Retrato
del General Francisco Serrano Bedoya, propietario del sable cuya historia reproduzco
hoy en esta entrada
El tiempo le dio la razón a la abuela
Teresa Martín. “Cuando tiren esta casa se encontrará algo”. Su nieto Eugenio
Criado escuchaba el pronóstico una y otra vez pero nunca lo achacó a los
delirios y alucinaciones de la vejez. Había oído en conversaciones de la
familia que la suya podía estar entroncada con el general Francisco Serrano
Bedoya, secretario de Espartero y presidente del Tribunal de Guerra y compañero
de destierro y regreso del Grande de Granátula. Y había oído también que en su
casa de la calle Toledo, número 3 existió una Casa de Banca en vida de Luis
Martín Serrano, nieto del general, que fue procurador alboreando el siglo. La
abuela Teresa Martín sabía, pues, lo que se decía. La pasada semana unos
gitanos encontraron en el vertedero de Cabeza del Palo varias monedas de oro
que procedían del solar de la casa de la calle Toledo número 3 (hoy
identificada con el número 5). La casa fue vendida por sus propietarios el 1 de
noviembre de 1997 y demolida poco después. Fue al excavar para cimentar la nueva
construcción que aparecieron las cuevas y una vasija con monedas de oro.
Ahora, en el Rincón de la Luna, un
coqueto café decorado, casualidad, al estilo finisecular, el último de la saga,
Eugenio Criado Jiménez, rememora la pequeña historia de la familia sin
intención de reclamar recompensa. Se limita a evocar a sus antepasados y al
patriarca que le fue fiel a Espartero hasta el final de sus días.
-
Me
pregunto dónde estará el sable…
-
¿Un
sable?
Se refiere a un espadón que pudo
pertenecer al general Serrano Bedoya y que viajó en volandas entre generaciones
hasta que la abuela Teresa o su marido
Eugenio Criado Toledano lo tiraron al pozo al poco de estallar la guerra civil
española.
¿Dónde estará el sable? Tal vez en las
profundidades del solar esperando un golpe de suerte para salir a flote en el
presente de estos tiempos acelerados o entre los esqueletos de la casa
arrumbados en la cabeza del Palo.
Sí apareciera quedaría probado que los
Criado descienden de aquel general que junto al otro Serrano y también
Francisco pero Domínguez de segundo, hizo también la Gloriosa del 68 contra la
monarquía Isabelina.
La documentación de Eugenio está
finamente tallada en el recuerdo por el escalpelo de la tradición oral, y
redactada en sucesivas escrituras de la propiedad de la casa de la calle de
Toledo, número 3 que la remontan hasta el pasado siglo. Todo parece apuntar al
general… aunque la certeza se detiene en Luis Martín Serrano, que fue
“procurador o magistrado de la época y el fundador de la Casa de Banca”. Luis
Martín Serrano pudo ser nieto del ilustre militar pero de su padre y por tanto
del hijo de Serrano Bedoya no existe eslabón aunque todo el mundo que vivía en
aquel típico caserón manchego de dos plantas con patio interior que ocupaba
buena parte de la manzana antigua, se reconociese descendiente del que fuera,
para más título y graduación militar, capitán general de Cataluña.
El caso fue que Luis Martín Serrano se
casó con Amalia Lázaro. Aún no había concluido el siglo con su rosario de años
y la Casa de Banca hacía sus negocios. Tal vez muy pocos supieran que en el
subsuelo de la vivienda había unas oquedades que podían servir de cámaras de
seguridad, de depósitos de caudales….
La abuela Teresa, hija de Luis y de
Amalia, conoció la Casa de Banca que había en su casa natal de la que quedó
como testigo visible un portón de madera maciza de cuya existencia ha sido
testigo el propio Eugenio. “Esta era la puerta del banco”, le decía la abuela.
El recuerdo vivo de la abuela es la
clave para entender el hallazgo porque siempre tuvo la certeza que vivía
pisando un tesoro que quedó definitivamente sellado a la luz del mundo cuando
la casa de préstamos dejó de funcionar. La abuela Teresa hacía sus vaticinios
con la lógica cruel de las personas informadas pero el tiempo anda lo
suficientemente rápido como para detenerse. No era cuestión de descuajaringar
la casa para ver si la abuela tenía razón o eran recuerdos distorsionados de
mocedad.
La abuela Teresa se casó con Eugenio
Criado Toledano, un ferroviario de la época y tuvieron a José Antonio, Teresa,
Manuel, Marcial, Luis y a Eugenio Criado Martín, bancario, padre de Eugenio
Criado Jiménez que hoy cuenta la fabulosa historia de la vasija de oro
encontrada y la del sable perdido del general Francisco Serrano Bedoya, aún
oculto en algún entresijo de la tierra, a raíz de la aparición de las monedas
de oro, de cuyo descubrimiento ya alertó la vieja. No hacía más que decir que
el día que tiraran la casa iba a aparecer algo. Eugenio se lo escuchaba
advertir a su abuela que era biznieta del general Serrano Bedoya, fiel de
Espartero, secretario del que pudo y tal vez no quiso ser rey, revolucionario
liberal y capitán general de Cataluña.
Pero no fue la simiente del general la
que recobró para sí el tesoro oculto en su propiedad. Los descendientes de la
abuela Teresa esperaron a su muerte para vender la casa cosa que hicieron el
primer día de noviembre de 1997.
Cuando vendieron la casa y en tono
jocoso le dijeron al constructor: “Ahí aparecerá algo, siempre lo ha dicho la
abuela”. No le dio mayor importancia. De hecho la casa se demolió al poco
tiempo de ser vendida y allí no surgió nada fabuloso, de modo que el tiempo se
fue depositando mansamente sobre el solar, raso ya… hasta el día en que las
excavadoras le hincaron los dientes a las entrañas del corralón con tan mala
fortuna que los trabajadores no se apercibieron de que entre la sopa de tierra,
escombros y piedras, iba el avecrem
de los dineros tantas veces adivinado por la abuela Teresa. Del lugar donde
siempre reposaron las monedas de oro, presumiblemente acuñadas con la efigie de
Carlos II y/o Carlos IV viajaron a Cabeza
del Palo. En aquel emplazamiento desolado –un basurero es un lugar de olvido
por muy tecnificada y limpia que sea su gestión- aún habían de esperar unos
días –un suspiro- para que sobre el tesoro amaneciera el sol del siglo XX que
ya atardece.
Eugenio Criado Jiménez cuenta la
historia breve de su familia. No deja de referirse al sable.
-
¿Dónde
estará el sable?- se pregunta.
La respuesta es una bifurcación de tres
posibilidades: o sigue oculto en la profundidad de un pozo adonde lo arrojó la
abuela Teresa o su marido, o reposa bajo una capa de escombros en Cabeza del
Palo… o adorna hoy la pared de alguien.
Manuel
Valero (Publicado en el diario “Lanza” el lunes 26 de abril de 1999 en su página
número 5
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