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jueves, 23 de septiembre de 2021

LAS DOS PEDRERAS

 

Ultimas casas que existieron al final de la calle Pedrera Baja antes de su demolición


A nadie le cabe duda de que las cosas y las personas, en la lejanía y al perder sus aristas, se idealizan, adquieren caracteres que, de cerca, son menos perfectos e ideales. También a las ciudades, a sus calles y plazas les acontece esto mismo, y en su recuerdo, en la complacencia espiritual de su evocación, existe bastante de romanticismo. Es decir que el hombre posee una suerte de insatisfacción por el presente, que le obliga a escapar, muchas veces, hacia el pasado. No hace falta estrujarse mucho las mientes para observar cómo, cuando se está comiendo un manjar, una deliciosa comida, siempre hay alguien que recuerda lo grato que resulta esa misma comida hecha de tal o cual forma que, en cierta ocasión, se degustó. O lo bien que resulta esta o la otra comida, distinta a la que en el momento se está tomando. Es como una disconformidad con lo actual para escapar a otros goces pasados, en lugar de gozar plenamente de la comida actual, caso del ejemplo, o del presente que estamos viviendo. Luego, estas mismas personas ponen en tela de duda la realidad de lo imaginado, cuando ellas mismas están, con su actitud, asegurando la realidad del pasado fruto ya de la memoria o de la imaginación, si se anticipan hoy.

Pues bien, darse un paseo, desde la ausencia, en brazos del recuerdo y de la imaginación por las calles de Ciudad Real, será todo lo romántico que se diga, pero supone una especie de placer que el residente diario y acostumbrado, no puede disfrutar. Hoy traigo al recuerdo de mi conversación, las calles Pedrera Alta y Pedrera Baja. Ambas arrancan del palomarcico de las monjas carmelitas, rodean la cintura de su monasterio y, como dos flechas paralelas, se dirigen hacia la Puerta de Toledo y la plaza de toros.

La calle del Carmen es raíz de la Pedrera Alta, y la plaza del Carmen lo es de la Pedrera Baja, que no pueden separarse más porque se lo impiden los callejones de las Monjas y del Perro. Son dos lazadas que las unen para que no olviden su nacimiento.


Otra vista de las mismas casas



En Sevilla y en el barrio de San Román, de donde sale Jesús de los Gitanos, existe una calle denominada Enladrillada; y se dice que su nombre proviene del hecho de ser la última que mantuvo esta forma de ser, ya que todas las -calles sevillanas estuvieron enladrilladas, al uso mudéjar, antes de tener la fisonomía actual. Quizás lo de Pedreras sea algo parecido. Las calles de Ciudad Real, antes del adoquín o el asfalto, conocieron la tierra -callejones existen donde aún se da ésta- y la piedra. De lo último hay numerosos ejemplos también.

El caso es que al pasear por estas calles uno no puede olvidar a ciertas personas tan amantes de lo carmelitano, de su poesía, y de su mística, como es el caso de esa exquisita y delicada mujer, escritora y poeta, que es Ana Moyana. Sabe tanto de las fundaciones, de la clausura, del, modo de estas vírgenes prudentes, que durante nuestro recorrido hasta la Puerta de Toledo, es como si hiciéramos el paseo a su lado. Calles estas Pedreras, donde aún perdura el tipismo ciudarrealeño, aunque, obviamente, mitigado por los nuevos tiempos. La gente se conoce, convive, habla de sus cosas, se pregunta y nadie es Impersonal o anónimo. Aún existe la relación coloquial y amistosa. Esto que se está perdiendo y que tanto necesita el hombre.

Calles para el recuerdo y la añoranza, en donde la complacencia de caminar hacia la Ronda, bien atravesando la plazuela de la plaza de toros, o directamente hacia la Puerta de Toledo, en donde hoy sedente y pacienzudo, Vigila el rey Sabio la entrada a la ciudad, es suscitar otros modos de vida, otras personas. Esas mujeres, ayer niñas, que hoy ni nos recuerdan... Pero es Hermoso también este acontecer, este borrón que el tiempo echa en las páginas que cada día escribimos con nuestro caminar.

 



Si no existiera la memoria. Si el recuerdo no fuera tabla de salvación obligada, ¿qué sería del hombre? No es difícil pensar que seríamos como esos garabatos que los niños dibujan al margen de las hojas de los libros.

En estas calles, como en tantas de Ciudad Real, nuevos edificios sustituyen a amplias casas de vecindad, donde patios y corrales eran el centro de la Vida y el sabor de la conversación. Y uno recuerda caserones, patios y zaguanes frescos en verano, puertas falsas por donde entraban y salían las caballerías del gran poblachón que siempre fue la capital. Hoy mejores vientos soplan y brisas suaves se adelgazan por los callejones, levantando, obscenos, las faldas de las muchachas para mostramos las juveniles piernas que, hace ya muchos años, hubiera sido pecado mirar. Hoy no hace falta viento m brisa. Los encantos femeninos están ahí en cualquier lugar de cualquier calle o plaza de Ciudad Real.

Grupos de modistillas, muchachas que paseaban calle arriba calle abajo, ante la desazón de los muchachos que las mirábamos esperando el leve descuido para admirar su delicada hermosura. Ley natural, en la que casi nunca había nada deshonesto, como tampoco hoy en las nuevas formas. Decía -y aún se dice porque el dicho es muy viejo- una de aquellas jóvenes de este barrio, que "lo que se han de comer los gusanos que lo vean los cristianos". Ahora, desde la lejanía y la ausencia, le digo: Dios te pague aquel acto de caridad.

En el recuerdo aún la conservo, como estas calles y estas plazas y sus viejas casonas y el palomarcico de la santa escritora, cabeza dé estas dos calles que la vaguedad de los años y la distancia, difuminan e idealizan.

 

Francisco Mena Cantero. Diario “Lanza” 23 de junio de 1988


Antiguo patio de vecinos de la calle Pedrera Alta 31


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