Y no estaría mal, con subtítulo
expresivo, añadir algo así como “leyenda de amor y muerte”.
Nos la cuenta don Emilio Bernabéu, que
tantas cosas sabía del Ciudad Real antiguo, en una sección que publicaba en “Heraldo
de la Mancha” con el título de “Historia y Arte”. Nosotros respetamos el fondo
del asunto, pero no la forma, que quería ser una prosa rimada. ¡Cosas de don
Emilio! Fijamos el año 1484, dentro del bienio en que estuvo aquí establecido
el Tribunal del Santo Oficio para ser luego trasladado a Toledo. Y el día y el
mes no tienen más fundamento que el de ser “una noche fría, de huracanado
viento”, como nos la describe nuestro respetado señor Bernabéu.
Y vamos con la leyenda:
Ella era una belleza rubia, con trenzas
de oro y ojos negros. Prestancia y cuerpo de escultura griega. Hablar dulce,
timidez de doncella honesta y bondad de mujer fervorosa y creyente. Vivía con
su padre, ministro-familiar de la Inquisición, en una casa de la calle Azucena;
frontera a la del Prado. Desde su ventana, mientras esperaba al galán con el
que contraería pronto matrimonio, veía la lámpara del Camarín de la Virgen del
Prado; cuya débil luz, unida a la del fanal de la otra esquina, apenas servían
para mitigar la lobreguez de las noches.
Isabel, tras la reja, esperaba a su
Hernán. Era éste un mozo esbelto y arriscado, fijodalgo ya famoso en la guerra
contra el moro alpujarreño, cristiano “viejo”, pese a su juventud, porque de
progenie fervorosa y creyente provenía el galán. Ya estaban los padres, el
inquisidor y el hidalgo, muy conformes en el matrimonio de le enamorada pareja,
ceremonia que habría de celebrarse al día siguiente. Aquella era la última
noche del noviazgo feliz, solamente ensombrecido por la intromisión de un
pretendiente tenaz, cristiano “nuevo”, como hijo del acaudalado Samuel, hebreo
recalcitrante y odiado por su fama de usurero, pero bien repletas sus arcas de
cornados y doblones áureos. Mas el rico heredero, rechazado una vez y otra por
la bella Isabel, había jurado matar a Hernán, antes que verlo unido a la hija
del inquisidor.
Por la calle de la Virgen –ahora del
Camarín- avanza confiado, erguida la figura, el joven Hernán Gómez de Rel. Se
emboza con capa carmesí, ciñe su cabeza sombrero de blanca pluma y su diestra
empuña la cruz de la espada. Ruge el viento en la noche lóbrega. Hernán va en
busca de su idolatrada Isabel, que le espera, ya impaciente, tras la ventana.
De súbito, se apaga el farolillo que
pende de la reja del Camarín de la Virgen. Una sombra surge, traidora, y
acomete por la espalda al hidalgo galán. En el silencio de la noche resuena un
grito de dolor y de muerte. Isabel lo ha reconocido y cae desmayada. Por la
calle en tinieblas, un bulto envuelto en luenga capa huye raudo.
Allí quedó el cadáver del joven Hernán,
impunemente asesinado la noche víspera de su boda. Y como único recuerdo, la
lámpara de la Virgen que alumbraba mitigando tristemente la penumbra del
tétrico lugar. En la portada de la casa de la calle Azucena y sobre la clave
del arco veíanse esculpidos una cruz y un bonete, heráldica del ministro de la
Inquisición.
Francisco
Pérez Fernández, Efemérides Manchegas. Diario Lanza 21 de enero de 1975.
Aparece reflejada en mi novela 'Los días y las noches en La Casa Grande' (Éride Ediciones 2013).
ResponderEliminarMi madre era una buena contadora de historias.