En el patio del castillo
está el alegre cortejo
cuando, desnuda la espada,
detiénelo un caballero.
Esta mujer —dice— es mía!
Surge la lucha al momento,
riñe bravo contra todos
y a todos los vá venciendo,
hasta que el Rey pone paz
y queriendo hacer ejemplo
de esta manera le dice
con soberbia y con desprecio:
«Tu, vasallo irreverente
que así profanas mis fueros
y que intentas dominar
la fuerza de mis decretos;
que de tu Dios no respetas
bendiciones ni consejos,
oye como yo castigo
los malvados de mi reino.»
Y a morir lleno de infamia
cruel lo condena luego.
Huye al oirlo Carmena
con su espada paso abriendo,
perdida toda esperanza
loco, furioso y frenético.
IV
Maldito está de Dios, de su monarca
maldito está también; su hogar cerrado,
su vida amenazada, su conciencia
empedernida con sarcasmo tanto,
y envuelto entre asechanzas y desdichas
se revuelve y defiende batallando
como el león en cerrada selva
por doquiera ofendido y acosado.
De los golfines la venal jauría
topa con él del monte a cada paso,
y por fin en bandido se convierte,
pues son ellos sus únicos hermanos.
La gente aquella como tal lo abraza
y se pone a sus órdenes por bravo,
y entonces él, respira odio tan solo,
solo venganzas siente dominarlo,
y con la fuerza de terrible incendio
insaciable de víctimas, matando
devora una existencia comparable
con la del rey del mal; el ángel malo.
A su furioso embate aquel castillo
cede por fin y cae derrumbado.
Despuebla la comarca, siembra el dolo,
a un crimen otro crimen va sumando
y delirante se recrea un día
en aleve y traidor asesinato.
Ciclón de la impiedad, todo era horrores
lo que dejaba desbastado al paso.
Las flores le negaban sus aromas,
a su vista callábanse los pájaros
y el sol o se escondía a sus miradas
o le abrasaba ardiente con sus rayos.
Ni reír ni llorar. Ni sentimiento,
pudo tener su corazón helado,
y en rudo paroxismo de dolores
inconsciente, tal vez sin él pensarlo,
recogió de los lobos montaraces
lo que ya le negaban los humanos.
V
En fúnebres ruinas quedó convertido
el antes recinto de dicha y placer:
el río modula lloroso gemido
con notas que suenan a voz de mujer.
Allí por placeres cambiaron dolores,
allí la justicia sus reales plantó
y trágicas vidas de cien malhechores
con mano inflexible su espada cortó.
Por fin a los fieros temibles golfines
a obscuras prisiones llevó la Hermandad;
vencieron las armas de mil paladines
sembrando en los campos letal soledad.
Del cerro maldito la falda desierta
adornan los huesos de muertos, sin fin,
las aves rapaces en carne ya muerta
tuvieron alegres, crecido festín.
En noches cerradas de negros crespones
se yergue el castillo lo mismo que fue
y en viejas almenas y altivos torreones
un ánima en pena vagando se vé.
Es alma que ruge con voces de trueno
del fiero Carmena que llora su mal.
¡No quiso el averno tragarlo por bueno
ni el Cielo lo quiso, por ser criminal!
Rafael López de Haro. Leyendas en
verso, imprenta El Labriego 1898
No hay comentarios:
Publicar un comentario