Desde ayer funciona en la capital una
nueva parroquia dedicada, como titular, al Apóstol San Pablo, con domicilio en
la antigua Casa Sindical, Bernardo Balbuena, 3. Con ésta, son dos las erigidas
en este mismo año. Ambas han sido desmembradas de la antigua parroquia de Nuestra
Señora del Prado (Merced). Los límites de la nueva demarcación parroquial se extienden
hasta la calle Morería y Juan II, por el norte; Avenida de los Mártires (desde
la confluencia con Juan II, y sólo la acera de los números pares) por el este y
sur; Ronda de Alarcos (números pares), hasta la confluencia con Morería, por el
oeste y suroeste.
Alguien podría preguntar el por qué de
más parroquias en Ciudad Real, siendo así que la población, aunque se haya
movido cambiando de barrio o de bloque, no ha crecido notablemente en los
últimos años.
No nos vale del todo la respuesta, si la
apoyamos en la comparación con otros servicios y establecimientos que se han multiplicado,
buscando las nuevas edificaciones. Porque hacia estos otros servicios existe
una fuerte demanda en nuestra sociedad por aquello del consumo; para lo religioso,
quizá no podamos ser tan optimistas como para afirmar que ha aumentado la demanda
y el consumo.
Sin embargo, sí hay que confesar que ha
crecido la indigencia, y, por lo mismo, la necesidad de plantearse,
pastoralmente, una evangelización más cercana y familiar, una acción de la
Iglesia casi doméstica, a nivel de bloque y barriada, donde se cuece la vida de
familia, fermento de toda sociedad, sobre todo y especialmente de la Iglesia,
Pueblo de Dios, comunidad de los que creen en Jesucristo, familia dé los hijos del
Padre común.
Y la parroquia quiere ser eso: un hogar,
una familia, una comunión viva de los cristianos, nutrida por la profesión de
fe en un mismo Señor, la participación en unos mismos Sacramentos, y el
testimonio de un mismo amor en el servicio al un mundo cercano y concreto.
"La parroquia· -dice el Concilio Vaticano II- ofrece modelo clarísimo del
apostolado comunitario, porque reduce a unidad todas las diversidades humanas
que en ella se encuentran y las inserta en la universalidad de la Iglesia...".
(Decreto sobre el apostolado de los seglares, número 10). Todo ello sostenido
por un fuerte sentimiento de pertenencia
y solidaridad).
Es cierto que los vínculos de pertenencia
están experimentando una transformación singular en la civilización urbana,
donde ni el abolengo de familia, ni la afinidad profesional, ni la demarcación
territorial u otras circunstancias, más propias del mundo y la civilización
rural, pueden presentarse como marcos de referencia preferentes para el gremio
o la asociación. Sin embargo, allí donde se establecen y arraigan las familias,
allí hay que seguir pensando en edificar la Iglesia, en hacer que surja y
madure la comunidad cristiana, como clima el
más adecuado para la iniciación primera en los caminos de la fe, y como
cédula germinal de otras comunidades cristianas y apostólicas, que surgirán al
ritmo de la vida y llevarán el compromiso evangélico a los ambientes.
Incluso el aprendizaje y la experiencia de
esa mayor presencia y participación de los laicos en la gestión pastoral de la
Iglesia como Pueblo de Dios, hay que ensayarlos desde esa realidad básica,
fundamental, que es la parroquia. “Acostúmbrense los seglares –dice el mismo Concilio
en el lugar citado- a trabajar en la parroquia íntimamente unidos con sus
sacerdotes; a presentar a la comunidad de la Iglesia los problemas propios y
del mundo y los asuntos que se refieren a la salvación de los hombres, para
examinarlos y solucionarlos conjuntamente, y a colaborar según sus
posibilidades en todas las iniciativas apostólicas y misioneras de su familia eclesiástica”.
Todo esto obliga a multiplicar el número
de parroquias, que permitan no solo ni principalmente la proximidad geográfica de
los servicios religiosos para el “cumplimiento”, sino el clima y acercamiento
afectivo, imprescindible para una vida familiar y comunitaria.
Diario
Lanza, 12 de octubre de 1973, páginas 4 y 5.
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