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lunes, 24 de febrero de 2025

UNA VISION DE CIUDAD REAL EN 1881

 



Ya el día había avanzado cuando saludábamos los pardos muros de Ciudad Real, sobre el mismo sitio que en 1262 señalara con su espada el Rey Sabio al anciano y caballeroso D. Gil, cuando se alojó en su casa, siendo entonces una pobre aldea representante de la antigua Alarcos con el nombre de Pozuelo Seco de D. Gil. Un arado tirado por bueyes surco entonces, según los historiadores, la curva que iba marcando la espada del Monarca, en donde debían levantarse sus murallas, murallas que todavía duran, con sus almenas, puertas y baluartes. Pero ¡cuántas consideraciones se han agolpado a nuestra mente al contemplarlas por segunda vez después de treinta y cinco años, en que hube de pisar por la primera este mismo suelo, en nuestra primera guerra civil! En vano lució el posterior convenio de Vergara, que fue como el cansancio de hermanos contra hermanos, que ya no podían sostener por más tiempo el hierro y el fuego para alimentar aquella lucha. Otra guerra intestina ha venido por segunda vez a afligirnos cuando os extiendo estas líneas, y ha he vuelto a ver nuevas ruinas, y los efectos que tal cruel azote para dos generaciones sucesivas.

Entre estos pensamientos, atravesamos las largas y anchas calles de esta población, no sin observar por los instrumentos, que estábamos a 65 metros más bajos que Madrid, sin que por esto notáramos menos rigor en el fresco ambiente que nos besaba, y de advertir en la población en general y en su empedrado y nuevas aceras, los pasos de la civilización y el poder del tiempo, a pesar de estas dos continuadas guerras. Sus antiguas posadas, no han dejado de sufrir también una gran variación; y a la que ya hoy nos hemos encaminado, llamada el Hotel de la Perla, forma, con su nueva y extranjera denominación, su distribución y aspecto, un verdadero contraste, al compararla con aquellas. Pero todavía permanecen por esta provincia las típicas de nuestros abuelos, con sus largos y oscuros callejones de entrada, sus descargaderos para los pellejos, sus enjalmas y cargas de los arrieros; sus escaleras de yeso con el escondite, que recuerda el gabinete de la Maritornes; la cocina y salón común, y el corral con el pozo, junto al que velo sus armas el famoso hidalgo. Todavía se ofrece en Daimiel, y en la nombrada del Gallo, la que se cree sirvió a Cervantes de blanco para pintarnos estas posadas de nuestros padres, y a la verdad que es mucha la correspondencia que ofrece esta de Daimiel con todas las partes que en el Quijote se describen, según me lo hizo notar, un día que por allí pasamos, un ilustrado amigo que en este mismo punto residiera. Nosotros, en esta parte, hemos ganado con estas transformaciones, y el Hotel de la Perla nos ha proporcionado relativamente, cuantas comodidades ya por aquí pueden exigirse.

Apenas nos hemos instalado en el mismo, cuando nos hemos proporcionado un vehículo para principiar nuestras exploraciones al amanecer del siguiente día, y este será el objeto de que me ocuparé en la próxima.

M. R. F. Revista contemporánea Madrid-7-1881-n-o-34

 


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