LAS BANDERAS DE LA
PANDORGA.
Algo se ha dicho y
más se ha suspirado por las banderas que, en el día de la Pandorga, colgaban de
los muros de la gran nave de la catedral de Ciudad Real. Al margen de la fábula
que envuelve toda historia o suceso antiguo escasamente documentado, y cuya transmisión
ha quedado a cargo del pueblo, parece ser que la ciudad mandaba confeccionar
una bandera o pendón con motivo de las proclamaciones de los reyes de España.
Esta bandera, portada por el alférez de la ciudad el día de la proclamación del
nuevo rey, era después regalada a la autoridad religiosa y depositada en la
catedral para, una vez exhibida cada año el 31 de julio, quedase custodiada en
el templo hasta la próxima Pandorga. Tampoco es abundante, ni mucho menos, la
documentación sobre «este apartado, pero si hay algunos testimonios de
crónicas, relativamente modernas, en lo que se habla y da detalle del asunto.
Así, según crónica de 1849 recogida en éste caso por Rafael Cantero Mena en su
libro “La Pandorga, tradición y leyenda”, que bien podría haberlo tornado del
manuscrito del diputado a Cortes por Ciudad Real en 1836, Joaquín Gómez, “Se
colocaban en el templo siete banderas y, según inscripciones, varias; de ellas
fueron regalo de los que hacían la fiesta de la Pandorga”.
Desde Felipe II,
la proclamación de los Reyes en Ciudad Real se hacía solemnemente en la iglesia
de Santa María del Prado (Catedral).
De la bóveda del
templo colgaban los estandartes reales con que se hace la proclamación de los
Reyes. Se bendecían en la Iglesia y se conducen al Ayuntamiento, y se llevan
por las calles señaladas. Se colocan en el balcón de la Casa Consistorial, con
mucha
ostentación y centinelas, y por fin se entregaba el recibo.
En septiembre de
1849 he visto esos pendones colgados -afirmación categórica del autor de la
crónica que no deja lugar a dudas sobre la existencia de los mismos- que serán
de Carlos II, pues permanecen muchos años, pareciendo últimamente un negro y
asqueroso trapo. Como se ve, un testimonio de primera mano que, amén de
certificar su existencia, no hace sino crear dudas sobre qué tipo de banderas o
pendones se trataba, a que acontecimiento se referían en verdad, quién había
donado las banderas y, en todo caso, la razón de que los antecesores del actual
Pandorgo regalasen a la ciudad, o a la catedral, una bandera cuyo fin no queda
claro, etc, etc. Pero lo cierto es que había banderas, eran siete y se lucían
el día de la Pandorga, lo que algo dice de la importancia que dicha fecha tenía
en la ciudad. ¿Tenía todo esto algo que ver con la antigua advocación de Virgen
de las Batallas que, en el Medioevo, había recibido la actual Virgen del Prado?
Ya se sabe que, en apoyo de todo este entramado de las banderas, los reyes, la
proclamación de los mismo, etc., es conocida otra vieja seguidilla que, mejor
que ningún notario, certifica el asunto:
La Patrona del
Prado
es Capitana
de las siete
banderas
del Rey de España.
Andando el tiempo,
ya en el siglo XX y tras un periodo de olvido y abandono por parte de las “gentes
principales” que antes movían la Pandorga, pese a que siempre la base fue el
pueblo de Ciudad Real, anejos incluidos y con gran protagonismo, especialmente
por parte de los huertanos de La Poblachuela, la fiesta se ve impulsada hacia
un breve periodo de esplendor, gracias al empeño del canónigo-mayordomo del
Camarín de la Virgen del Prado de la Catedral Alfonso Pedrero y
García-Noblejas, que reactivó la celebración, tal y como proclamaba el diario
provincial El Pueblo Manchego - 27/07/1916- en una crónica sobre los
preparativos de la Fiesta: “Por la noche hubo ensayo de las manchegas. Este año
se celebrará la Pandorga y D. Alfonso Pedrero, que es un manchego de verdad, ha
puesto su entusiasmo en la fiesta de este año. Al ensayo de anoche asistió
bastante gente”. La invitación popular, al parecer a bebidas espumosas, corrió
a cargo del propio canónigo-mayordomo del Camarín y de la Virgen. Tanto El
diario El Pueblo Manchego, que se imprimió hasta su desaparición al finalizar
la Guerra Civil en Ciudad Real, en la imprenta La Editorial Calatrava S. A.,
situada en la calle Calatrava 10, como la revista gráfica Vida Manchega, salida
de los talleres de la Imprenta de Enrique Pérez, daban cuenta al día siguiente
de la exitosa reaparición de la Pandorga en honor de la Morena del Prado (sic).
La Fiesta, en esos años, finalizaba a las seis de la mañana con la Misa de la
Pandorga. En años sucesivos sigue creciendo la aceptación y respuesta popular
en la noche del 31 de julio, y la Pandorga cuenta ya con el concurso
incondicional de, muy posiblemente los personajes más célebres que, de una
manera u otra, han tenido algo que ver con dicha Fiesta a lo largo de su
historia. Me refiero a tres puntales de la misma -Francisco García-Consuegra y
Márquez de Castilla, Mazantini, verdadero pozo de sabiduría del folclore
manchego y gracias al cual han llegado hasta nosotros las esencias más puras y
tradicionales del mismo, Francisco Argumosa, Paco el ciego, y Pepe el gordo,
quienes, junto unos pocos más como Atanasio Espartero, Cantares, Machete...
fueron el alma de la Pandorga de aquellos años. Con la llegada de la II
República y aún más con la del Frente Popular, la Pandorga va, una vez más,
perdiendo fuelle y hasta llega a ser suspendida por orden gubernativa. En 1932,
Fernández Mato, gobernador civil a la sazón, prohibe el cante y el toque en la
Pandorga y suspende la procesión de la Patrona del día 15 de agosto. El obispo
mártir, asesinado posteriormente por milicianos del Frente Popular, pronuncia
una alocución en la catedral pidiendo calma y acatamiento para las órdenes
emanadas del poder civil. En 1933 y 1934 siguió prohibida la Pandorga y el
Prado fue un templo silencioso. En 1935 el alcalde autorizó un concierto, que
no los bailes en honor de la Virgen, la noche del 31 de julio. Era, como dijo
el cronista local Pepe Patacón en El Pueblo Manchego, una Pandorga modestita.
Tampoco hubo procesión de la Patrona el día 15 de agosto. Luego, ya se sabe, en
1936 se desatan los demonios en España y la Catedral, como tantos otros
recintos religiosos, es arrasada y buena parte de las imágenes, destruidas. La
de la Virgen del Prado no fue una excepción y necesitó de dos cobardes ataques
para acabar hecha añicos.
Finalizada la
Guerra Civil se reanudan los cultos en honor de la Virgen del Prado pero no la
Pandorga, que, en forma de homenaje a la Virgen y de manera, digamos, no
oficial y sin el apelativo tradicional de Pandorga, recupera parte de la
actividad tradicional que era consustancial desde, al menos, el siglo XVI, a la
noche del 31 de julio. En 1941 con el nombre ya de Pandorga, se celebra la
fiesta en el Prado y en ella interviene, como máxima expresión del folclore
manchego, el cuadro de baile “Flechas azules” de la Sección Femenina, que está
recuperando gran parte de lo olvidado y ello, insisto, gracias al legado del
viejo Mazantini. Los Maestro Usero, Carmelo Prado, Ángel Cabezas, Andrés
Jiménez... toman el relevo de Mazantini, Paco el ciego, Pepe el gordo. Machete,
Cantares... y la Pandorga crece en respuesta e interés popular. Pero, ¡ay!, la
Pandorga es fiesta condenada a subir y bajar como la fiebre, y en 1962, día 1
de agosto, el diario Lanza publica un artículo de Perchelero que se pregunta
qué ha vuelto a pasar con la Pandorga y denuncia el silencio, vergonzoso
silencio, vivido en el Prado en la noche de otro 31 de julio. En el 64, siempre
en 31 de julio, es el propio Ayuntamiento el que, desde los tiempos en que el
corregidor ciudadrealeño era el encargado de promover la Fiesta, toma las
riendas del asunto y organiza la Pandorga, que por cierto quedó bastante
completa en todo. En estos tiempos es cuando la Fiesta empieza a verse
complementada, aún sin la figura del Pandorgo, con la presencia de la Dulcinea
y sus damas de honor. Años después, en 1979 y a propuesta de un ciudadrealeño
de pura cepa, Ramón Barreda Fontes, propietario del popular Cafetín de San
Pedro, se celebra el primer concurso de limoná que, al año siguiente, ya
quedará integrado en los fastos de la Pandorga y que hoy, multitudinario y
desvirtuado por completo, ha quedado reducido, en su multitudinaria aceptación,
a un trasegar limoná más o menos bien hecha -salvo las cuadrillas serias que
aun participan en el Concurso real- y, sobre todo, en una batalla de mezclas alcohólicas
de color tinto, que hacen que miles de jóvenes acaben jalbegados por completo
en dicho color, amén de en barro y otras porquerías propias de tal deporte.
Es en 1980 cuando
él conocido abogado ciudadrealeño Tomás Valle Castedo, gran amigo de mi padre,
antecesor en el cargo de Cronista Oficial y mío propio, desempolva una Historia
de Ciudad Real y otras cosas, manuscrita, de la que existen, al parecer, varios
ejemplares y de la que es autor Joaquín Gómez, diputado a Cortes en 1836 por
nuestra provincia. En ella, páginas 287 y 288, se habla de la figura del
Pandorgo, de su cometido, elección de año en año, etc. Tomás Valle pone en
conocimiento del alcalde, a la sazón Lorenzo Selas Céspedes, el documento y de
ahí, con la colaboración del propio señor Valle Castedo y de colaboradores de
potín, entre ellos el Grupo de Coros y Danzas Mazantini -con Rafael Romero
Cárdenas, concejal en aquel momento y gran autoridad en temas de folclore al
frente- heredero moral del saber del antiguo Grupo de la Sección Femenina y,
por lógica, del legado del desaparecido Mazantini y sus colaborado- ''^ res,
nace la actual Pandorga, la Pandorga del siglo XXI, la que ustedes conocen y de
la que, según el alma de cada cual, disfrutan cada 31 de julio. En ella,
abandonado el mecenazgo económico del Ayuntamiento, que sigue organizando no
obstante los actos, corresponde al Pandorgo, figura popular elegida para 365
días, salvo los años bisiestos, correr con los gastos del convite a limoná y
puñao de torraos con que obsequia a propios y visitantes. Pero esto ya lo saben
todos ustedes y no merece la pena abundar en ello.
Así pues, podemos
resumir lo que es y -4 significa la Pandorga en lo siguiente: una Fiesta
popular, rabiosamente popular, de nacimiento desconocido, cuyas primeras
referencias datan del siglo XVI; todo. Fiesta, baile, cante, rezos, giran en
tomo a la Señora del Prado, hasta el punto de que cuando no ha habido Pandorga,
cosa que ha sucedido no pocos años, sí se ha mantenido la costumbre de visitar
a la Patrona, en su Camarín o en el interior de la Catedral según los casos, en
la noche del 31 de julio; la Fiesta, a lo largo de los siglos, ha tenido
promotores distintos, desde el propio Ayuntamiento y sus regidores, hasta el
propio Cabildo catedralicio o alguno de sus representantes, pasando por la
figura del Pandorgo, ahora y en épocas pasadas; la Pandorga ha sido, con
distintas intensidades y resultados, crisol, expositor y caja fuerte de las
esencias morales, culturales y folclóricas de los ciudadrealeños todos,
independientemente de su abolengo y posición económica, pues los 31 de julio
nadie era más que nadie ante la Señora y todos eran ciudadrealeños de postín y
pura cepa y ello vestidos de sedas, percal, sarga o estameña.
Nadie dude que se
podía haber escrito más, bastante más, sobre esta Fiesta tan ciudadrealeña,
pero hubiese sido dar vueltas y vueltas a la noria y colocar albarda sobre
albarda. Hay poco más, a día de hoy, y sólo un feliz hallazgo podría añadir
enjundia al asunto. Pero nosotros, los de por aquí, hemos guardado poco y
destruido mucho de lo poco que temíamos y cuando hemos guardado, lo hemos
escondido, como el maravilloso artesonado de la Iglesia de Santiago, en el más
popular de los barrios capitalinos, el Perchel.
Manuel López
Camarena. Diario “La Tribuna de Ciudad Real”, viernes 15 de agosto de 2008