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lunes, 14 de abril de 2025

LA SEMANA SANTA DE HACE 40 AÑOS

 



Baúl de los Recuerdos

La Semana También como homenaje al hombre, al catedrático, al escritor, al historiador y al cronista de su Ciudad Real, que se ausentó un 12 de mayo de 1963 pero que dejó su obra y sus artículos de prensa en LANZA, entre otros.

Conservo entre mis recuerdos un cuadernillo con el pregón de Semana Santa en Ciudad Real del año 1956 pronunciado por Don Julián Alonso Rodríguez. Este pregón está dedicado como homenaje a "quienes se nos fueron para siempre con nuestro recuerdo vivo y entrañable, ante los Cristos y Vírgenes nuevos, imágenes que no conocieron". Se autocalifica don Julián como pregonero trashumante y dice: "no hagais caso, por engañosas, de las palabras de don Pascual Crespo Campesino, presidente de la Asociación permanente de Cofradías de la Semana Santa. Acepto conmovido el cariño con que las dijo pero rechazo los elogios por descomedidos". Recuerda el pregonero que cuando aún no sabía distinguir la i de la o, en 1908, fiesta centenaria de la Guerra de la Independencia, recitó balbuciente un trozo escogido, patriótico, que traía el Catón en una de sus primeras páginas: "Nunca renegaré de mi patria". Y así fue, no renegó de su patria grande, España; ni de su patria chica La Mancha; ni de su patria pequeña y bien amada que era su Ciudad Real. Cita a continuación a las guapas jóvenes manchegas de su tiempo, a las que ofrecía un brazado de flores y les pedía que las prendieran en su mantilla almagreña de singular celosía barroca. También hace referencia a un cuadernillo escrito que halló en un acirate del Camino Real en el que sus dos últimas estaban en blanco y que él escribió como recuerdo de justicia los nombres de los restauradores que con fe y entusiasmo convirtieron en valiosa y encantadora la Semana Santa de Ciudad Real al comenzar el siglo: Rubisco, Don Federico, Rojas, Acosta, Rueda, Cárdenas, Medrano, Montero, Martín Serrano, López, Menchero, los Pérez, Gallego, Ayala, Cuevas, Alcázar, Cava, Messía de la Cerda, Paco Herencia... y los párrocos Bermúdez, Espadas y Emiliano.



Pedía al caminante que llegare a Ciudad Real por aquella Semana Santa de 1956 que "contemplase sus calles plácidas, soleadas, convertidas en naves de singular catedral, con bóveda de cielo, empapadas en lamentos de Vía Crucis y adornadas con palmas rizadas al sol en los balcones o formando túneles para festejar a Jesús en la borriquilla, encontrando una emoción  imperecedera en cada hora, en cada esquina, en cada nazareno penitente, en cada procesión". Y continúa: "El Prado, ese corazoncito nuestro, tiene su encanto a cada hora. ¿No habéis percibido el que atesora en la amanecida? Despierta la catedral y en su torre, entre llamaradas rosa de sol cantan las campanas el Ave María. Pasa un borriquillo cargado de hortalizas; cruza, deprisita, una mujer camino de la plaza. El canónigo viejecito, de venera al pecho, roja y retorcida, va a su misa. Harto de callejear llegó al Prado el Jueves Santo de madrugada y por el Camarín en silencio, entre tinieblas de sombra y capuchones negros, traían a Dios crucificado, velados por los humos espesos de cuatro cirios, consumiéndose en mocos rizados de cera derretida. Se sentía llegar el alba. Se llevaron a Cristo colmado de sudor y con la sangre de los pies clavados. ¡Qué esplendor de la mañana sacramental del Jueves Santo caía ya sobre la ciudad!".

Una golondrina presumida le fue contando a don Julián que en el Gólgota Cristo le llamó. Acudió y se posó sobre su mano derecha agarrotada. Era que Jesús quería regalarle una gota de su sangre porque ella le dio consuelo quitándole las espinas de la corona de su cabeza sudorosa y ensangrentada. Y con su dedo índice le pintó la sangre en su pecho, blanco, para que así cuando volara, desde abajo viéramos quienes, con nuestros pecados, la derramamos.



Medianoche del Jueves

Y seguía: "Visitante, si a las doce de la noche del Jueves Santo esperas la salida del nazareno castellano, solo, con la cruz a cuestas, sin cirineo, con dignidad y hombría, le verás subiendo por la calle Dorada y llegando a la Plaza de San Francisco, subiendo por la calle La Mata y descendiendo por la de la Palma".

Ya no tiene la Plaza Mayor arcos de casas ni frente a san Pedro la lúgubre y sombría cárcel de la Santa Hermandad Real y Vieja donde se paraba la procesión para oír las saetas manchegas que le cantaba la "guáchara" desde un balcón de la calle Cuchillería. También hacía referencia a diferentes momentos históricos de la Semana Santa de Ciudad Real. Así, habló de la hermandad de la Santa Espina, de la que por entonces no quedaba más que un deteriorado estandarte. “Cuenta la leyenda, con galanura de encanto, que la Santa Espina era una de la corona del Redentor y que la regaló don Sancho el Bravo a la Iglesia de Santiago. Detrás de la Santa Espina desfilaba la Dolorosa de Santiago, a continuación, suntuoso, el Cristo de la Piedad, y seguía la suma belleza plástica de nuestra semana mayor, el descendimiento seguido por la severa Cofradía de las Angustias y el Santo Entierro. Cerrando el triste cortejo viene, compungida, la Madre Dolorosa del Ave María... pero le han quitado la corona de espinas y los clavos de su hijo, y llora con la mayor amargura”.

Insignias y trompetas, cetros y gallardetes, suavidad de telas moradas. Valiosos estandartes mezacando su cromatismo, sus emblemas fastuosos, sus bordados complicados, su tremolar de belleza y arte. El recuerdo de Paco Herencia mira y sonríe.

Vicente Olmedilla Ayuso. Diario “Lanza” 2 de abril de 1996

 


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