D. Francisco del Campo Real en la
presentación de su libro “Mártires de
Ciudad Real. El Obispo Narciso de Estenága y diez de sus diocesanos mártires”
el 6 de junio de 2007. Junto a él se encuentra el Nuncio de España en aquellos
Monseñor Manuel Monteiro de Castro y los sacerdotes José Luis Restan y Jorge López.
Ayer fue la fiesta de los Beatos
Monseñor Narciso Estenága Echeverría (Obispo) y D. Julio Melgar Salgado
(Secretario del Sr. Obispo). Por este motivo a continuación reproduzco la homilía
del Canónigo Penitenciario, M. I. SR. D. Francisco del Campo Real, que pronunció
ayer en la misa de las 10’30 horas en nuestra Catedral.
“Hoy día 6 de noviembre –con el
corazón agradecido, con la mirada puesta en el Cielo- en la liturgia recordamos
a los 498 mártires del siglo XX en España, beatificados en Roma el 28 de
octubre de 2007. La Iglesia
universal reconoce en ellos “el supremo
testimonio de fe y de caridad con el derramamiento de su sangre”, y los
declara más íntimamente unidos a Cristo junto con la Virgen María y los santos ángeles
tributándoles especial veneración. La Iglesia de Ciudad Real se honra de sus hijos con
orgullo de madre, dieron y entregaron su vida por la fe de nuestro Señor
Jesucristo. Eran hermanos nuestros: el Sr. Obispo y 10 compañeros: cuatro
sacerdotes diocesanos, 5 del Instituto de los Hermanos de las Escuelas
Cristianas, y un varón laico, mártires de la persecución religiosa en el verano
de 1936. Sus nombres son: Monseñor D. Narciso de Estenága Echevarría
Obispo-Prior de las Ordenes Militares; D. Julio Melgar Salgado (secretario del
Sr. Obispo), D. Feliz González Bustos, D. Justo Arévalo Mora, D. Pedro Buitrago
Morales (sacerdotes que ejercían el ministerio en Santa Cruz de Múdela); 5 hermanos
de las Escuelas Cristianas del Colegio de San José (“La Salle ”) en esa misma
localidad: Agapito León, Josafat Roque, Julio Alonso, Dámaso Luís y Ladislao Luís;
y el primero de los mártires seglares de la diócesis, Álvaro Santos Cejudo,
padre de familia, ferroviario de profesión y natural de Daimiel. “Estos once Siervos de Dios sufrieron la
muerte por Cristo, todos con la esperanza de la vida eterna y todos perdonando,
por lo que el pueblo los tuvo por mártires de la fe”.
Los once mártires que ayer recordaba la
iglesia diocesana de Ciudad Real.
En este verano, Benedicto XVI,
nos ha recordado como: “la fuerza para
afrontar el martirio nace de la profunda e íntima unión con Cristo, porque el
martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano,
sino la respuesta a una iniciativa y a una llamada a Dios; son un don de su
gracia, que nos hace capaces de dar la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia , y así al mundo”.
En efecto, “Si leemos la vida de los mártires
quedamos sorprendidos por la serenidad y la valentía a la hora de afrontar el
sufrimiento y la muerte: el poder de Dios se manifiesta plenamente en la
debilidad, en la pobreza de quien se encomienda a él y sólo en él pone su
esperanza (cf. 2 Co 12,9). Pero es importante subrayar que la gracia de Dios no
suprime o sofoca la libertad de quien afronta el martirio, sino, al contrario,
la enriquece y la exalta: el mártir es una persona plenamente libre, libre
respecto del poder, del mundo: una persona libre, que es un único acto
definitivo entrega toda su vida a Dios, y en un acto supremo de fe, de
esperanza y de caridad se abandona en las manos de su Creador y Redentor;
sacrifica su vida para ser asociado de modo total al sacrificio de Cristo en la
cruz. En una palabra, el martirio es un gran acto de amor en respuesta al
inmenso amor de Dios”
Probablemente nosotros no estamos
llamados al martirio, pero “ninguno de nosotros queda excluido de la llamada
divina a la santidad, a vivir en medida alta la existencia cristiana, y esto
conlleva tomar sobre sí la cruz cada día. Todos, sobre todo en nuestro tiempo,
en el que parece que prevalecen el egoísmo y el individualismo, debemos asumir
como primer y fundamental compromiso crecer día a día en un amor mayor a Dios y
a los hermanos para transformar nuestra vida y transformar así también nuestro
mundo” (Catequesis del santo Padre en la audiencia general del miércoles 11 de
agosto de 2010, en Castelgandolfo). Nuestros mártires son ahora un espejo en el
que mirarse y un camino a seguir. Espejo para mirar y aprender. Y camino que
seguir e imitar. Unidos a las intenciones del Papa, por intercesión de los
santos y de los mártires pidamos al Señor que inflame nuestro corazón para ser
capaces de amar como él nos ha amado a
cada uno de nosotros.
Pintura del Beato Justo Arevalo y Mora en
la bóveda de la Parroquia
de Nuestra Señora de la
Asunción de Miguelturra.
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