El emblemático edificio claudicó tras ocho días de trabajo de derribo con una máquina retroexcavadora. Unos 13.000 metros cúbicos de escombros serán triturados para su posterior uso en el acondicionamiento de caminos
Lluvia de piedras. Tras uno de los meses de abril más pasados por agua que se recuerda, en los alrededores de la extinta Atalaya lo que cayó durante la pasada semana fueron cascotes de hormigón ladrillos, pilares y vigas hasta un total de 13.000 metros cúbicos.
Una empresa navarra, Excavaciones y Obras Pérez del Río, se adjudicó el concurso público que convocó el Ayuntamiento de Ciudad junto con la Delegación de Bienestar Social. “Era la propuesta más económica”, explica el concejal de Medio Ambiente, Javier Morales.
Descartada la dinamita por su elevado precio y
por el arduo proceso de tramitación que requiere, se optó finalmente por el
derribo con una máquina retroexcavadora, que iría literalmente cortando los
pilares con una tijera o cizalla, hasta convertir en una montaña de escombros
el antiguo sanatorio. Empezaron con las labores de derribo el jueves 3 de mayo,
y las dieron por concluidas el pasado viernes 10. Ahora sólo queda el
tratamiento del material para su posterior reciclaje.
DE ARRIBA HACIA ABAJO
Victorino del Río se sienta a los mandos de la
retro excavadora de marca japonesa, con un brazo capaz de picar a 25 metros de
altura. Entre una espesa nube de polvo que convierte el sol en niebla, dirige
el extremo del brazo mecánico, la cizalla, hasta la última altura, equivalente
a un quinto piso. Allí comienza a cortar los pilares verticales entre el rugir
del motor de la retroexcavadora, hasta que la estructura va venciendo. “Vamos
derribando la fachada y luego accediendo hacia el interior. Planta por planta,
siempre de arriba hacia abajo. Cortamos los pilares y vamos troceando todo. No
es más”, explica Del Río sin gastar palabras demás.
Se oye el crujido de un árbol, que se rompe fácil como palillo de dientes, para que la máquina pueda maniobrar a sus anchas. Una vez situada, estira el brazo hasta lo más alto. Entonces, arremete sin piedad contra los laterales de un piso, en el que se aprecian las baldosas de un suelo que albergó una de las habitaciones del antiguo hospital psiquiátrico.
Empezaron por la parte trasera del edificio,
desde la que se contempla Ciudad Real en toda su extensión, una vista
privilegiada para los internos de un centro que acogió en su última etapa a
minusválidos psíquicos profundos. En esa posición, organizaron el trabajo de
oeste a este, para luego llegar al centro, a la entrada. ¿Y para llegar hasta
el centro? Victorino del Río contesta con su sobriedad del norte: “Vamos
accediendo por encima del escombro”.
ALGUNOS PELIGROS
El propio Del Río asegura que los peligros son pocos, “siempre que no se te caiga el edificio encima”, afirma con gesto serio. Sin embargo, luego reconoce que hay que andarse con ojo a la hora de dar los cortes, pues los cascotes podrían caer sobre la cabina. Reconoce que eso es lo más difícil, «estar ahí metido”, a pesar de la protección que lleva, una hilera de barrotes que dejan un hueco de unos quince centímetros entre cada uno. “Si cierras eso ya no ves”, reconoce el trabajador. Añade después que los cristales son dobles, de seguridad, laminados. Para evitar sustos innecesarios, ha desarrollado sus propios trucos. “Tener el tajo siempre limpio, procurar que los cascotes caigan hasta abajo, que no reboten por todos los sitios, porque cuando rebotan es cuando te pueden caen”, explica.
Otro de los riesgos en este tipo de trabajos
son la presencia de sótanos. Juan Manual Rubio, que asiste al conductor de la
retro excavadora y vigila que no haya problemas, recalca la importancia de
extremar las precauciones. “Hay que preguntar siempre si hay sótanos. Si no lo
sabes, igual te matas”, explica sin dobleces. El peso de la máquina podría
hacer ceder el piso y caer al suelo, provocando un accidente grave. También hay
que cerciorarse de que la corriente eléctrica no esté prendida, para evitar
males mayores. «Hemos tenido que llamar a las
fuerzas eléctricas, para asegurarnos. Te puedes quedar electrocutado», advierte
Rubio.
LABOR DE RECICLAGE
Es viernes 11 de mayo y ha trascurrido una semana y un día de trabajo de derribo. El edificio, alzado en los primeros años de posguerra, ya no existe, tan sólo queda de él la materia prima, hormigón, ladrillo, hierro de las vigas y las varillas, y pequeños materiales como la madera de las persianas o de baldosas de las cocinas y los baños.
Los encargados de tirar el edificio no sienten especial placer en su destructiva labor. «Es una pena que se tire», dice el ayudante Juan Manuel Rubio. El conductor corrobora el comentario: «Lleva unas vigas impresionantes, está muy bien hecho el edificio, no es fácil tirarlo».
Ahora, queda gestionar las toneladas de escombros que ha generado el derribo, para lo que se han previsto medidas de reciclaje. «Si hubiéramos llevado todo esto a la escombrera municipal, se habría colapsado», afirmó el concejal de Medio Ambiente, Javier Morales.
Por eso se ha convenido con RSU que trituren el
hormigón hasta lograr una fracción muy fina La máquina machacadora o tolva
dejará acopiado el material en lo que queda de las instalaciones de La Atalaya,
en la zona despejada. Deberá separar el hierro del hormigón y el ladrillo,
mediante un sistema de chasis imantado que retiene los metales. Con ese
material se crearán caminos en zonas rurales, labor encargada a Tragsa, empresa
que se dedica a soluciones medioambientales. El edificio acaba reducido a
polvo, pero no las todas las historias de misterios que se le atribuyen, pues esa
cuesta más derribarla.
Eduardo Laporte. La Tribuna de Ciudad Real,
lunes 14 de mayo de 2007
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