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sábado, 18 de enero de 2025

CIUDAD REAL PREÑADA DE FRÍO

 

Fondo Salas Centro de Estudios de Castilla-La Mancha

 


PAISAJES Y ESCENAS CIUDARREALEÑAS DE HACE CINCUENTA AÑOS

Preñada de frío, la bóveda gris de la tarde parió, sin dolor, nieve en la noche interminable. Amaneció la llanura, silenciosa, envuelta en papel de barba. Dios sepa quién lo pintarrajeó con gruesos difuminos. Trazos rectos, anchos, largos, con las calles principales. Irradian de un manchón cuadrangular donde las ramas de los árboles, deshojadas, copian gigantescas telas de arañas escondidas y aletargadas en el rincón más oscuro de los portales de la plaza o en el arco de las campanas de la torre. Otras rayas (callejas y callejones) cruzan, recruzan, culebrean y se énroscan en los largos y anchos trazos que se pierden, sin fin, carretera adelante o, cercenados, en el campo blanco. Plano de la ciudad en papel de nieve.

El cielo sigue blanquecino, amenazador. Clama la vida en piar de gorriones ateridos de frío y resuella con la columna, vertical, de humo de cada chimenea y, por fuera, nada más que eso: humo subiéndose y enganchándose en las nubes y piar moribundo de gorriones helados. Bajo la capa blanca vive la cocina y vive la cuadra. Vive la vida animal. La vegetal está latente. La mula y el asno se apretujan escalofriados, ante el pesebre. Los bueyes humean por las narices, tumbados en el estiércol caliente; en la penumbra del establo parecen filosofar, con voz apagada, cuando rumian. El hogar devora sarmientos, ramas de olivo y paja; hace hervotear, en el puchero, el tocino fresco y el chorizo nuevo, y entibia la cocina. El gato, enroscado junto a las brasas, runrunea sus sueños. Moquitea el viejo sentado en el poyo, bajo la campana.

De vez en cuando, escondiéndose entre mandil y saya, buscan el calor de la panza las manos coloradotas de la madre que trajina. Los chicos, mirando al corral, estrujan la nariz en el cristal churreteado de la ventana. El último pajarillo revolotea fuera. El padre calla esperanzado.

Chupa el suelo, poco a poco, animoso, gozoso, gotitas de nieve que se derrite; las guarda en sus entrañas como prenda de cosecha futura “Año de nieves, año de bienes”. Soledad, silencio, blancura de un cielo blanco pegado, a lo lejos, a un campo blanco. Uniformes, sin límites, sin fronteras.

Hoy no hay aceituneras madrugadoras, sufridas y parladoras, en el olivar. Del tejado se escurre una plasta de nieve; después caen gotitas claras y, alpaca, chorros finos de agua. Hay blandura. Las nubes se quiebran. Por las rendijas azules aparece, frío, un sol ictérico. Es la señal: ¡resucita la vida!

Pisadas tímidas, esparcidas, machacan la nieve; más, luego Cenagal las calles. Charcos, barrizales. En la carretera, tres surcos: uno cada rueda; otro; en medio, de herraduras. La nieve, avergonzada de tanta mancilla, tímida, huidiza, se entierra. Sigue chupando, hipódrico, el suelo.

- “Hace frío, hace frío”; dice la mujer.

- “Así tié que ser”; comenta el abuelo. “San Antón, hogaño, nos prepara bienes, que na nevao en enero”. Ya va el sol cayendo por los Castillejos y helará pronto. Mañana, los charcos serán espejos de frío para el sol, y en las umbrías de la Atalaya, del corral, en los valles de los surcos, las migajas de nieve están duras, duras. Pero, en verano, habrá faena, de cumplida cosecha, en la era y, todo el año, pan en el talego.

Julián Alonso Rodríguez. Diario Lanza Extra de Navidad. Diciembre de 1996



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