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lunes, 3 de febrero de 2025

EL TORREÓN DEL ALCÁZAR (I)

 


I

Visten de galas lucientes,

lucientes como sus armas,

de rojo los caballeros,

de blanco todas las damas.

En las altivas almenas

muchas banderas gallardas,

pregoneras de victorias

ondean abrillantadas

por un sol de primavera,

de primavera galana.

Lujosas en el castillo

están las góticas cuadras.

En romances hay cien bardos

cantando glorias pasadas,

que no menos se merece

el huésped a quien se aguarda.

 

Ya á lo lejos se divisa

la comitiva preclara

que como golpe de fuego

entre la verdura avanza.

El Rey a caballo viene,

flota en el aire su capa

y al sol le roba sus luces

el explendor de sus galas.

Un caballero realengo

a la diestra del Rey marcha;

a la izquierda van los nobles

jinetes de la Real guardia.

Delante van dirigiendo

las señoriales mesnadas,

y detrás marchan las tropas

con banderas castellanas.

Es el Rey Don Juan Segundo,

el generoso monarca;

por eso galas lucientes,

mas lucientes que sus armas,

visten de rojo los hombres,

visten de blanco las damas.

 

II

La historia de Ciudad-Real

parca entonces en anales,

no contaba festivales

como era aquel festival.

Raya hizo de galanuras

el monarca Juan Segundo

y se habló por todo el mundo

de manchegas hermosuras.

 

Fue con todos generoso

y queriendo dar ejemplo

no dejó santo ni templo

sin un presente valioso.

 

De gracias en aquel día

con carta-puebla famosa

le dio a Cibdarreal gloriosa,

todo cuanto merecía.

 

Beneficios de su ley

otorgó con profusión;

pero echó negro borrón

sobre su historia aquel Rey.

 

En la señorial morada

que lo hospedó con grandeza

existía una belleza

como una perla encantada;

hija del noble señor

de tan hermosa figura,

como trazada escultura

por el cincel del amor.







Asomada veces pocas

tras el torreón gigante

como ignorado brillante

lucía solo entre rocas.

 

Ni la conoció un doncel

ni la cortejó un galán;

de su padre el noble afán

fue educarla solo él.

Así gozaban los dos

de dulce, tranquila estrella,

él, recreándose en ella;

ella amando en él y en Dios.

 

El monarca castellano

descubrió el rico tesoro

más apreciable que el oro

que aprisionaba su mano;

y sintió tal emoción

ante la virgen sencilla

que como él reinó en Castilla,

reinó ella en su corazón.

 

III 

Se vieron. Ella, la hermosa,

al fijar en él sus ojos,

con los colores más rojos

sus mejillas adornó.

 

El, osado y atrevido,

fijó en ella tal mirada,

que para siempre clavada

en su corazón quedó.

 

El le habló de cosas nuevas

y ella oyó frases de amores

como reciben las flores

el primer rayo solar;

con promesas deliciosas

dormido volcán se enciende

y aquella mujer comprende

que ha nacido para amar;

que sus ojos tan azules

como la esperanza bella

deben de servirle a ella

para expresar su sentir;

que sus labios donde puso

el cielo otro cielo impreso

sirvan para dar un beso,

que ya pugna por salir;

que las flores aromosas

por primavera enviadas

y por ella antes guardadas

para adornos del altar;

pueden también orgullosas

multiplicar sus hechizos

recostadas en sus rizos

que las saben enredar.

 

Rafael López de Haro. Leyendas en verso, imprenta  El Labriego 1898

 




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