Ciudad
Real desde la edad media tuvo repartidas por toda la ciudad, casas señoriales
con escudos heráldicos en sus puertas: Esta fotografía de Julián Alonso nos
muestra una desaparecida portada de la calle del Lirio
Es la Heráldica una de las ciencias
auxiliares de la Historia y acaso la menos estudiada.
Esos blasones seguramente orgullosos que
adornan el paisaje español, nos referimos a los que se ven en los castillos más
o menos arruinados, en los palacios señoriales y aun en modestas casas de todas
las ciudades de España, son páginas de la historia, unas olvidadas y otras mal
leídas y peor interpretadas.
Esos escudos se expandieron no sólo
dentro de nuestra Patria, sino en todo el orbe cuando en los dominios españoles
no se ponía el sol.
No hay que hacer constar que en otras
naciones también se extendieron los escudos heráldicos tanto o más que en
España.
Fundada esta población en los promedios
del siglo XIII (1255) a la llamada del rey sabio, que hiciera a toda Castilla,
acudieron muchas gentes, moros, judíos y cristianos, para poblar la nueva Villa
Realenga y disfrutar de las mil ventajas que le diera su fundador.
Así es que con las franquezas o exención
de impuestos y tributos, contribuciones que hoy llamamos, vinieron a este
pueblo, muchos nobles hijosdalgos, ricos homes, etc.., etc.
Numerosas casas y palacios que aquí se
construyeron todas en sus puertas y fachadas tenían sus escudos y blasones
heráldicos que atestiguan la nobleza de sus moradores.
El que escribe estas líneas, ya
septuagenario, ha conocido muchos escudos en casas hoy derruidas que adornaban
las portadas vetustas, dándole un aspecto y un tinte de nobleza a la capital,
sumamente histórico.
Los apellidos nobiliarios han
desaparecido casi todos, lo mismo que sus casas solariegas, tales como los
Velardes, Galianas, Bermúdez, Villaquirán, Aguilera, Ladrón de Guevara, etc.,
etc. Muñoces, Treviños y Maldonados todavía existen y en sus puertas se ven
sendos escudos que por verdadero milagro se salvaron de la acción destructora
del tiempo y de la piqueta demoledora de los hombres.
Siendo alcalde de esta capital D. José
Maldonado Rosales, caballero de Calatrava, cuyo retrató puede verse en la
Secretaria del Ayuntamiento, dio una orden para que los vecinos que tuvieran
escudos en sus puertas justificaran el derecho de usarlos, presentando sus
ejecutorias de nobleza.
Como en el transcurso de los años,
muchas casas habían cambiado de dueño, numerosos blasones fueron picados, por
no poder acreditar debidamente dicho uso y derecho.
Fue una orden que no queremos calificar
por lo arbitraria y que nos privó de ese adorno y de poder localizar las
moradas de personajes ilustres de nuestra historia local, ya desaparecidos.
Escudo
nobiliario de los Coca en la puerta de su capilla en la Parroquia de San Pedro
Del apellido Maldonado diremos, aunque sucintamente
su origen e historia.
En siglos pasados hubo un encopetado
varón llamado Fernández de Aldana que estando convaleciente de unas heridas
sufridas, en la guerra con los moros, fue llevado en unas angarillas o
parihuelas, especie de cama portátil, a la iglesia para oír Misa, como buen
cristiano que era.
Al lado suyo estaban varias damas y un
caballero lujosamente vestido se permitió libertades desusadas con una de
ellas.
El Fernández de Aldana que era Almirante
de Aragón, protestó airadamente de la conducta del extranjero, que ni guardaba
el respeto al Templo ni tampoco a una señora.
Quedó planteado el desafío que se
realizaba en Francia, pues el incógnito personaje tan libertino era francés.
A París fue nuestro español acompañado
de su comitiva y pendones, escudos y banderas y en un torneo, con su lanza fue quitándole
al francés todas las flores de lis, que ostentaba en su escudo de armas que
llevaba en su bruñida coraza.
Derribado del caballo por un bote de
lanza del español, ya en el suelo, tenía el derecho el vencedor de darle muerte
al vencido. Este corriendo la visera de su morrón o celado dijo a Fernández de
Aldana que se daba por vencido y que si le perdonaba la vida, como era el hijo
mayor del rey de Francia, el delfín, como entonces se llamaba al presunto
heredero del trono, le daría para que las pusiera en su escudo las cinco flores
de lis, de su apellido Borbón.
Desde entonces cambiaron su escudo los Fernández
Aldana por el Borbón.
El delfín le dijo a su padre el Rey de
Francia que a su vencedor le había dado las lices de su apellido,
contestándole: Mal done, mal dado, que se convirtió en lenguaje castellano en
Maldonado.
El autor del Don Alvaro o la fuerza del
Sino; el gran poeta Duque de Rivas, ha desarrollado este asunto del apellido
Maldonado, en unos bellísimos romances.
Emilio
Bernabeu (Diario Lanza, miércoles 2 de noviembre de 1949, página 3)
En
Ciudad Real sus alcaldes no han brillado por defender el patrimonio histórico y
artístico de la ciudad. Este Alcalde del siglo XIX, D. José Maldonado Rosales, caballero de Calatrava, dio
una orden para que los vecinos que tuvieran escudos en sus puertas justificaran
el derecho de usarlos, presentando sus ejecutorias de nobleza. Como en el
transcurso de los años, muchas casas habían cambiado de dueño, numerosos
blasones fueron picados, por no poder acreditar debidamente dicho uso y
derecho, desapareciendo así parte de la historia de la ciudad.
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