Hasta hace unos años, solamente Sevilla,
la riente población andaluza, se distinguía por su Semana Santa, espléndido
maridaje de arte, poesía y fervores; más, actualmente son varias las
poblaciones españolas que si no en cantidad, en calidad pueden competir con
ella, presentando una Semana Santa merecedora de que sus bellezas se divulguen.
Entre estas poblaciones se encuentra
Ciudad Real, la histórica ciudad, que fundara un rey rico en desdichas, la
cabecera de la Mancha, solar de calatravos y vivero de hidalgos. Ciudad Real lo
concentra todo en su Semana Santa; para ella no existe otra fiesta ni le acucia
otro anhelo que el de ver desfilar las cofradías una vez más por las calles,
antes silentes y ahora abarrotadas de un público heterogéneo.
Unos años han bastado para que la Semana
Santa de Ciudad Real figure en primera fila. No ha mucho tiempo que la
vulgaridad era la nota distintiva de esta fiesta: percalinas, capirotes
absurdos, monotonía… Pero fue el interés de algunos dirigentes de la localidad
para que todos, sin distinción social ni cultural, aportasen su esfuerzo a la
transformación espléndida que en escaso tiempo se operó.
Aquellas hermandades primitivas de gente
humilde, ataviadas grotescamente, son hoy vigorosas cofradías que se exhiben en
espléndidas vestiduras y que no omiten gasto ni sacrificio en rivalidad
pacífica, en pugilato de belleza.
Parte principal tienen los niños en
estas conmemoraciones y con gran verismo y exacta copia de detalles van
representando figuras de la Pasión. Los Apóstoles, el Bautista, la Verónica,
las Marías, José de Arimatea, beduinos, judíos, las virtudes… son niños que en
ocasiones ni aun pueden andar y van en brazos de sus progenitores.
El raso, el terciopelo, la seda, el oro,
el charol, son elementos que entran en el atavió de los penitentes, que
desfilan silentes, mayestáticos, con capucha corrida, y llevan en la mano, o
bien el magnífico farol o el cetro, en cuya parte superior figura algún
atributo de la Pasión: martillo, columna, corona de espinas, clavos, monedas,
gallo, etc.…
El mayor orden impera durante las
procesiones; los hermanos siguen respetuosos las indicaciones de los hermanos
mayores y cuidan de conservar la mayor compostura. Al frente de cada cofradía
existe una junta directiva y cada presidente (hermano mayor) cuida de que su
gestión sea fructífera para la hermandad. Y cada año hay un nuevo detalle a que
se atiende, una omisión que subsanar, un aliciente más, ya en el paso, ya en la
hermandad, o en ambos.
Las tres parroquias de la ciudad tienen
sus cofradías que desfilan el Jueves Santo por la tarde y noche y el Viernes
Santo por la mañana, tarde y noche. Cada cofradía cuenta con un paso, que
generalmente va montado sobre magnifica carroza que van actuadas eléctricamente.
La parroquia de Santiago cuenta con los
pasos siguientes:
“Ecce Homo”, magnifica reproducción del
momento en que Pilatos acusó su debilidad acomodaticia presentando a la plebe
al justo. La cofradía es una de las más elegantes y su túnica, blanco y púrpura,
una de las más elegantes, cuenta con 325 hermanos.
“El Cristo de la Caridad”, “La Dolorosa”
y “La Santa Espina”, completan los pasos de esta parroquia, enclavada en uno de
los barrios más populares de la población.
La noche de este día sale de la
parroquia de San Pedro la procesión de Nuestro Padre Jesús Nazareno, imagen de
Montañes, la más antigua de todas y alrededor de la cual forjaronse leyendas
llenas de emoción. En el misterio de la noche cruza esta imagen ante sus
devotos y su rostro severo, el dolor que refleja, impresiona y subyuga.
De la parroquia anterior salen en la
mañana del Viernes Santo los pasos siguientes:
“La oración en el huerto”, “La coronación
de espinas”, hermandad del Gremio de ferroviarios, que cuenta con 600 hermanos,
“Jesús Caído”, paso del que cuidan los comerciantes con 420 hermanos, y “El
Cristo del Perdón y de las Aguas”, la hermandad más numerosa, 1.200 hermanos, y
una de las más lujosas, pues hasta los músicos que en ella figuran lucen su correspondiente
túnica.
Por la tarde, de la parroquia de Santa
María, sale la procesión oficial, severa, imponente… Figuran en ella: “La
Enclavación”, “El Cristo de la Piedad”, atribuido a Montañes; “El
Descendimiento”, magnifico paso, que tiene 300 hermanos; “El Santo Sepulcro”,
entre cuyos hermanos figuró el infortunado diestro Joselito, que luce el farol
que este torero regalara un día; “La Dolorosa”, la cofradía aristocrática que
cierra este desfile que anonada por la magnificencia y severidad que en él se
aúna.
Y cuando las notas del último pasodoble
(pues las cofradías van y vienen a casa de los hermanos mayores a los compases
de pasodobles que rompen con sus notas la austeridad del día) se extinguen,
sale humilde, contrita, la procesión de la Soledad, en la que figura sólo
mujeres tocadas con la mantilla clásica, elaborada en la mayoría por ellas
mismas… Con ésta terminan las procesiones de Semana Santa. – L. A.
Revista
“Alrededor del mundo”, Madrid, número del
30 de marzo de 1929, páginas 316 y 317.
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