El Monasterio de San Antonio Abad y
Santa Isabel de Hungría, de las Reverendas Madres Carmelitas Descalzas de
Ciudad Real, más conocido como Convento de las Carmelitas, las Carmelitas o
Convento del Carmen, fue fundado en el siglo XVI por el regidor perpetuo de la
ciudad don Antonio Galiana y Bermúdez, caballero del hábito de Montesa, y su esposa doña Isabel Treviño, matrimonio
piadoso al que Dios no había concebido hijos y emplearon sus bienes en la
Fundación de un Carmelo de la Madre Teresa, dirigidos por el Padre Antonio de
San Joaquín, carmelita descalzo, como así lo dispuso en su testamento.
Esta edificación estaba en un principio
destinada para las monjas de Montesa, pero el fundador cambio de opinión y
redactó un codicilo que anulaba su decisión, beneficiando en esta ocasión a las
hijas de Santa Teresa. Esta circunstancia motivó que las monjas del Carmelo
fueran llamadas a ocupar el convento. Se procedió a los trámites exigidos para
estos casos, entre los donantes y el Provincial del Carmen, Fray Felipe de Jesús,
la Orden aceptó la fundación. Se iniciaron los trámites para la llegada de las
primeras monjas fundadoras 11 de febrero de 1596, 14 años después de morir Santa Teresa. Como
Priora vino de Toledo, quinta fundación
de Santa Teresa (14 de mayo de 1569), la madre María de Jesús; y de Málaga para
el oficio de Subpriora la M. Lucía de San José. Tambien vinieron (aunque no se
sabe su origen) Isabel de los Ángeles, Catalina de San Elías, María de San
Alberto y Antonia de San Martín, (de velo blanco esta última).
Las monjas se acomodaron
provisionalmente en una casa junto al convento P. Dominicos a quienes
desagradaba sobremanera la cercanía de las nuevas monjas carmelitas. El
cronista, sin hacer alusión a esta circunstancia se limita a decir que el
desagrado era debido a la cercanía de las monjas y que se tranquilizaron al
conocer que la instalación era provisional, mientras se construía el monasterio
definitivo.
Pasado unos días dedicados a instalarse
las monjas y acondicionar, con el decoro que Santa Teresa enseñó a sus hijas,
la estancia donde quedaría reservado Santísimo Sacramento; el día 26 del mismo
mes el Santísimo fue trasladado de la parroquia de Nuestra Señora del Prado a
este lugar en procesión solemne acompañado de las monjas, clero local y
numerosos fieles. Era el Domingo de Quinquagésima. Mientras tanto se construía
de nueva planta el definitivo y actual monasterio, en la calle del Carmen n. 2
de Ciudad Real, sin que sepamos la fecha del traslado al actual convento.
Una de las condiciones que pusieron los
fundadores fue la de hacer conmemoración de ellos todos los días al encomendar
por la noche a los bienhechores, costumbre que la Comunidad sigue conservando
después de más de cuatro siglos. Por la escritura de fundación conocemos el
talante que los bienhechores pretendieron dar al convento: En cuanto a la
condición social de quienes podrían acceder al monasterio, éstas responden al
talante de “anticonverso visceral” del benefactor: “, que las religiosas fueran hijas de hidalgos, limpias de sangre”.
Y, en lo referente a las exigencias y observancia a parte de la anteriormente
referida “, que confesaran y comulgaran
cada dos meses y, en el Adviento y Cuaresma cada quince días, debían oír
sermones cada cuatro meses y no escribirse con ningún seglar”.
Como era habitual en estas fundaciones,
don Antonio Galiana, muy ocupado en dejar constancia de su obra y de un lugar
acorde con la época para descansar sus restos mortales, es decir, “dexar fixa su memoria”, como no podía
ser menos dejó establecido un brillante rito funerario. Ordenó sepultarse en el
monasterio de Santo Domingo, en la capilla de Nuestra Señora de la Soterraña,
donde estaban sus padres y abuelos hasta que se acabara el monasterio de monjas
que se edificaba en su casa. Allí habría una cama de madera cubierta con un
paño negro con la cruz de su hábito en color carmesí que debía estar así
perpetuamente en la iglesia.
Para el mantenimiento del monasterio y
por mandato de don Antonio Galiana, las religiosas recibían todos los años 150
fanegas de trigo, 50 fanegas de cebada, 30 arrobas de aceite y 100 arrobas de
vino.
Para analizar el desarrollo del convento
de las carmelitas de Ciudad Real contamos con dos fuentes de gran interés: la
escritura que otorgó Cristóbal Bermúdez el 23 de abril de 1608 y la concordia
que se firmó el 2 de mayo de 1611, que se conservan el Archivo Histórico
Provincial de Ciudad Real.
La concordia de 1611 regulaba de una
forma bastante minuciosa la entrada al convento de aquellas monjas que
pertenecieran a la familia de don Antonio de Galiana; incluyendo, además,
varias referencias a otro tipo de cargas que también había impuesto el propio
fundador. Sin ir más lejos, el convento debía recibir a siete religiosas que
pertenecieran a su linaje: seis tendrían que ser monjas de coro y la séptima
religiosa lega. Esta disposición reducía drásticamente las pretensiones de don
Antonio de Galiana ya que, en principio, el fundador había reservado once
plazas de coro para sus familiares. La razón de esta disminución habría que
buscarla fundamentalmente en la
“quiebra” sufrida por la renta de los juros con los que estaba dotado el
convento.
Las siete plazas que se recogían en el
acuerdo quedaron reservadas a perpetuidad con el fin de acoger a las familiares
del fundador que quisieran entrar en el convento. Para que no hubiese dudas al
respecto se acordó que las plazas habrían de ocuparse tan pronto:
“como fueren vacando entrando otra
(monja) en el lugar de la que vacare de suerte de todas siete plazas esten
llenas. (En caso de que no hubiese) parienta de linaje que entre ni este havil
por falta de edad o por otra causa (se debía esperar) con la dicha plaza vaca
por tiempo de ocho años hasta que en ellos haya persona del linaje que entre, y
si no la hubiere en todo este tiempo pasado el puedan las dichas monjas recibir
y admitir a cualquiera estraña y después vacando esta plaza u otra de las
dichas siete a de esperar otro tanto tiempo en la dicha forma”. (Archivo
Histórico Nacional)
De todas maneras, para dar exacto
cumplimiento al deseo de los patronos, había que salvar un pequeño
inconveniente. En el momento de redactarse la escritura sólo había cuatro
religiosas dentro del convento que pertenecían al linaje del fundador y no se
podían aceptar más porque las 21 plazas que poseía la casa estaban ocupadas.
Por eso se acordó que no podrían entrar más familiares del fundador hasta que
no se produjera alguna vacante, precisándose además que el número de monjas
nombradas por los patronos se debía cumplir sobre las cuatro ya existentes.
La comunidad, además, tendría que hacer
frente a otras cargas económicas como sustentar a un estudiante o costear los
gastos del matrimonio a una doncella casadera. El estudiante que “por cuenta de
dicho convento a de estudiar” recibiría 20.000 maravedís anuales, mientras que
la doncella se tendría que conformar con 8.000. Además el convento debía hacer
frente al salario de un capellán, salario que estaba valorado en 20.000
maravedís y doce fanegas de trigo.
El libro Becerro, donde se detallaba la
historia de la Comunidad desde la fundación, y perdido durante la Guerra Civil
Española, recogía la vida de varias santas carmelitas que pasaron por estos
claustros. Una de ellas fue la sobrina de la Madre Lucía de San José, llamada Catalina
del Nacimiento. Cuentan las crónicas que, saliendo por las vecindades del
convento dos hombres desafiados y dispuestos a acuchillarse, al tiempo que la
Hermana Catalina, con su voz fina y clara, echaba esta saetilla de la noche:
“Hasta cuándo aguardas a enmendar tu vida, pues no sabes si llegarás a mañana”,
les impresionó tanto semejante sentencia en el imponente silencio de la noche,
que, deponiendo repentinamente sus odios, se dieron abrazo de reconciliación y
se perdonaron mutuamente. Con nobleza manchega fueron al día siguiente a las
religiosas y les contaron lo que la noche anterior les había ocurrido.
Desde la fundación del convento este ha
sufrido grandes trastornos como, por ejemplo, la exclaustración Durante la
Guerra de la Independencia en el siglo XIX y la Guerra Civil Española en el
siglo XX, en que hubieron de dejarlo las monjas, y fue destinado a otros usos
y, también, diversas restauraciones, la ultimo realizada entre los años
2007-2008 por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.
En la actualidad viven en el convento 22
mojas, que aparte de la oración, se dedican como labor a la elaboración de
Formas para la Misa y confección de bordados.
Bibliografía:
“San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia. La Reforma Católica y Santos
Reformadores de Ciudad Real”, de Francisco del Campo Real. Instituto de
Estudios Manchegos, n. 89, año 2012.
“Conventos
de la Provincia de Ciudad Real”, de José Javier Barranquero. Biblioteca de
autores manchegos, n. 138, año 2003.
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