Así
eran los antiguos patios ciudadrealeños. En concreto el de la foto es uno de
los patios de la casa de Julián Alonso en la calle Estación Vía Crucis, fotografía
realizada por él mismo
Gran placer había de producirse, y
entiendo que a ti, lugar en las lindes, claras y precisas a veces o difusas y
confundidas otras, de los barrios cristiano, moro y judío de la real ciudad,
para señalar la extensión de ellos, al correr de siglos e incidencias, y marcar
la importancia que te dieron sus pobladores, pero barrio dificultoso es eso
para quien liviano es de mollera, tasado esta de tiempo y más ahora si ha de
poner al día lo que atascado encuentra al regreso de inopinado y penosísimo viaje
llevado hasta los más cercanos confines del más allá, afortunadamente me ha
devuelto a desde donde, quien puédelo todo, estos trillados y retorcidos
caminos de la vida por los cuales, y lo certifico, tan bien se va, sea en recto
o en quebrado, sea con polvo o sea con lodo. Y, de pasada, te cuento que no por
voluntad propia me metí en berenjenal de
esa envergadura, pero, una vez rematada con bien la aventura, me siento
orgullosico y muy superior a ti que, como no conoces aquellos parajes y paisajes,
no puedes percatarte de lo que, recorriéndolos se aprende; de lo que se siente,
¡y de lo que siente uno después!... “¡Quien supiera escribir!”
Dios queriendo, medraremos algún día en
la empresa delimitadora de los barrios de Ciudad Real, pero, mientras ello
viene, adentrémonos, por las buenas, en el recinto del moro, que, la
consecuencia del acaecimiento de las Alpujarras, creció tanto como para
desbordar sus antiguos linderos de la Cava y de la calle de Morería y llegarse
hasta las de Ciruela y de Infantes, o más, y confluir con los otros barrios en
las cercanías de la plaza mayor y la Feria; pero sujeto y cercano, por poniente y mediodía, con los lienzos de
muralla en que se abrían al campo las puertas de Santa María y Alarcos.
¿Por qué, cuándo del barrio casi nada
queda, no se cuida, acicala, con juicio, y conserva, como reliquia de la morería
ciudarrealeña, ese grupito de casas que forma el rincón con tan ensoñador y de
tanto carácter de la Lentejuela, haciéndolo intocable para la odiosa piqueta
demoledora y para el no menos odioso, egoísta, indecoroso e inculto y roñoso
deseo de lucro?
…Y era de ver como aquel barrio moro,
populoso, agricultor, laborioso, inteligente y sufrido, lleno tenía su recinto de
huertos y vergeles, grande era su mezquita, quizá enclavada por donde ahora el
Instituto de Sanidad se alza; famosa su madrisa: los patios cerrados, y en los
nombres de las calles de dilatados muros, blancos, con escasos y ruines
ventanicos, florecía, y sigue floreciendo, nuestra castellana y castiza
vegetación silvestre.
He aquí una calle. La primera que, por
la acera de la izquierda, se inicia en la de Morería, arteria principal del
barrio.
La
calle de la Jara en los años cincuenta del pasado siglo
CALLE
DE LA JARA
Jaras y encinas dan carácter al paisaje
de la España seca. La encina es un árbol: Las jaras son matas leñosas, que en
la especie común, sus tallos alcanzan hasta dos metros de altura y son pardo
rojizos y están embadurnados de secreción viscosa y pegajosa. Las hojas son
brillantes, y las flores blancas, blanquísimas, se abren en primavera. Los
frutos, secos y estéricos, se conocen con el nombre de “trompillos”. De la
citada secreción resinosa de los tallos, se obtiene el láudano. La jara es
excelente combustible. A carretadas traían la jara, arrancada con raíz y todo,
para calentar los hornos paniegos, y en hacecillos, llamados “estudiantes”, la
venden para los hogares pobres.
La calle de la Jara aún conserva recio
sabor sarraceno. Une la ruidosa de Morería con la del Alamillo Alto.
Silenciosa, vacía de gente, esta rellena de jalbiego en sus muros blancos,
escuetos, cegadores al sol. Aun parece añorar las Alpujarras y Alarcos.
Ese borriquillo de las aguadoras, ¿irá
al alcaná? ¿Será Zulema la moza que cruza con el cantaro, rebosante, al
cuadril? Aquel hombre que camina pegado a las tapias ¿irá a colocar arcaduces
nuevos en la noria para que corra más agua por la reguera, para que centellee
más el sol en ella, para que cuajen más hortalizas y huelan más el pangino y la
albahaca del huerto?
Contrastes: Jara es palabra árabe y
significa inmundicia, basura, excremento. Puede que por lo pegajoso y sucio del
tallo llamaran así a la planta. Puede que, muy en violento contraste con lo
antes dicho, la calle fuera, en sus primeros tiempos y por lo recoleta,
vertedero de basuras y aguas, del abundante contingente moro frecuentador de la
vecina mezquita mayor. Por ello, antaño, muy acomodado y propio le vendría el
nombre de la Jara; la suciedad. Como hoy el de la jara, agreste planta de
nuestros montes con blanca, bella flor.
Una
vista de la calle Alamillo Alto en los años cincuenta del pasado siglo
CALLE
DEL ALAMILLO ALTO
En los lugares templados y fríos de
nuestro país viven los álamos. Botánicamente se incluyen en el género Poulus –que
significa agitar, aludiendo a la gran movilidad del limbo de sus hojas- y
distribuido en 16 especies: Álamo blanco, álamo negro, álamo temblón… Son los
álamos o chopos, árboles de sombra y de ribera, de fácil arraigo, de rápido
crecimiento, originando típicas alamedas en galería a lo largo de los ríos;
choperas. A veces bordean los caminos. El álamo negro es frecuente; el blanco vistosísimo
por las hojas plateadas y los tallos blanco-grisaceos; el bastardo, semejante a
este, tiene, sin embargo, las hojas de diferente forma y es muy característico de
la Mancha. Por acá, la gente, con notoria impropiedad, suele llamar álamos a
los olmos.
Hermana gemela y paralela de la calle de
la Jara, y silenciosa como ella, es la del Alamillo Alto.
El empedrado, roto y picudo, reluce de
bien partido. ¡Como que lo pulen las mozas guapas del Alamillo Alto con escobas
de algarabía!
“Con escoba chiquita,
niña
no barras,
que se te ven los picos
de las enaguas”.
Yo pase por la calle del Alamillo Alto
una noche sin luna y sin luz. Las estrellas cernían sus lentejuelas de plata
sobre la calle y no llegaba su brillo al empedrado. Cruzó una sombra con ruido
de albarcas; un perro ladró en la rendija de la portada falsa; olía a vino
vertido y a plato caliente; sonaba una guitarra. Recordé las calles de El
Toboso paseadas con emoción de peregrino cervantino, quijotil, en una serena y
oscura madrugada de verano.
La calle del Alamillo Alto me hizo el
regalo de algo remoto, olvidado: ¡Un gañan hablaba con su novia por la ventana!
Decidme si no es galán ese espectáculo, inopinado, en la era vulgarota del
brazo al pescuezo, por la calle, y pareja por banco, y apretadica, en los
paseos…
-¡Era mejor platicar con la moza el sábado
por la noche, cuando veníamos de remate, tapados con la manta colga a la reja!-
me dijo un labriego, con no sé si cuatro duros de edad, que venía a mi vera.
-¡¡Pues lo hemos apañao!!- pensé y no
rechiste.
Julián
Alonso Rodríguez. Diario Lanza jueves 23 de mayo de 1957, página 3.
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