Nos decían unos amigos, más veteranos en edad y por tanto en recuerdos sobre nuestra Semana Santa, que se iba perdiendo la ilusión y que las nuevas generaciones no mostraban el entusiasmo que antaño. Es posible que lleven razón y que ello se deba a que ahora exista una mayor concentración espiritual y que se haya dejado un tanto abandonada la costumbre, incluso el ceremonial que hace años era tradición.
En Ciudad Real hace tiempo que la solemnidad del Miércoles Santo no tiene en la S.I.P. el rango de entonces. Los oficios de “Tinieblas” adquirían gran brillantez y normalmente se cantaba un impresionante “Miserere” que entonaban el Orfeón Manchego, la Capilla de la Catedral, la Shola Cantorum, y la Escolanía de los Marianistas, con gran orquesta reforzada con varios profesores de Madrid. Don Salomón Buitrago dirigía a más de trescientas voces e instrumentos perfectamente conjuntados. Por cierto, que en este día la ceremonia se llevaba a cabo con el rito más perfecto y las doce velas que se situaban en el centro del presbiterio se iban apagando por un monaguillo, siguiendo las instrucciones del maestro de ceremonias, don Raimundo, al término de cada salmo. Cuando las tinieblas dominaban la amplia nava de la catedral, los canónigos golpeaban los pupitres situados en derredor del trono del señor obispo que asistía a los oficios precedido del clero y Cabildo Catedralicio.
A partir de la hora, solemne y dramática, en
que dejaban de tocar las campanas, en Jueves Santo, se utilizaba una gran
carraca, situada en el campanario de la catedral y que se manejaba con manivela
para llamar a fieles y clero a los actos litúrgicos.
En los años a que nos referimos mandaba la centuria de romanos un hombre recio y arrogante, al que llamaban “Jeringón” -quizás por su oficio de churrero- que llevaba una media de colores y un plumero impresionante y junto a él, Dionisio con la bandera, y el gran tambor que aún se conserva y que se hace sonar pausadamente los viernes. Estos mismos “armaos” acudían a la Merced a la Misa de Resurrección, que se celebraba el Sábado, y se arrojaban de bruces sobre el suelo en el momento del “gloria”, haciendo sonar las armaduras contra el pavimento con evidente realismo.
La citada centuria de romanos debió ser la misma que hemos visto en la célebre película rodada por Don Enrique Pérez, en que el realizador les hacía desfilar en círculo, una y otra vez, en el patio del cuartel, para dar la sensación de que más que centuria era una legión cesárea. En dicho documental sobre nuestra antigua Semana Santa, aparecen muchos jóvenes, abuelas hoy, tocadas con mantilla y peineta, a la salida de “las estaciones” de “tertulia en un bello patio” y en la terraza del Casino, tomando un refresco de zarzaparrilla, “haciendo hora para ver los desfiles procesionales”.
Otro día quizás hablemos sobre la Semana Santa
en algún pueblo manchego. Nos basaremos para ello, como hoy, en nuestros
recuerdos o en los recuerdos de esos buenos amigos que amablemente nos
ilustran.
D. N. Ramírez Morales. Diario “Lanza”,
miércoles 6 de abril de 1966
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