañoso, el valiente
Hernán Pérez del Pulgar.
Rafael López de Haro. Leyendas en
verso, imprenta El Labriego 1898
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