CARNAVAL
GROTESCO. COMENTARIOS A LA FIESTA
Ha habido un paréntesis en la crisis
nacional.
El pueblo que, muriendo de hambre, se
sintió justiciero, ha olvidado unos días sus rencores y ha dado rienda suelta a
una alegría desenfrenada. Se nos antoja como una paradoja macabra el carnaval
de este año; no lo imaginamos como una danza loca de famélicos, poseídos de
lujuria y embriaguez, -pálida la faz por la anemia, inyectados los ojos por el
latigazo del sexo- alredor de una bacante trémula de lascivia.
A no haberlo visto dudaríamos de la
verdad del cuadro. Y, ante la evidencia de esta realidad, nos maravilla la
exuberancia de energías de este pueblo, que sabe reír a la miseria y a la
muerte, como aquellos otros españoles de la corte de Nerón que se llamaron
Lucano y Séneca.
Y nosotros—españoles al fin,—obrando
como tales, damos de lado a los halagos, que una actualidad trascendente nos brinda
y dedicamos este número al carnaval.
Pasó ya, la loca caravana de la alegría.
Hundióse en los abismos misteriosos del pasado, el cortejo de Momo y aun queda
como un eco, la sonoridad cascabelera de la farándula. Huyó la alegría y nos
queda pesadumbre en el ánimo; la magna pesadumbre de lo irremediable, la atroz melancolía
de la impotencia ante el Tiempo, que pasa humillándonos en el vencimiento.
Recordamos Pierde la realidad la rudeza de
los hechos y toma suavidades de terciopelo en la penumbra del recuerdo. Y este
recuerdo del antruejo que pasó, rima mejor –perdida su estridencia- con nuestra
sensibilidad.
Hacía dos años que no habíamos visto el
carnaval en nuestro pueblo y vinimos este año a pasar las Carnestolendas entre
los paisanos. Guardábamos un amable recuerdo de la fiesta grosera, en la que fuimos
tan groseros como los demás cuando actores, tan aburridos cuando espectadores.
Y sin embargo, añorabamos en la ausencia el carnaval del pueblo con sus mascarones
astrosos, sus bromas soeces, sus borrachos eructadores. Queríamos recordar los
días alegres del bachillerato, en que cubríamos nuestro rubor con una máscara
para hablar con la novia niña. En nuestra evocación surgía la imagen de la
calle clásica, albergue tradicional de la fiesta; la calle legendaria, que
queda todavía perfume de romance viejo de moros: la calle de Morería. Rompía el
encanto de su silencio apacible, la gárrula muchedumbre abigarrada, el estridor
de los cencerros de un pastor, enmascarado con los atributos de su ganado, la
risa alborotadora de las mujerzuelas vestidas de colorines, que escapaban de
los cubiles prostibularios a lucir los encantos, ajados por el abuso, en busca
de galán; la burda comparsa de bárbaros cantando coplas de aviesa intención y
rima deplorable; el serlo personaje mudo que hace reír con sus muecas a la párvula
concurrencia, el carro de borrachos adornado de pámpanos.
Este año hemos encontrado una inesperada
sorpresa Ciudad Real ha dado una prueba de buen gusto celebrando la fiesta
carnavalera en el paseo de Alarcos. No hay sitio más a propósito en nuestra
ciudad para un carnaval artístico, como el de este año. Nuestras damitas—tan
simpáticas y tan animadas como todos los jóvenes, pese a algunos pesimistas—nuestras
lindas paisanas, han prestado a la fiesta el encanto de su gallardía; ellas
dieron la nota alegre y elegante tripulando las carrozas.
Ha sido el pasado un bello carnaval.
Un carnaval grato al que también el
tiempo ha prestado hermosura con su bonanza primaveral y con un sol abrileño que
aumentó la alegría y el entusiasmo.
Y sin embargo, nosotros hemos sentido la
nostalgia de la calle tradicional, sucia y antiestética, que guarda todavía el
prestigio legendario de un viejo romance morisco.
Alberto
Gª López.
Revista
Vida Manchega. Año VIII, Nº 225, Ciudad Real 5 de marzo de 1919
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