Francisco Pérez Fernández (Antón de Villareal)-«Efemérides manchegas» (1971)- dedica varias de sus efemérides a la Pandorga.
Entre ellas la más significada es la que sigue:
«31 JULIO 190...: AL FIN HUBO PANDORGA EN HONOR DE LAVIRGEN DEL PRADO. - Los tres amigos ya se han puesto de acuerdo. Ellos saben de tradiciones antañonas, de fiestas populares y de sanos regocijos. Ellos, a su manera, mantienen costumbres y creencias. Han trasegado un jarro de tinto en la taberna y salen, contentos y locuaces, con sus instrumentos bajo el brazo: Pepe, el gordo, lleva la bandurria; Paco, el ciego, que marcha en el centro como reo entre civiles, acompañará con su guitarra; y Mazantini, el viejo, ensaya con sartén y paleta un repiqueteo estridente y monocorde.
Es la noche del 31 de julio de un año cualquiera, allá por los comienzos de este siglo. Es noche de Pandorga, fiesta arcaica ciudarrealeña, transmitida de generación en generación, homenaje del pueblo a su Patrona, salutación a la Virgen con música y cante de seguidillas o torrás, a modo de pastoril serenata, que se celebra quince días antes de la gran fiesta.
¿Qué se celebra, decimos? No siempre, por desgracia. Paco el ciego, Pepe el gordo y el viejo Mazantini, saben que esta noche no habrá Pandorga. No sería el primer año, i el único, ciertamente. Por falta de iniciativas, dejadez y abandono de unos y otros, esta noche de julio la Virgen del Prado no escuchará desde su camarín los cánticos de los devotos.
¿Qué no habrá
Pandorga? El viejo Mazantini, el ciego Paco y el gordo Pepe han decidido lo
contrario. Y se encaminan, por la calle de los Reyes, al Paseo del Prado. En la
terraza del casino charlan los señores. En los bancos de madera chismorrean las
señoras. Por las barandillas de hierro con asiento de piedra se agrupan los
menestrales. Pasean las señoritas bajo las miradas avizoras de sus parlantes
mamás. Rondan los mozalbetes con zureo de palomo. Y las niñas, Pradito en el
centro, juegan al corro aprovechando esas primeras horas de la noche canicular:
En el jardín
del Prado
No se puede jugar…
Pero ellas ¡vaya si juegan! Y cantan y ríen y cambian de tonadilla con volubilidad infantil.
El “trio” de la Pandorga ya está en el paseo de la Catedral. Simplemente con el temblar de sus instrumentos han atraído la atención de chicos y grandes. Paco y Pepe pulsan a una de las cuerdas. Y Mazantini, cesando en su acompañe de paleta y sartén, carraspea para suavizar la garganta, enronquecida por tabaco y vino, y se arranca por seguidillas, improvisando sobre los primeros versos de la ya conocida:
Este año no hay
Pandorga
Virgen del
Prado.
Tus hijos, por
desidia,
te han
olvidado.
Pero aquí
tienes
al viejo
Mazantini
que a cantar viene.
La Virgen
morena y manchega, desde la altura de su camarín, sonríe seguramente ente el
sencillo homenaje. Porque ellos, el viejo Mazantini, el ciego Paco y Pepe el
gordo, son creyentes y fervorosos… a su manera.»
Pedro Echevarría
Bravo, recordado amigo y excepcional musicólogo -«Cancionero musical manchego» (1984), pág. 34- al hacer la semblanza de la seguidilla dice:
«La antigua Villa-Real podía considerarse como la
esencia de este baile, que tenia su mejor y más fiel interpretación en la
fiesta de la típica Pandorga. Según los datos históricos que hemos podido
recoger acerca de esta fiesta, parece ser que desde el siglo XVI los ciudarealeños
tenían la buena y santa costumbre de celebrar, en la noche última del mes de
julio y primera madrugada de agosto, la fiesta de la Pandorga. Esta consistía
en saludar, con canciones populares, a la Santísima Virgen del Prado, Patrona
de la ciudad, actuando, además de la típica serenata, un cuadro de bailes
regionales. Esta tradicional costumbre ha desaparecido, por desgracia, y el
pueblo, al frente del popular Mazantini, ya no canta a su virgencita la
coplilla que dice:
La Patrona del
Prado
es capitana
de las siete
banderas
del rey de
España.
Asi cantaba la muchacha realeña en las serenatas nocturnas, allá por el año 1860, cuando las rondallas, dirigidas por notables maestros del folklore manchego, recorrían la calle Alfonso X el sabio…»
Voy a referirme, a continuación, al acontecimiento que motivó los versos transmitidos por el pueblo de Ciudad Real de generación en generación, durante los últimos doscientos años y que, sin duda, podríamos considerarlo como el permanente acicate reivindicativo del sentir popular hacia la fiesta de la Pandorga, en homenaje filial a la Madre del Prado, y que dice así:
«Este año no hay Pandorga,
Virgen del
Prado,
por las cicaterías
de Maldonado»
Todos nuestros cronistas coinciden en la transcripción de los actos religiosos, festejos y boatos celebrados en Ciudad Real desde Felipe II, con ocasión de la proclamación de los Reyes, puesto que, conforme hemos dicho, obtienen su información en las mismas fuentes o de su intercambio en algunos casos, siendo quizá José Balcázar Sabariego (o. cit.), quien con mayor detalle refleje en su obra las circunstancias acaecidas con ocasión de la llegada al Trono de Carlos IV y que reproducimos a continuación. Como se podrá observar, el citado Maldonado, procedente de Salamanca, podría tener algún parentesco con la familia ciudadrealeña de igual apellido pero, en cualquier caso, nuestros investigadores dejaron meridianamente claro que ninguno de sus miembros tuvo nada que ver con la prohibición de tan infausto recuerdo.
La crónica dice así:
«Cuando Carlos IV sucedió a su padre en el Trono de España tenía ya cuarenta años, y los presagios de un feliz reinado que todos le auguraban quedaron bien pronto desvanecidos, por efecto, sin duda, de los aires perniciosos que venían de Francia.
Su proclamación
en Ciudad Real tuvo, también, un mal comienzo. Señalada para el 15 de febrero
de 1789, no pudo verificarse hasta el 8 de marzo por un incidente desagradable
del que fue protagonista Don Vicente Ramon Maldonado y Ormaza, primogénito del
Marques de Castellanos, título de Salamanca, relativamente moderno, pero de
rancia nobleza cristiana su titular. Parece ser que los Maldonados de la ciudad
de Tormes se habían carteado varias veces con los Maldonados de Ciudad Real y
con los de Granada, tratándose como parientes y que en uno de sus viajes que
Don Vicente hizo a esta capital para visitar a sus familiares, conoció a una
rica hembra manchega: Doña Ana María Bermúdez Maribáñez Messía de la Cerda
Villena y Tello, Señora del sitio y jurisdicción de Santa María del Guadiana y
dueña por tanto del predio olivarero de Majamadre y de inmensas tierras y ricas
vegas. Y aquel conocimiento acabó en boda y con este enlace Don Vicente no sólo
consiguió una esposa modelo de virtudes y con envidiable dote, sino también el
derecho a ser regidor preeminencia con primer asiento y voto en este
Ayuntamiento y, por ende, los honores de Alguacil mayor y Alférez mayor de
Ciudad Real, aunque habitara en otra localidad.
Manuel
Alcázar Bermejo. Diario “La Tribuna de Ciudad Real”, domingo 30 de julio de 2000