Puerta
de entrada al Alcázar Real de Ciudad Real, fotografía de los años cuarenta del
pasado siglo XX de Julián Alonso. Colección Liberto López de la Franca
Si, en el Alcázar de nuestra ciudad, un
día del mes de agosto del año 1275, muere el infante don Fernando de la Cerda,
a la edad de 20 años. Así consta en todas la crónicas. Hoy, vamos a dedicar
unas líneas a la figura de este príncipe, y a las circunstancias que rodearon
su vida y su muerte.
El infante don Fernando, era hijo de
Alfonso X el Sabio. Se le podría designar con el sobrenombre de “El Deseado”.
El Rey, siendo infante, había contraído matrimonio con Violante de Aragón. Como
paraba algún tiempo y la reina no presentara signos de maternidad, se preparó
la separación matrimonial. El monarca entró en negociaciones con el rey de
Noruega. Solicitó la mano de la princesa Cristina; cuando esta princesa llegó a
Castilla, la reina había dado luz una infanta, después a otra y por fin, en
Burgos, nacía en 1255 un hijo varón: El infante don Fernando, que fue jurado y
declarado infante-heredero de la Corona castellana, (hasta el siglo XIV no se
dio a los herederos el título de Príncipe de Asturias).
Si el nacimiento de un heredero siempre
llena a las Cortes reales de la mayor alegría, podemos imaginarnos con qué
júbilo se recibió a este niño de tan alto linaje: Hijo de Alfonso X el Sabio y
de la reina doña Violante; nieto por línea paterna de Fernando III el Santo, y
por línea materna, de Jaime I de Aragón, que en su día llegaría a ser yerno de
San Luis, Rey de Francia, sobrino de los Reyes de Inglaterra y descendiente del
Emperador de Alemania.
Su educación corrió a cargo de don Jofre
de Loaysa. Se le preparó para desempeñar sus funciones de rey, según el ideal
caballeresco de la época, ejercitándose en el manejo de las armas; pero no
olvidemos que era hijo de un Rey Sabio, hombre superior a su época, de ahí que
el infante recibiría una formación, que unido a sus condiciones naturales hizo
que se distinguiera ya desde niño por su prudencia y valor.
No vamos a detenernos en narrar los
distintos hechos de armas en los que intervino a lo largo de su corta vida en
Sevilla y Navarra; ni en negociaciones diplomáticas que llevo a cabo con la
nobleza. Ni tampoco podemos detenernos en el acto de la Primera Misa del
infante don Sancho de Aragón, como arzobispo de Toledo, el día de Navidad a la
que asistió junto con sus padres y abuelo, Jaime I el Conquistador.
Birrete
de Fernando de la Cerda 1255-1275
En estos momentos la corte castellana,
con una frase actual, diremos que era de gran apertura al exterior, y la boda
del infante fue de tal magnificencia y boato, que ha sido recogida por los
historiadores como las bodas celebradas con mayor esplendor, no sólo en
Castilla, sino en todos los reinos peninsulares, e incluso de Europa. La
relación de las personas reales asistente al acto de Burgos, nos da una lección
de Historia Europea Medieval.
Casó don Fernando, el 30 de noviembre de
1269 en Burgos, como hemos dicho, con la Princesa Blanca de Francia, hija del
Rey San Luis. En el cortejo figuraban los Reyes de Castilla, don Alfonso y doña
Violante; el Rey de Aragón, Jaime I el Conquistador; el Rey Moro de Granada,
Mahamud Alamar; la Emperatriz de Constantinopla, María; los príncipes herederos
de las coronas de: Francia (más tarde, Felipe III), de Inglaterra (Eduardo I);
de Aragón (Pedro III); los Infantes de Castilla, hijos de Alfonso X; los infantes,
hijos de San Fernando; el Infante don Alfonso de Molina, hermano del Rey Santo,
tío abuelo del novio; el Marqués de Monferrato; el Conde de Deu; hermano del
Rey de Jerusalén; además de los prelados, nobles, ricos-hombres, de Castilla,
Aragón, y nobleza de Francia, que habían venido acompañando a la novia.
No es difícil imaginar el aspecto de Burgos en aquellos días, al
admiración del pueblo, cuando desfilaran ante sus ojos el cortejo formado por
castellanos, aragoneses, , franceses, moros, ingleses y alemanes, además de las
treinta damas enlutadas, habían llegado a Burgos, acompañando a la Emperatriz
de Constantinopla, que había solicitado, del monarca castellano, ayuda
económica para libertar a su esposo, Balduino II, prisionero de los turcos.
Actuó en la ceremonia, el arzobispo de
Toledo, infante Don Sancho, tío del novio. En el tesoro de la Catedral de
Toledo, se conserva la casulla del arzobispo Don Sancho, con uno de los ropajes
más bellos de los talleres árabes.
Durante 30 días, los reyes castellanos
atendieron a sus huéspedes. Se celebraron torneos, justas, juegos de ajedrez y
recitales de música, que causaron admiración de los extranjeros. Las miniaturas
de las Cantigas, nos dan a conocer el refinamiento y el buen gusto de la Corte
en aquellos momentos. El Rey Alfonso armó caballero al infante don Fernando, y
éste a su vez, a sus hermanos los infantes don Juan y don Pedro. La felicidad,
puede decirse que fue completa al llegar, precisamente, en aquellos momentos,
los embajadores de Alemania que ofrecían la Corona Imperial al monarca.
Naturalmente, mientras los juglares y trovadores dedicaban a las damas sus más
bellas composiciones, en una reunión de tantos reyes, príncipes, embajadores,
etc., no podían faltar las conversaciones de tipo político, militar y
diplomático. Jaime el conquistador, vio inmediatamente la situación de su
yerno, y le dio los famosos consejos que son un tratado de teoría política:
-“que procurase tener a sus súbditos y vasallos en su amor y gracia; y cuando
no pudiese de los tres Estados de su reino, tenerlos a todos unidos, tuviese
siempre ganado el amor y afición de los prelados y pueblo”.
Saya
del Infante don Fernando de la Cerda
En los anales de Zurita, se dice: “que
con razón pudo llamarse Corte de reyes y príncipes en estos momentos a la Corte
de Castilla”.
Todo este boato, esplendor y
magnificencia, tuvo su contrapartida. El Rey necesitó dinero y exigió tributos,
medida que siempre es mal recibida. Ante el malestar de los nobles se vio
obligado el monarca a reunir Cortes, en Almagro, donde rebajó los impuestos.
Alfonso X aspiraba a la Corona Imperial
de Alemania, “el fecho del Imperio” y para asegurar su elección decidió
entrevistarse con el Papa, marchó a Beaucaire y dejó al frente del reino a su
hijo don Fernando de la Cerda.
En la crónica de los Reyes de Castilla,
en el capitulo LX, se narra el cuidado que el infante mostró, para que el reino permaneciera unido, recorrió
muchas ciudades y villas “faciendo justicia en aquellos lugares que cumplía e
él por si oía a los querellosos e libraba sus pleitos… en manera que todos los
del reino eran del mucho pagados”.
Pero por circunstancias varias, que no
vamos a narrar, diremos que el Rey de Granada asoló las tierras cristianas de
Andalucía, llamó al Rey de Marruecos, Yusuf, y comenzaron la guerra contra
Castilla.
Don Fernando, inmediatamente, convocó a
todos los de su reino para que acudieran a detener el ejército enemigo. Fijó
como lugar de concentración la villa, de Villa Real, y en pequeñas jornadas, se
dirigió a este lugar para esperar la llegada de los infantes, ricos hombres,
caballeros, órdenes militares, etc.
¿Por qué eligió Villa Real? ¿Sólo por
ser un lugar cercano al Paso del Muradal? ¿No sentiría vivos deseos de conocer
la “villa bona” fundada por su padre? ¿Acaso su padre, el Rey, no le encomendaría
cuidara mucho, de conocer por sí, como se llevaban a cabo los obras iniciales
en Villa Real?
Fijó su residencia en el Alcázar, y
desde aquí envió cartas a todos los Consejos de la frontera, comunicándoles que
había llegado a esta villa “que estaba esperando los Ricos Homes e los
Caballeros del Reino que había mandado llamar, e que luego sería con ellos, e
que ampararía la tierra de los males que los moros facían en ella”.
¿Es aventurado afirmar que durante su
estancia visitó la ermita dedicada a Santa María que estaba en un prado?
Cinturón
de don Fernando de la Cerda
Pero estando aquí, se sintió
repentinamente enfermo y de “grave dolencia murió”.
Con esta muerte Castilla va a sufrir uno
de los momentos más críticos y tristes de su historia. En el Alcázar se produjo
una situación dificilísima. La consternación de los que habían llegado fue
enorme. Inmediatamente salieron correos, para comunicar tan terrible noticia a
la Princesa Blanca, a los Reyes de Castilla, de Aragón y de Francia. La
situación era francamente trágica. El Rey estaba en el extranjero; los moros
asolaban los territorios castellanos; el segundo-génito de Castilla, infante
don Sancho (más tarde Sancho IV) se presentó en Villa Real, pactó con el
poderoso señor de Vizcaya, don Lope Díaz de Haro, asumió el mando de las tropas
y se declaró heredero de los reinos, según las partidas correspondía el trono a
los hijos del infante don Fernando. Una guerra civil se cernía sobre Castilla,
por una parte. Además, Aragón y Francia se presentarían como defensores de los
hijos de doña Blanca. Se abría un futuro lleno de los más tristes presagios. La
familia real quedó dividida. La Reina doña Violante se vería obligada a huir
con su nuera a Aragón.
El infante don Fernando recibió el
póstumo homenaje de sus vasallos, en una de las estancias del Alcázar (según
algún historiador en la Iglesia de Santiago) revestido con el magnífico ropaje
que podemos admirar en una vitrina del Real Monasterio de Santa María de las
Huelgas: aljuba verde, con forro de raso rojo, cubierto de escudos simétricos
que ostentan los castillos y leones: birrete de pedrería, con las armas
citadas. El cortejo fúnebre salió camino de Burgos. (Algunos historiadores
afirman que el cadáver del infante don Fernando de la Cerda, fue depositado en
la iglesia de San Francisco de Villa Real y más tarde trasladado a Burgos), al
frente del cual iba don Juan Núñez, su fiel vasallo; e inmediatamente el
infante don Sancho, de 18 años, con tropas salió para Córdoba, la guerra no
podía detenerse.
En el Real Monasterio de las Huelgas,
según su deseo recibió sepultura, junto a un rey y a una reina que les podíamos
llamar, con cierto anacronismo, ciudarrealeños: Alfonso VIII (fundador del
Monasterio, que había sentido ya la necesidad de crear aquí una ciudad. El rey que tuvo su jornada triste
precisamente en Alarcos, y que unos años más tarde, después de la reconquista
de Malagón, Caracuel y Calatrava la Vieja, sufrió sinsabores y amarguras al
verse abandonado por los extranjeros que habían acudido al son de Cruzada, al
no permitir que fueran pasados a degüello los defensores de Calatrava la Vieja,
según palabra de honor que había dado), y junto a la Reina doña Berenguela, que
durante cuarenta días vivió en el llamado Pozuelo de Don Gil, en las célebres
“Vistas”, con su hijo San Fernando. Madre e hijo vivieron momentos de inefable
felicidad en esta aldea. Visitaban diariamente la ermita de Santa María que
estaba en un prado. En recuerdo de estos momentos el Rey regaló a esta iglesita
una campana, campana que no pudo sospechar el Rey Santo, que sería la primera
que doblaría a muerte, unos años después para anunciar a Castilla, Aragón,
Francia e Inglaterra, que acababa de morir, en el Alcázar de Villa Real, el
heredero de los reinos castellanos, don Fernando: el infante prudente y
valiente, mientras sus vasallos, al tañido de esta campana, acudían
consternados a rezar ante Santa María del Prado, un día del mes de agosto del
año 1275.
Isabel
Pérez Valera (Diario “Lanza” Extra de Verano, agosto de 1971)
Sepulcro
del Infante D. Fernando de la Cerda. Monasterio de Santa María la Real de las
Huelgas de Burgos
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