Hace unas semanas he hecho un viaje a mi ciudad. Desde este rincón de Andalucía donde estoy "aparcada" en una Residencia esperando el "desguace" final, son muy pocas las ilusiones que me quedan ya y una de ellas es la de volver, de vez en cuando, a mi tierra, a mis raíces.
Nunca he sido propensa a la nostalgia y he procurado vivir con la mayor dedicación posible el momento presente. Pero ya he llegado a esa edad en que el presente nos ofrece pocos estímulos y el futuro prácticamente ninguno como no sea el de vivir con el espíritu en paz y el cuerpo con la mayor salud posible. Ello hace que una de nuestras favoritas actividades sea la de recordar.
Tenemos bien
impresos en la memoria los recuerdos incluso los más -lejanos, de lo que ha sido
nuestra vida pasada de nuestras penas y nuestras alegrías, de todo en fin, lo
que ha sido nuestra andadura vital y ese es el álbum que con más deleite hojeamos
en nuestras horas vacías de otras actividades más dinámicas.
Y hoy quiero
dedicarle este comentario a las personas de mi generación, aunque éstas no sean
por suerte suya muy aficionadas a recordar el pasado, lo que quiere decir que
estén afortunadamente contentas con el presente. A las que se alegran de todos
los cambios que ha experimentado esta época tan distinta de lo que fue la
nuestra, y miran con ilusión el porvenir. Esa es la señal de que se encuentran optimistas
para no oír las voces que agorean desgracias, que amenazan con sucesos apocalípticos,
cosa que ha sido costumbre común en todas las épocas, cada una con sus luces y
sus sombras. Pero no es mi intención hacer historia política ni social del
tiempo que hemos llamado "nuestro" porque en él ha quedado
aprisionada, como entre las páginas de un libro, la flor de nuestra inolvidable
juventud. Y debemos dar gracias a Dios quienes podemos mirar atrás serenamente
y rememorar con estremecida ternura esa edad nuestra que para tantas otras personas
sólo es un ingrato, cuando no un dramático recuerdo.
Y ahora siento la necesidad de airear estos recuerdos porque en este último viaje me he encontrado de golpe con otra realidad: he arribado a mi ciudad por la puerta de su estación nueva, tan diferente de la antigua, la que tantas veces me ha recibido con su aspecto de una ciudad modesta y con pocas aspiraciones. Mi ciudad "Cenicienta", provinciana y rural, de la noche a la mañana parece haber recibido el beso del príncipe encantado y haberse hecho realidad las palabras que figuran en una oración de la antigua novena de nuestra Patrona: "Has recibido prenda de mayor prosperidad en el futuro". Ese futuro que tampoco ha surgido por escotillón, que llevaba años creciendo lentamente a nuestras espaldas. La periferia se ha embellecido alrededor del corazón del a ciudad, aunque los lugares más céntricos, los de nuestro más habitual tránsito seguían ofreciéndonos el mismo aspecto. A la Plaza Mayor ¡por fin! parece haberle llegado también el momento que soñábamos quienes nos dolía, como una ofensa personal, el que fuera tan fea y ruinosa. No sé si yo la veré concluida pero deseo de todo corazón que esta vez haya acierto en su trazado y nuestros descendientes no tengan que lamentar par otros cuantos siglos, la tremenda equivocación que, fue nuestro pizpireto Ayuntamiento.
Y han sido
tantas inesperadas sorpresas lo que han traído a mi memoria lo que era Ciudad
Real hace poco más de medio siglo. Posiblemente la actual juventud creerá que
las, chicas de aquella época éramos unas pobrecitas desgraciadas y se
equivocan. Precisamente porque carecíamos de tantas trepidantes diversiones que
ahora desbordan a la actual juventud, nosotros, los jóvenes "de antes de
la guerra" saboreábamos más intensamente las diversiones con que contábamos
y las vivíamos a tope. Para todos los días del año teníamos esa costumbre que
la escritora Carmen Martín Gaite ha glosado en alguna de sus novelas: pasear en
el Parque en el verano y en invierno en la Plaza Mayor, paseos en los que nos
acompañaban "los chicos", amigos unas veces, aspirantes a novios,
otras. Yo era todavía muy joven y me tocaba casi siempre el honroso papel de
llevarle "la cesta" a alguna amiga o parienta cuya relación con el aspirante
a novio había llegado a la madurez pero no estaba bien visto que fuera sola con
él. ¡Cómo se reirían las chicas de hoy si supiera el complicado ritual de
aquellas costumbres! Pues les aseguro que lo pasábamos fenomenal hasta que las
campanadas del reloj municipal -las ocho en invierno y las nueve en verano nos
hacían correr, como desaladas Cenicientas en trance de perder el zapato, hasta
nuestros respectivos hogares. Sí, queridas muchachitas de hoy, las de la llave
en el bolsillo y la píldora en el macuto del "weekend". Os parecerá
absurdo y risible pero muchas mujeres -yo entre ellas- no hemos renegado de nuestro
tiempo ni de nuestra formación.
Y teníamos el cine, Jugar de reunión de las "jet" provinciana donde lo de menos era la película sino reunirse y "cotillear". El desaparecido Teatro Cervantes nos obsequiaba los "jueves fémina" por un precio risible con unos estupendos programas de las películas de actualidad y que ahora estamos volviendo a revivir en la tele, con la diferencia de que ahora nos aburren y entonces ¡cómo nos gustaban las aventuras de nuestros ídolos del momento! ¡Y qué diferencia aquellos castísimos idilios de Janet Gaynor y Gary Cooper, aquél Gary Cooper que fue el novio ideal de casi todas las chicas de entonces! El cine fue sin duda una de las diversiones más frecuentes y el más activo vehículo de la vida social de aquél tiempo.
¿Y qué diré de nuestra Feria, con su parte religiosa y la de las verbenas del Parque? La visita diaria, al atardecer, a nuestra patrona llenaba el Paseo del Prado de una multitud entre piadosa y bullanguera, mientras por la noche nos reuníamos en recintos acotados, antes de celebrarse en la Talaverana, uno de los cuales se llamó "El Bohío" y luego "La Panocha" y con este nombre llegó hasta el año treinta y cinco porque en el nefando treinta y seis ya no estábamos para verbenas. Estas fiestas resultaban animadísimas, había concursos de bailes, y de mantones de Manila y la juventud se divertía de lo lindo mientras las personas mayores alternaban con sus contemporáneas y no nos perdían de vista como era preceptivo en aquel tiempo, lo que no impedía que alguna vez hiciéramos una escapadilla y nos fuéramos a bailar al recinto de la Ferroviaria para variar de escenario y sentirse un poco más libres de vigilancia. No quiero dejar sin un recuerdo los animadísimos y elegantes bailes del Casino en Carnaval donde la buena sociedad ciudarrealeña disfrutaba de uno de sus mejores festejos anuales. Y teníamos entonces y mucho después hemos tenido una cosa que ha desapareció de nuestras costumbres actuales: tiempo para pasear y frecuentar· el trato con nuestras amistades, bien en el Prado o en el Parque, donde después de casadas nos reuníamos para charlar mientras vigilábamos los juegos de nuestros hijos. Otras de nuestras diversiones eran las interminables confidencias por teléfono, actividad que ahora, gracias a las nuevas tarifas, ha quedado reducida a las emergencias, pese a la falaz publicidad de Telefónica. Dar higiénicos paseos a pie se ha sustituido por los masivos y tantas veces trágicos éxodos' al campo o a la playa que empezaron con el 600 y siguen, cada vez más atropelladamente, la invasión de las carreteras.
En fin, amigos, hago punto final en este nostálgico recorrido que os parecerá mentira pero desfiló por mi imaginación mientras bajaba, aturdida y despistada, por la rampa deslizante de nuestra suntuosa estación del AVE. Ahora sí creo en ese fulgurante repaso de nuestra vida pasada en el umbral de la muerte. Ahora sí...
Maria Lozano, diario “lanza” 14 de agosto de 1992, Extra de Feria de
Ciudad Real
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