Hace más de siete lustros, que nuestras procesiones de Semana Santa, habían llegado a la mayor decadencia, arrastrando digámoslo así una vida que no era vida en verdad, si no un sueño letal, precursor a todas luces, de próxima e irremediable muerte.
Las Hermandades se hallaban agotadas en toda clase de recursos, y portando sin poder reformar nada, ni tomar iniciativa alguna precisamente por la penuria que apuntamos.
Los Pasos, viejos anticuados, sin estética en su presentación, en vez de inspirar unción religiosa, servían en algunos casos de baja, de verdadero escarnio y esto era muy lamentable tratándose de las representaciones de las sublimes escenas de la Santa Redención.
¡Como serían los “pasos” en conjunto y cuantiosas las esculturas!
Pero así como el Divino Maestro, al pie del túmulo de Lázaro, dijo: levántate y anda, el hombre providencial que nosotros necesitábamos surgió para prospera suerte de la Semana Santa de la capital Manchega en la humana figura de un ciudarrealeño, de gran espíritu religioso, de una férrea voluntad, de medios de fortuna, de sobrados prestigios personales, este fue D. Federico Fernández Alcázar, Decano-Medico de la Beneficencia provincial, hombre popularísimo en esta población, faltándole otros asiduos e importantes colaboradores para realizar la magna empresa.
Y salió triunfante en su obra, siendo la Hermandad de D. Federico como así se la llamaba, un modelo en su género de estilo sevillano puro logrando ser la admiración de propios y extraños.
Este ejemplo fue seguido por otras hermandades
de la Parroquia de San Pedro Apóstol, sin que podamos ni debamos, ni queramos
olvidar al entusiasta restaurador de dicha Iglesia D. Emiliano Morales, cura
párroco durante muchos años.
Lo mismo anotamos sobre otro manchego propulsor de la Semana Santa, y creador de la Hermandad de los ferroviarios, con el famoso “paso” que fue tan discutido y que lucía esa rica y artística colección de estandartes, afortunadamente salvados del naufragio general de la guerra: D. Francisco Herencia.
La emolución tan de aplaudir cuando se trata de obras buenas, acudió enseguida y por los nobles afanes, dispendios de su peculio propio, y constancia a toda prueba, los doctores D. José Martín Serrano y don José Gómez Alcázar, con sus grandes prestigios y valiosas relaciones adquirieron el precioso “paso” de Pilatos, se confeccionaron túnicas de ricos terciopelos, resultando una Hermandad de lo mejor de la Semana Santa.
Por feliz coincidencia vino, por aquel entonces a vivir al pueblo que había sido su cuna, otro gran manchego de posición brillantísima, de mano verdadera pródiga para nobles fines, D. Joaquín López Menchero.
La Hermandad del Santo Sepulcro, con la adquisición del soberbio “paso” obra del expertísimo escultor, vino a llenar brillantemente el desolador hueco que había dejado el paupérrimo anterior. La Guardia Pretoriana, con vestuario del Teatro Real de Madrid, era uno de los mayores atractivos de la procesión del Viernes Santo, en unión de los lujosos armados vestidos con toda propiedad de la época.
No podemos ni queremos omitir que las imágenes antiguas, la Dolorosa de la Catedral, e igual la de la iglesia de Santiago de tan subido valor artístico aparte de su venerable antigüedad, también sus respectivas Hermandades fueron reforzadas y las andas de ambas Vírgenes fueron enriquecidas extraordinariamente, haciendo “pedant” con todo el conjunto.
Sirvan estas líneas no solo de recordatorio de los nombres beneméritos que tan alto pusieron nuestras procesiones, sino que también de estímulo para los hombres que hoy se ocupan, de resucitarlas con gran esplendor.
Emilio Bernabeu. Diario “Lanza” 8 de abril de
1952
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