Escrito está, por ahí, que “descansar es variar de trabajo” y como, a los que estamos dedicados a la enseñanza, nos es dado el descanso en el verano, “descansar” y “veranear” –“pasar el verano es otra parte”—vienen a ser la misma cosa, pues, para mejor “descansar”, casi siempre cambiamos de lugar de verano: la llanura por la sierra; la tierra, estática, por el agua; las refrescantes olas marinas por el polvo de los surcos paniegos, sudorosos; las carreteras por las playas, o éstas por aquellas; el mapa, la regla, los herbarios, los artrópodos, Arquímedes, Cajal, Cicerón, Virgilio, Lope, Cervantes por la contemplación simple, o la lectura, o el aburrimiento, o la soledad, o el jolgorio, o el “trotamundos”, o la meditación, o el pincel, o el violín, o la caminata, que todas y cada una de estas cosas tienen el valor, valioso, del contraste, del “descanso” en las obligaciones, de “veraneo” reparador.
Elegí, para “veranear”, la paz sosegada y
jugosa de recoleto patio manchego con un árbol copudo; mucho sol; enredaderas
que trepan para elevar sus cálices hasta las moriscas tejas; malvas que
florecen en guirnaldas a lo largo de sus tallos eréctil es; geranios que
revientan su pujanza en blanco, rojo, rosa; aromas de jazmines y de pericones;
gorriones que chillan, en lo alto y hormigas que trajinan por los desiguales
cantos rodados, cuarcitosos, del empedrado; nubecillas que juegan, a la luz y
sombras, con el sol de justicia de agosto en la meseta; armonioso, desacordado,
concierto de las voces del gallo viril, el borrico en celo, la codorniz y,
entre frescas hojas de lechuga, en jaula de alambre del grillo. En la maraña de
la hiedra, bate, desesperada, sus alas una mosca presa en la tela de la
barriguda y cruel araña, y abejorrea el moscardón de siesta, tropezando con las
paredes, al buscar su nido y, cuando el sol escapa y cae la noche, lluvia de
papelillos, relucientes, de Vía Láctea; plata lunar, y remusguillo, fresquito,
que mueve, suave, con miedo, hojas y ramas, y más aromas de jazmín, y más
silencio; más paz; más sosiego.
Pero, una noche oscura, la luz eléctrica rasgó las sombras del patio. Perdonado le sea su pecado, pues me proporcionó el gozo de la compañía de un buen libro. De formato agradable, de impresión clara en excelente papel; de ilustración precisa; de interesantísimo contenido; editado, en 1960, “merced al interés del Excmo. Sr. Gobernador Civil y de la Escuela Sindical de Ciudad Real” y “como fruto de un concurso convocado en el año 1951, por el Departamento de Seminarios de F.E.T. y de las JONS”. Se titula “Aportación de Ciudad Real y su Provincia a la Historia de España” y lo firma el profesor del Instituto Laboral de Daimiel, don Francisco Pérez Fernández.
Con esto se justifica la indulgencia para la electricidad, profanadora, de la noche en un patio manchego, pero no el parco calificativo de un “buen amigo” dado a este libro, pues, para ser justo, debió poner “sabio, interesantísimo, ameno y necesario, buen amigo libro de Paco Pérez.”
Con fluidez de galana prosa de veterano escritor; con erudición de sagaz investigador; con el gran cariño que profesa a su tierra; con sencillez que encanta; como quien no quiere la cosa, desarrolla el profesor Pérez Fernández su obra. Distribuyendo también la materia, en los XII capítulos que la integran, y con tino tal, que, a pesar de la diversa importancia que para la Historia de España tiene los hechos narrados, ningún capítulo sobresale a otro y todos son doctos, pariguales.
Estimula al doctor, a lo largo de 102
páginas, con datos, con comentarios y juicios valiosos, justo, precisos; con
bibliografía eficiente; con exposición impecable; posándose, sin olvidar
ninguno, sea prospero o adverso, en cada acción, persona, personaje, obra de
Arte, episodio –Calatrava, Alarcos, Salvatierra, Montiel, la Santa Hermandad,
el Porta Paz de Uclés, Pérez del Pulgar, Loaysa, Almagro, Balbuena, Santo Tomás
y los dos beatos almodovenses, Espartero, la guerra de la Independencia, el
Manifiesto de Manzanares, Monescillo—y salta de una cosa a otra, ordenadamente,
pero hábil y ágil, como quien juega, luego de dejar abierto, haciéndolo llano,
el áspero y dificultoso camino a seguir por el que quisiera llegar,
meticulosamente, a la entraña de cada acaecer de nuestro pasado. Pretende hacer
un cuestionario, unas estampas, pero su sabiduría derrota a su modestia y surge
la historia concisa, pero seria, justa, real, amena, de nuestra provincia,
desde la Prehistoria al presente.
Es un trabajo que nos estaba haciendo falta y ha llegado.
¡Ah!, Paco si el tiempo lo hubiera permitido, te diera, sacados de las manuscritas memorias de mi abuelo don Julián Alonso, guerrillero de la Guerra de la Independencia, datos sobre “El Ocho” al que conoció y de quien escribió, para que completaras y modificaras, un tanto, su biografía. En algún momento lo harás.
Mi biblioteca, escuálida en todo y en especial en cosas manchegas, se enriquece, hoy, al ocupar en ella un muy destacado lugar las bienvenidas “Aportaciones de Ciudad Real y su Provincia a la Historia de España” de don Francisco Pérez Fernández, señero profesor del Instituto Laboral de Daimiel, que con complacencia leí, y varias veces releí para aprender en recoleto y apacible patio manchego, que un luminoso punto eléctrico sacó de las tranquilas sombras de la noche para dejarme saborear tan preciado regalo.
Julián Alonso Rodríguez. Diario Lanza jueves 28 de Julio de 1960.
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