Con motivo de la desaparición del Gran
Casino, se han publicado varias notas referentes a su historia y, últimamente,
un buen artículo de ese amante de las cosas de Ciudad Real que es Hermenegildo
Gómez Moreno.
Pienso yo que el Casino encierra trozos
de la vida de nuestra capital que no deben perderse con el edificio. Pero como
las piedras no hablan, ahí están antiguos socios, supervivientes de la época
más gloriosa de la sociedad, que podrían aportar datos interesantes para que,
canalizados de alguna manera -¿por quién mejor que por los cronistas de la
ciudad?- servirían para una historia del Casino que, con un espíritu más
ambicioso, podría ser una historia de aquel Ciudad Real que fue el entorno de
la entrañable sociedad.
Esas personas a quienes aludo nos
hablarían con nostalgia de las tertulias de aquellos sesudos señores que fueron
bautizadas, a la sazón, como “el Congreso” y “el Senado”, donde se fraguaba la política
local y se comentaba la nacional. Nos hablarían del empaque que le dio al
centro su presidente don Arturo Gómez-Lobo que hizo vestir a los camareros con
calzón corto y charreteras. Nos contarían de las fiestas, de aquellos carnavales
divertidos y añorados. Recordarían la acreditada repostería. Comentarían el
juego, que tan pingües beneficios proporcionaba a la sociedad. Anécdotas sin
fin y tantas y tantas cosas y personas que eran espejo de la vida local.
Yo hoy quiero aportar unos datos, de los
que nadie ha hecho referencia y que no sería justo olvidarlos. Los oí de labios
de mis mayores y dejo constancia de ellos:
1º.- El arreglo y el embellecimiento del
patio central, pavimentado con mármol, que perdura en perfecto estado pese al
tiempo y vicisitudes, fue obra del presidente don Bernardo Mulleras,
ciudarrealeño de feliz memoria.
2º.- Las lámparas, quizá lo mejor de
cuanto encierra el edificio, fueron diseñadas por otro insigne paisano, el
laureado pintor don Ángel Andrade y fundidas en Toledo.
3º.- Entre las aportaciones de la
sociedad a la ciudad está la pavimentación de la calle de Ciruela (Alfonso X el
Sabio) con adoquín –tal vez los primeros que se pusieron- y que fue un hito
importante en aquellos años, donde el empedrado de cantos prominentes, el
desagüe central de las calles y los infinitos charcos hacían intransitables las
calzadas en días de lluvia.
Pequeñas cosas todas ellas, pero que
debemos escribirlas y transmitirlas porque son piezas que configuran la personalidad
de una ciudad, su propia identidad, lo que, en definitiva, nos aparta de la
monotonía de las ciudades modernas, sin alma y sin humanidad, en la que estamos
abocados a vivir olvidando nuestra propia imagen, para ser números y cemento
sin espíritu ni transcendencia.
Carlos
Rojas Dorado, diario “Lanza” miércoles 7 de octubre de 1981
Muchas gracias por la info relacionada con el Casino, me ha parecido muy interesante
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