Hay en un altozano frente a la ciudad unos caserones pardos, altos y escondidos, en donde resuena el remache de la forja, y el golpeteo incesante de martillos y hierros. A ellos nos hemos dirigido ávidos de encontrar el espectáculo edificante de un cuadro vigoroso v fuerte. Es un aspecto de esta nuestra amada Mancha en donde el trabajo de unos hombres robustos, ennegrecidos y sangrientos tienen una evocación optimista y hermosa. Por las chimeneas de los edificios se escapan gruesas columnas de humo que a manera de bandera heroica tiene un símbolo.
Cruzamos unos jardines, coquetones y alegres en donde el sol acaricia unos pájaros entumecidos por el frío.
Nos internamos en el despacho del Jefe de Depósito Sr. Canut, a quien exponemos el objeto de nuestra visita. No soy yo el más llamado a hablar del Sr. Canut. En mis palabras pudiera haber pasión. Yo he oído hablar de él y siempre escuché lo mismo. El Sr. Canut es un hombre trabajador, honrado y noble. En la Compañía de ferrocarriles goza de gran prestigio. A escalonado todos los eslabones de su carrera sin más apoyo que su trabajo y sin otro mérito que el de la honradez, —el más hermoso galardón y el que hoy menos se aprecia. — Tiene una seriedad y una rectitud dignas.
En el despacho del Jefe nos encontramos con el ingeniero agregado al Depósito D. Cecilio Montalvo.
Es joven, simpático y en su conversación amena revela una fina distinción.
Acompañados de ambos señores nos dirigimos
a los talleres.
Los talleres del montaje
Nos encontramos frente al pabellón del montaje. Las ocho naves de que se compone están ocupadas por otras tantas máquinas en reparaciones. Luchando con ellas hay unos hombres recios, sanos y laboriosos que tienen la tez ennegrecida. Uno de ellos nos da su mano callosa y deforme, pero de una vigorosa complexión. Le saludamos. El sudor corre por su frente, frente ancha y altiva, que simboliza la honradez de esta raza de manchegos olvidados y preteridos por irnos ingratos que nos miraron cuando les fuimos útiles y después nos abandonaron para despreciarnos.
La gran mole de hierro descompuesta y desarmada, rodead a de aquellos hombres trabajadores pronto será puesta en marcha. Un operario perfora sus entrañas con una facilidad simple. El grueso tabique de hierro es taladrado con un perforador neumático. Lo maneja hábilmente.
- ¿Cómo te llamas?
- Antonio Cervantes.
- ¿Qué jornal ganas?
- Tres pesetas diarias.
Antonio Cervantes es joven y prudente. Es un excelente operario, que merece los elogios de su s jefes. Maneja con destreza el perforador neumático.
Y estos buenos operarios luchan todos los días
con el hierro envueltos en el humo, llenos de sudor y de grasa, arreglando esas
locomotoras que luego vemos alejarse altivas y gallardas perdiéndose en la
lejanía.
-¿Cuánto s operarios hay en esta Sección?
-preguntamos al Sr. Canut.
-Unos ciento cincuenta.
-¿Qué jornales ganan?
-Desde dos pesetas cincuenta céntimos a
ocho, pero el término medio es de cuatro y cinco pesetas.
-No pueden quejarse de la Compañía. Si no
es un jornal crecido, justo es confesar que no es exiguo. ¡Si se comparara con
el sueldo de los oficinistas del Estado, los eternos mártires, castigados a ser
señoritos y llevar el cuello planchado!
-¿Cuántas máquinas hay diariamente en
reparación?
-De seis a ocho. No todas son de este
Depósito, también las hay del de Madrid.
-¿Quién dirige la parte técnica?
-Yo.
El Sr. Canut me ha contestado a secas.
Aferrado a los libros y a los planos, manejando el lápiz y el tiralíneas ha sabido
conquistar el puesto que hoy le distingue.
El taller de ajuste
Un viejo operario abre un grueso portón y penetramos en una amplia nave. Son Talleres de ajuste. Numerosas correas penden de varios ejes giratorios que en la parte alta reciben el movimiento del motor.
El Jefe de Depósito nos dice que es uno de los mejores talleres que tiene la Compañía. Hay piezas preciosas y sorprendentes. Allí es vencida la dureza del hierro. Fácilmente se dobla, corta y moldea a voluntad del operario. Los hay viejos que con las gafas en la extremidad de la nariz, manejan la lima con habilidad. Estos son los veteranos; los que conocieron las primeras máquinas; los que hoy tienen hijos fogoneros y maquinistas; los que aman a la Compañía; los fundadores de la Asociación; los que hoy dicen que todo es suyo y en el Centro son respetados y considerados.
Allá trabajan los jóvenes, hijos y nietos de aquellos otros. Todos forman esa laboriosa jerarquía que llaman treneros y que han monopolizado los empleos ferroviarios.
-Ves esa fragua —me dice el Sr. Canut— Ahí comencé yo mi carrera. Ahí desempeñé mi primer destino.
Don Ignacio mira con cariño aquella fragua que venera como lugar santo. Mirándola añorará días de la infancia, de sus mocedades. Recordará el día que amo por primera vez y no el importante de la primera paga, ni la alegría de aquel día.
Unas gruesas columnas sostienen la techumbre de la nave. En la base hay una inscripción que dice. «Talleres de Ciudad Real, 1877.»
-¿Qué significa esto?
-Pues la fecha y talleres de la fundición. Estas columnas fueron fundidas en los antiguos talleres de la Compañía aquí establecidos. Lo mismo que las columnas de los faroles del Prado y del Pilar y creo que también las de la Academia del señor Pérez Molina.
D. Cecilio, ayuda al fotógrafo a sacar unas instantáneas.
Nos despedimos de los señores Canut y Montalvo. Salimos de los talleres, cada vez más admirados de sus trabajos, del orden y del perfeccionamiento.
Cruzamos los jardines y allá en el altozano continúan las chimeneas despidiendo columnas de humo que los obreros han hecho un símbolo.
Revista “Vida
Manchega” N.º 127, 10 de diciembre de 1914
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