Compañía
de Soldados Romanos “Armaos” a principios de la década de los años XX del
pasado siglo
La Hermandad del Santo Sepulcro, es una
de las hermandades más antiguas de nuestra Semana Santa fundada en el siglo
XVII. Una de las características durante siglos de esta hermandad, que
procesiona la noche del Viernes Santo, fue la compañía de soldados romanos que
acompañaban al paso y que desapareció a principios de los años setenta del
pasado siglo XX.
La compañía de “Armaos” celebraba varios
ritos antes de procesionar el Viernes Santo y el Sábado de Gloria durante la “Misa
de Gloria”, en el templo de la Merced.
El ritual de la compañía de soldados
romanos comenzaba el Viernes Santo a las 3 de la tarde, cuando salía a la calle
un “armao” provisto de un tambor con las cuerdas destempladas, que se
caracterizaba por el sonido ronco del mismo. Éste se dirigía andando hasta el
domicilio de otro “armao”, y luego salían en busca de un tercero, y tras éste
salían en busca del resto de compañeros. Una vez reunidos todos, se dirigían a
la casa del rey de los “armaos” o Capitán de la Centuria, y ya con él al
frente, se encaminaban hacia la casa del Hermano Mayor, desde donde se dirigían
a recoger el paso a la Parroquia de Santa María del Prado “Merced”, antes de
iniciar la procesión oficial del Santo Entierro.
Durante la procesión daban escolta al
paso del Santo Sepulcro doce “armaos”, desfilando el resto al frente delante
del paso el Capitán junto al Hermano Mayor, que movía su espada desde el hombro
izquierdo a cadera derecha en sentido ascendente-descendente.
El
desaparecido paso del Santo Sepulcro que estrenó la Cofradía en 1916
El Sábado Santo la Compañía de “Armaos”,
asistía en la Parroquia de Santa María del Prado “Merced” a la llamada “Misa de
Gloria”. Antes de ir al templo realizaban el rito de recoger a cada “armao”, al
igual que el Viernes Santo. Una vez reunidos se dirigían a la iglesia que se
encontraba repleta de fieles. En el interior de la misma, todos se dirigían al
Altar Mayor, donde subían por parejas y cruzaban las espadas. Éste acto se
llamaba juramento. Después, en el pasillo central del templo, formaban dos
filas. Al llegar el momento del Gloria, cuando se quitaba el velo que cubría el
Altar Mayor y se tocaba la rueda con campanillas, que existía en todas las
iglesias, en ese momento se quitaban el casco y se tiraban al suelo dando un
grito y haciendo golpear estrepitosamente las corazas de su armadura contra él,
como recuerdo de aquellos auténticos soldados romanos, que adormecidos quedaron
sobre la losa del Sepulcro al resucitar Jesús. El abanderado, en ese momento,
se subía al altar y ondeaba la bandera. El tambor se tocaba, las campanas
volteaban y en la calle se lanzaban cohetes.
Era el rey de esta compañía de romanos a
principios del siglo XX, Juan Antonio, apodado “el jeringón” por la buñolería
que tenía en los soportales de la Plaza Mayor.
Con el cambio de la liturgia de Semana
Santa en los años cincuenta del pasado siglo, y la decadencia que sufrió nuestra
Semana Santa finalizando los años sesenta y durante casi toda la década de los
años setenta del pasado siglo, la compañía de soldados romanos llamada
popularmente “Armaos” desapareció, y con ello parte de la historia de nuestra
Semana Santa.
Indumentaria
de un “armao” de la Cofradía del Santo Sepulcro de Ciudad Real