En más de una ocasión hemos escrito, que quienes vivimos de continuo en Ciudad Real, no echamos de ver el cambio de fisonomía urbana que está experimentando nuestra capital en los últimos años. Al menos no lo experimentamos con la intensidad de quienes llegan aquí de tarde en tarde. No hace muchos días tuve ocasión de saludar a un ciudarrealeño residente en Madrid, que no venía por sus conocidas calles hacia una buena temporada. Hombre que puede permitirse el veranear -hubiera escrito “el lujo de veranear”, pero yo creo que no es tal para quien está todo el año trabajando- es lógico que en verano no se decida a venir a la capital de la Mancha, donde él sabe como nos gastamos en cuanto a temperatura.
Y recordando viejos tiempos, de antes y
después de nuestra guerra, nos fuimos a pasear por varias calles del Ciudad
Real antiguo, con un poco de intención por mi parte, para recordar momentos
evocadores de nuestra ya lejana juventud y, también porque quería sorprenderte
con un posterior recorrido por las calles que están sufriendo más importante
transformación. Al pasar por la calle del Lirio, por la plaza de las Terreras,
por Cruz Verde y plazuela de Santiago, le hice saber el propósito de nuestro
Ayuntamiento de mantener esa zona con su tipismo característicamente manchego
-rejas y cal- aun a costa de tener que subvencionar a los posibles
perjudicados. La verdad es que ningún buen ciudarrealeño se perdonaría que
estas viejas calles se construyera con líneas modernas. A mi acompañante la
decisión le pareció de perlas y, lector de LANZA desde su fundación, tuvo un
recuerdo para Julián Alonso, que tantas campañas llevó a cabo en nuestras
columnas para defender todo el tipismo del viejo Ciudad Real.
El paseo siguió por Altagracia hasta la Puerta de Toledo, cuya reciente reforma elogió, lamentándose de que no esté iluminada por la noche esta reliquia del primitivo cerco amurallado de la Villa Real de Alfonso X el Sabio. Cruzamos por delante de la plaza de toros, que él no veía hacia muchos años y no sabia de su reconstrucción, recordando algún festejo que viéramos juntos en el centenario coso. Le llevé por Pedrera hasta salir a la calle del Carmen, donde ya le sorprendió gratamente la serie de nuevas edificaciones que iba encontrando a su paso. Y seguimos por Ángel Andrade -la antigua Azucena, de tantos recuerdos para él y para mí, por haber vivido en ella familiares de ambos muy queridos-, paseo del Prado, cuya reforma conocía en una rápida visita que hiciera a la Patrona, para llegar a la zona que más transformación ha sufrido de la capital: el viejo callejón de Borja y el que cruzaba por detrás del antiguo mercado, escenario de no pocas peleas entre los chicos de la Plaza y los de la calle de Moreria… ¡Que de recuerdos para ambos!
Aquí si me sentí un poco vanidoso del
progreso urbano de Ciudad Real, aunque procuré taparle algunos defectos, al
parecer inevitables cuando de proyectar hacia el futuro -un futuro a veces casi
al alcance de la mano- se trata. Mi amigo tardó en entrar en situación. Le
parecía excesiva altura la de algunos edificios. Le hubiera gustado que, en la
plaza del Pilar, tan provinciana, se guardara relativa simetría. Yo le hice ver
los inconvenientes de la especulación del suelo, que obliga a que determinados solares supongan un lastre
de mucha entidad para futuras construcciones y el que parte de aquellos hayan
de ser cedidos por los constructores para el obligado ensanche de las calles
circundantes, dado el aumento de circulación, que no se a dónde va a llevar a
las ciudades un tanto populosas. Y llegué a convencerle, al relatarle de pasada
los muchos pros y contras que ha tenido que vencer nuestro Ayuntamiento hasta
ver resueltos problemas urbanos que le fui enumerando y que quienes aquí
vivimos nos sabemos de sobra.
Después, desde la plaza del Pilar, a esa hora cuajada de vehículos, como todos sus alrededores, nos subimos hasta la plaza de San Francisco. Mi intención era hablarle del Polígono del Torreón del Alcázar, que acabará con la vieja cochambre de tantas calles en las que estuvieron ubicadas las casas de mala nota. Pero de pasada le di cuenta de un posible proyecto, que espera sin duda a que el erario municipal disfrute de buena salud: la construcción de un aparcamiento subterráneo aprovechando el desnivel tan notable de dicha plaza y el derribo del grupito de casas que impide la visión, desde la misma, del templo de san Pedro.
Mi amigo y yo, antes de despedirnos, soñamos un poco con ver llevado a feliz realidad el proyecto del Polígono del Torreón, que yo le expliqué a grandes líneas. Le hice ver el empeño que ha puesto en ello nuestro alcalde y la actual Corporación Municipal y la buena noticia que aquél nos había dado a todos los ciudarrealeños dos días antes. Le informé de la posibilidad de una gran vía de dimensiones desusadas por estas latitudes, donde la del rey Santo, por ejemplo, nos ha demostrado nuestra corta proyección de lo que debe ser una ciudad moderna. Y le hable de la posible construcción en el citado polígono de un mercado, de un gran grupo escolar que permitiera hacer desaparecer el que hoy existe en la calle Ramón y Cajal y que lleva el nombre del que fuera alcalde y director de la Academia General de Enseñanza, don Miguel Pérez Molina, en cuyo centro mi amigo había estudiado.
Por último, salimos a la antigua Granja,
lugar de nuestras primeras correrías en bici. De lejos contempló el nuevo
Instituto y le hice saber los proyectos de zona deportiva y de pequeña ciudad
de enseñanza. La tarde se nos había ido charlando y la verdad es que estábamos
molidos, pues el paseo había sido a pie. Le prometí tenerle al corriente,
aunque por el periódico estará informado, de la realización de estos proyectos.
Y me encargó que, si era factible, hiciera saber su satisfacción por el notable
cambio que había tenido ocasión de comprobar, en la fisonomía urbana de nuestra
querida ciudad. Queda cumplido tu deseo. El mío es que pronto tenga ocasión de
ponerte unas líneas comunicándote que las modernas máquinas están explanando
las viejas calles que circundan el Torreón.
Cecilio López Pastor, diario “Lanza”
jueves 23 de noviembre de 1967
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