Mi buen amigo Cecilio López Pastor, en
la “Hoja del Lunes” del día 28 pasado, me invita a que dedique unas líneas sobre
la historia de nuestro Gran Casino que en la actualidad está a punto de
desaparecer. No es agradable escribir de algo muy querido que se nos “muere”,
con tantos recuerdos como nos merece. La amistad y el cariño que siento por las
“cosas” de mi pueblo me obliga a aceptar la invitación. Ingresé en la sociedad
como socio numerario en el año 1928. Antes, ya nos permitían la entrada, en
calidad de hijo de socio y en tiempos de estudiante eran frecuentes nuestras
visitas a las salas de los billares, juego de ajedrez y biblioteca. Es lógico,
pues que sintamos con pena la desaparición de lo que tanto estuvo ligado con
nuestra ya larga vida.
Según los datos que conservo en mi
archivo particular, parece ser que nuestro Gran casino, llamado en un principio
“Casino de la Amistad”, tuvo su origen a mediados del siglo pasado. Estuvo instalado
desde su fundación en la casa que fue de don Diego Sanz, esquina de las calles
del Camarín y Caballeros. Allí estuvo hasta el año 1875 en que se trasladó a la
planta baja de la casa de los señores Barrenengoa, también en la calle
Caballeros, número 1, y en donde estuvieron la Diputación Provincial, la
Academia general de Enseñanza y el Gobierno Civil y hoy el moderno edificio
levantado con destino a Museo provincial.
Años después la Sociedad adquirió la
casa de labor de don José de Forcallo, con fachadas en el Prado y calle
Caballeros, en cuyo solar fue levantado el nuevo edificio, ejecutando la obra
el maestro don Joaquín García.
Una vez terminado el inmueble fue
inaugurado el día 7 de julio del año 1887, según se indica en la lapida que
figura en el zaguán del mismo, siendo presidente de la sociedad, el ilustre
abogado don José Ramón Ibañez, conocido por los amigos como el “Pollo Ibañez”.
En los días de su inauguración hubo
bailes de gala y grandes fiestas. No faltó, como era costumbre en la época, los
recursos económicos destinados a los pobres, limosnas con las que se escondía
la diversión y recreo bajo la máscara caritativa.
Don José Balcázar Sabariegos y mis
buenos amigos, José Rico y Paco Pérez, en varias publicaciones nos dan amplios
detalles de este acto y de aquella sociedad que según el señor Balcázar, era “consuelo
de los pobres, recreo de los ricos, vivero de amistades verdaderas y centro de
cultura”.
Era por entonces el “Casino de los
señores”, como era conocido por el pueblo, el centro de reunión que congregaba
a la clase media y algo más que media, de cuyas tertulias, a la usanza de la
época, salían los alcaldes, concejales, diputados y algún que otro senador, ya
que a ellas asistían los más destacados elementos de la política y caciquería
provincial de aquel tiempo.
El juego de la ruleta y el de los naipes
dieron al Casino abundantes ingresos que, a través del tiempo, permitió a la
Sociedad realizar grandes reformas y obras importantes que enriquecieron el
edificio, completado con lujosa ornamentación y noble nobiliario. Entonces el
Casino fue rico y generoso; así en el año 1913 ayudó al Ayuntamiento
construyendo una acera en la entonces calle de Alarcos, hoy Avda. de los
Mártires. En el año 1915 a sus expensas se imprimía una obra titulada “Nuestra
Señora del Prado” escrita en verso por don Antonio Mendoza. Siempre estuvo
dispuesto el Casino a prestar su ayuda a las obras benéficas y culturales.
En el año 1916, siendo presidente del
casino el señor Cárdenas del Pozo, coincidiendo con el acuerdo del Ayuntamiento
de trasladar la feria desde la plaza de la Constitución al Parque de Gasset, la
sociedad construyó un amplio y acogedor pabellón en los paseos donde se colocó
el real de la feria, destinado a sus socios y familiares.
Su biblioteca fue magnífica y su fama
traspasó los límites de la provincia. Cuando el Rey don Alfonso XIII vino a
Ciudad Real en el año 1905, en calidad de Gran Maestre de las Ordenes
Militares, los caballeros de dichas órdenes que vinieron con él, al conocer la
biblioteca de nuestro casino, manifestaron con palabras de elogio la valía de
la misma considerándola como una de las mejores en su categoría existentes a
nivel nacional. De ella guardo gratos recuerdos. En mis tiempos estuvo en la
sala que hoy se juega a las cartas, comunicaba, con un rico cortinaje de
terciopelo, con una habitación contigua (donde hoy se halla la secretaría),
para la lectura de la prensa. Se hallaba rodeada de ricas vitrinas de nogal
guardando miles de volúmenes, cuidadosamente clasificados. Su pavimentación
estaba cubierta con una alfombra que mitigaba el breve ruido de las pisadas. En
el centro una reproducción de la Venus de Milo y pupitres individuales para la
escritura y lectura con cómodos sillones. Al frente de ella se hallaba la
simpática y bondadosa bibliotecaria doña Amalia Luna, la que con buen entender
nos atendía cuando de estudiantes íbamos a consultar algún tema y nos ayudaba a
buscar el texto apropiado. Su ambiente acogedor, la comodidad y los medios que
teníamos a nuestro alcance nos invitaba al estudio.
Recordamos algunos de los que fueron
presidentes de la sociedad: don Arturo Gómez Lobo, don Rafael Cárdenas del
Pozo, don Cirilo del Río, don Gregorio Yaner, don Bernardo Mulleras, don Carlos
José Víctor, don Cipriano Arteche, don Casimiro Coello Gallardo, don Eduardo Rodríguez
Arévalo, don Juan Ignacio Morales, don Fidenciano Trujillo, don Alfredo
Ballester, don José Manuel Cantos Buendía, don Miguel Guzmán y don Francisco
Sauco.
Vino la triste guerra del 36 y el Casino
tendría que pagar su tributo. Disuelta la Sociedad. Destruidos y desaparecidos
la mayoría de sus enseres, entre ellos la famosa biblioteca, cuyos volúmenes
fueron repartidos entre varias instituciones, el Casino dejó de ser Casino
convirtiéndose por entonces en hospital de sangre.
Cuando terminó la guerra fue “Hogar de
José Antonio”, centro de recreo y actividades de la Falange. Años después se
pudo rehacer la Sociedad del Casino y haciéndose cargo de lo que de él quedó se
procedió a levantarlo sin conseguir jamás que volviera a ser lo que fue.
La nueva Sociedad no escatimó sacrificio
para levantar su Casino y conseguirlo con la dignidad que exigía nuestra
ciudad. Hubo derramas y subidas de cuotas de los socios, pero, por la
prohibición de los juegos, cuyos porcentajes hubieran podido proporcionar
recursos y no siendo suficientes la cuotas y aportaciones de los socios para
cubrir la cuantía de sus gastos, hubo necesidad de acudir a los créditos con la
esperanza de llegar a tiempos mejores. Estos no llegaron, sino todo lo
contrario. Los créditos fueron aumentando y sus intereses iban ahogando la
economía de la Sociedad, llegando al triste extremo del embargo y subasta de
sus enseres. Despojada la Sociedad de sus muebles se ve en la necesidad de
ofrecer la venta del edificio al Ayuntamiento a quien anteriormente se le había
adjudicado la subasta para, con el importe de la venta, terminar de pagar el
restó de sus deudas y con lo sobrante instalarse la Sociedad en otro lugar más
reducido.
Es posible que el Ayuntamiento adquiera
el edificio y conserve su construcción en donde instale algunas de sus
dependencias con fines culturales y se le siga llamando el Casino y la Sociedad
llegue a instalarse en otra parte, pero jamás volverá a ser Gran Casino. El
Gran Casino de Ciudad Real ha muerto.
Hermenegildo
Gómez Moreno, diario “Lanza” domingo 4 de octubre de 1981, página 3.
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