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viernes, 7 de febrero de 2025

LEYENDAS DE CIUDAD REAL: PERALBILLO (II)

 



En el patio del castillo

está el alegre cortejo

cuando, desnuda la espada,

detiénelo un caballero.

Esta mujer —dice— es mía!

Surge la lucha al momento,

riñe bravo contra todos

y a todos los vá venciendo,

hasta que el Rey pone paz

y queriendo hacer ejemplo

de esta manera le dice

con soberbia y con desprecio:

«Tu, vasallo irreverente

que así profanas mis fueros

y que intentas dominar

la fuerza de mis decretos;

que de tu Dios no respetas

bendiciones ni consejos,

oye como yo castigo

los malvados de mi reino.»

 

Y a morir lleno de infamia

cruel lo condena luego.

Huye al oirlo Carmena

con su espada paso abriendo,

perdida toda esperanza

loco, furioso y frenético.

 



IV

Maldito está de Dios, de su monarca

maldito está también; su hogar cerrado,

su vida amenazada, su conciencia

empedernida con sarcasmo tanto,

y envuelto entre asechanzas y desdichas

se revuelve y defiende batallando

como el león en cerrada selva

por doquiera ofendido y acosado.

De los golfines la venal jauría

topa con él del monte a cada paso,

y por fin en bandido se convierte,

pues son ellos sus únicos hermanos.

La gente aquella como tal lo abraza

y se pone a sus órdenes por bravo,

y entonces él, respira odio tan solo,

solo venganzas siente dominarlo,

y con la fuerza de terrible incendio

insaciable de víctimas, matando

devora una existencia comparable

con la del rey del mal; el ángel malo.

 

A su furioso embate aquel castillo

cede por fin y cae derrumbado.

Despuebla la comarca, siembra el dolo,

a un crimen otro crimen va sumando

y delirante se recrea un día

en aleve y traidor asesinato.

 

Ciclón de la impiedad, todo era horrores

lo que dejaba desbastado al paso.

Las flores le negaban sus aromas,

a su vista callábanse los pájaros

y el sol o se escondía a sus miradas

o le abrasaba ardiente con sus rayos.

Ni reír ni llorar. Ni sentimiento,

pudo tener su corazón helado,

y en rudo paroxismo de dolores

inconsciente, tal vez sin él pensarlo,

recogió de los lobos montaraces

lo que ya le negaban los humanos.



V

En fúnebres ruinas quedó convertido

el antes recinto de dicha y placer:

el río modula lloroso gemido

con notas que suenan a voz de mujer.

 

Allí por placeres cambiaron dolores,

allí la justicia sus reales plantó

y trágicas vidas de cien malhechores

con mano inflexible su espada cortó.

 

Por fin a los fieros temibles golfines

a obscuras prisiones llevó la Hermandad;

vencieron las armas de mil paladines

sembrando en los campos letal soledad.

 

Del cerro maldito la falda desierta

adornan los huesos de muertos, sin fin,

las aves rapaces en carne ya muerta

tuvieron alegres, crecido festín.

 

En noches cerradas de negros crespones

se yergue el castillo lo mismo que fue

y en viejas almenas y altivos torreones

un ánima en pena vagando se vé.

 

Es alma que ruge con voces de trueno

del fiero Carmena que llora su mal.

¡No quiso el averno tragarlo por bueno

ni el Cielo lo quiso, por ser criminal!

 

Rafael López de Haro. Leyendas en verso, imprenta El Labriego 1898



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