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viernes, 4 de marzo de 2022

CIUDAD REAL, CIUDAD SIN PIEDRAS

 



El castellano es un idioma fecundo en palabras, pero se ve enriquecido en sus posibilidades por la capacidad de giros y sobreentendidos que utilizamos los castellano-parlantes.

Así, si al referirnos a una ciudad decimos de ella que tiene, o no tiene piedras, dentro de un contexto concreto, fácilmente entendemos que estamos aludiendo a un mayor o menor contenido en monumentos históricos, y, en definitiva, a su valor y peso en el discurrir de esa la misma historia de la que ha sido coprotagonista, o simple figurante.

Ciudad Real, aunque nos gustara que fuese de otra forma, y desearía poder decir algo diferente, pertenece a ese conjunto de ciudades sin piedras, ni mejores ni peores que las otras, pero si diferentes, con sus propias características que se van adquiriendo y consolidando a lo largo de los años, empujadas, o dificultadas, por los habitantes de la misma o las imposiciones de aquellos que tiene poder para hacerlo.

Fue ayer cuando nació, a pesar de que ya hayan pasado casi ocho siglos de las primeras fechas que pueden recordarse cuando el lugar de referencia era Alarcos y los sucesivos nombres de lo que hoy conocemos hicieron acto de presencia, sucediéndose unos a otros, empujándose, pugnando por una palabra que imprimiese carácter de futuro, y de peso, a lo que parecía poco sólido, algo forzado.

Así recordamos. Puebla del Pozuelo, Pozuelo Seco de Don Gil, Villa Real…

Nacer desde la penuria, aunque sea bajo el auspicio real y la encomienda de un puesto en los sueños, no siempre es un buen principio, y si a ello hay que añadir la hostilidad del entorno, físico y humano, ganado a pulso, todo sea dicho en honor a la verdad, se completa el cuadro algo más que oscuro para aquellos primeros años del siglo XIII.




En medio de tierras llanas, algunas que fueron pantanosas, próximas a zonas volcánicas ya en reposo; tierra seca ahora, sin rocas y abundancia de arcilla que facilitó el establecimiento de tejares y talleres de cerámica, la libre elaboración de adobes y los que fueron perfeccionando el oficio de pisadores de tapial, configuraron lo que iría siendo un pueblo grande, destinado, parecía, a importantes empresas pero que hasta la muralla que la protegía y definía resultó pobre, pues hubo de ser construida deprisa, por la necesidad de contener los empujes del «enemigo», - otros opinan de forma diferente y le aplican valor artístico o de simple indicador de rango-, aunque contará con las puertas correspondientes, historiadas algunas, y de las que se guarda algún recuerdo, o réplica, o nombre al menos.

También tuvo tramos de fábrica y material noble. Después vino el olvido, hablándose, en el siglo XV, y en el XVIII, de estado ruinoso, a pesar de los servicios prestados a la Corona, la Inquisición y otros pode res de la época.

De simple tapial, con alguna puerta o fachada noble, de ladrillo y piedra, fueron configurándose las plazas y calles más o menos importantes, sin deslumbramientos, pues en todas las referencias que encontramos en la historia siempre hay una nota común: el descuido y consiguiente deterioro.

 

Casas arruinadas

 

En la realizada en el siglo XVIII- Cuestionario marqués de la Ensenada-, podemos leer que el 50 % de las casas están arruinadas, la muralla medio derruida, las calles, que fueron buenas, en estado ruinoso...

Algo similar podemos ver en los apuntes realizados al principio de este siglo, en donde se habla de desastre urbanístico.




También existen los momentos gloriosos y de adecentamiento, como cuando iba a llegar el ferrocarril, los cambios de tendencias y grupo hegemónico en la propiedad...

Más rural que urbano, hasta casi nuestros días, a Ciudad Real le costó hacerse a la idea de su papel como capital, e incluso seje cuestionó desde fuera; desde Almagro, que competía por el mismo puesto avalado por la historia, y sus piedras.

Algo de todo lo dicho podemos encontrar en un libro recientemente publicado: «Ciudad Real, siete siglos a través de sus calles y plazas 1245-1945», de José Golderos Vicario, editado por el Ayuntamiento de Ciudad Real.

Ante este panorama, ¿cómo no poner sordina a la fiebre que afecta a ciertos sectores, instituciones personas..., por recuperar reflejos de antaño, según afirman, y que habrían de fundamentar con algo más de rigor que el normalmente mostrado?

¿Será posible sospechar la falta de entusiasmo por el presente y el futuro tras los encendidos cánticos de pasado imaginado?

Es cierto que los pueblos necesitan conocer y honrar su historia para no repetir errores y caminar con paso decidido, pero es preferible reconocernos en los versos de León Felipe que aferrarnos a los sueños de D. Quijote, aunque nos resulten familiares.

Ciudad Real, ciudad sin piedras, ha de volcarse en construir un presente que merezca ser conservado en el futuro, sin añoranzas.

 

Esteban Rodríguez. Diario “La Tribuna de Ciudad Real”, domingo 15 de agosto de 1999

 


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