Un amigo, recién llegado a Ciudad Real, preguntó qué significaban las estatuas que hay sobre la cornisa del Ayuntamiento, y el otro, éste nacido y criado aquí, exclamó: «Ah!, Pero ¿es que hay estatuas en la fachada del Ayuntamiento?».
Este recuerdo me sugiere invitar al curioso que quiera acompañarme a hacer una evocación y bosquejo de nuestra Plaza Mayor, a cuyo final y remate están las estatuas.
Porque Ciudad Real cuenta con la plaza por antonomasia que es la Plaza Mayor de todos los pueblos, villas y ciudades de nuestra geografía, heredera un tanto del ágora griega, y del foro romano y por ello con indiscutible y noble tradición.
Ortega y Gasset expresó su admiración por estas plazas: «En la vida española ha debido de haber una época magnífica: la época en que se construyen las grandes plazas con soportales... en los lugares de la ciudad donde el terreno valía más, se renunciaba a una parte de él para convertirlo en vía pública. Como idea implica suavidades del alma hoy imposibles. Suponía el acuerdo y común sacrificio de todos los propietarios en beneficio de una abstracción, que es la urbe».
La hispana Plaza Mayor está presidida por
la Casa Consistorial. Podrá ésta concurrir con otros edificios más ricos o con
más amplio destino, pero a todos ellos puede decir lo que el caballero, citado
por Don Quijote, dijo a quienes porfiaban sobre el orden para ocupar asientos:
«Sentaos, majagranzas, que donde yo esté seré vuestra cabecera», En la Plaza
Mayor se cobija el corazón de la ciudad, cuyos movimientos de sístole y
diástole, impulsan y recogen su vida. Cuando esto no es así, es que han
cambiado algunas cosas. Pero no es este momento para entrar en su examen.
Al menos, desde que fue Villa Real, Ciudad Real tuvo Plaza Mayor, en torno a cuya oquedad se levantó la Ciudad, con su contenido material y espiritual, buscando una convivencia, basada en fundamentos religiosos y civiles. Esta Plaza Mayor originaria era de madera, los postes que sostenían los soportales; las armazones de las casas, los corredores, los balcones y ventanas. No había regularidad ni en alturas ni en formas: prevalecía el gusto o capricho de cada propietario.
En el siglo XVIII se le dió su estructura actual a costa de los propietarios: como éstos en su mayoría eran del brazo eclesiástico, hubo protesta y oposición de la Vicaría que solventó la apelación hecha por el Concejo al señor Arzobispo. En 1854, Don Joaquín Gómez, nos dice que la midió por sus pasos y contó 130 de largo, 40 de ancho por el lado sur y 62 por el norte. Contó, además, 173 palcos en total, sin que sepamos exactamente a qué se refería. El mismo autor continúa: «El frente, salida al Pilar, llamado de los Arcos Viejos, tiene tres practicables y dos lodados; y palcos principales diez, segundo otros diez y dos en la «Torrecilla», donde se sube por escalera de mano». Estos arcos son los que dieron nombre a la calle que conduce al Pilar, hoy General Aguilera.
En 1860 se reparó y cambió su decoración «empleándose al efecto el género greco-romano»: hubo también inconvenientes por los dueños de las casas y «por la mezquina altura que tienen los pisos». Estas dos últimas citas proceden de la Guía de Ciudad Real del Inspector de Primera Enseñanza don Domingo Clemente (1869), quien nos hace una muy técnica y detallada descripción de la plaza, calculando su extensión en unos 4.000 metros cuadrados. La piedra de las columnas y arcos de los portales se sustituyó por hierro en 1910. Con ello, en opinión de Hervás, se dió a los portales «mucha belleza y comodidad».
En el lado menor del trapecio que forma la
plaza, donde estaban los arcos y la Torrecilla, se construyó la actual Casa del
Ayuntamiento: hasta que tuvo casa, parece que el Ayuntamiento o Concejo se
reunía en el exterior de la Iglesia de San Pedro; luego en la que construyo
sobre la casa y tienda que fueron confiscadas al judaizante Alvar Díaz y que
fueron donadas por la Reina Isabel la Católica a petición del Concejo,
aprovechando una estancia aquí de tan excelente Reina por el año 1484. Se tardó
en terminar por dificultades financieras, que hubieron de salvarse por medio de
diversos recursos. Según la inscripción en piedra que recientemente se h a
puesto e n descubierto, fue en 1619 cuando se acabó esta obra. Ahí está en
parte todavía, precedida por un arco, esquina a la calle de María Cristina: en
la clave del arco transversal hay una imagen de la Virgen que permaneció
durante nuestra guerra de liberación. Esta casa fue dañada por el terremoto de
1755, sufrió un fuego algunos años después y se declaró en ruina en 1864.
Entonces pasó el Ayuntamiento a la calle de la Mata, donde conocimos la
Audiencia Provincial y ahora un grupo de viviendas para funcionarios
municipales.
En 1869 se terminó la Casa Consistorial que conocemos, según proyecto del arquitecto don Cirilo Vara y Soria. También el Sr. Clemente nos hace de él meticulosa y entusiasta descripción: las modificaciones desde entonces han sido ligeras; afectan a la torre y al salón de sesiones principalmente. Y nos describe una escalinata de acceso, amplia, «con seis batientes con subida de frente y por los costados», que debía ser muy parecida si no igual a la actual, después de la desaparición de la terraza con balaustrada de piedra que tuvo lugar por poco tiempo ha.
Sobre la cornisa, las estatuas: junto al fronto, la Justicia y la Prudencia; en los extremos, la Industria y la Agricultura. Si la vista no me engaña, la Justicia tiene los ojos desvelados y si esto es así, podemos discutir a una publicación norteamericana su afirmación de que en la Ciudad de Virgina existe la única estatua de la Justicia con los ojos descubiertos.
Tenemos noticia de los nombres de las posadas que estuvieron en la Plaza (del Sol, del Caballo, de la Fruta; de la existencia del primer café y del Pósito. Su lado norte lo cortaba, como en descomunal hachazo, el Alcaná, que salía frente a la calle de Caballeros, (aún hay un patinillo que lo recuerda).
En el Alcaná traficaron los judíos, dicen
que lo utilizaron como toril después y en él le ocurrió una aventura al
singular caballero que fue don Alonso de Céspedes. Una noche le salió al paso
un embozado: se batieron las espadas, que se hicieron añicos, vino la lucha a
brazo partido, cayeron los contendientes al suelo, se atacaron y defendieron
con uñas y dientes y al final hubo mediación y retiraron a don Alonso bastante
maltrecho. Luego resultó que la provocación era de su hermana doña Catalina que
quería así retirar a don Alonso de malos pasos. Podemos jurar que la señora no
era manca, pues su hermano don Alonso acreditó sus fuerzas en la guerra y en la
paz. Cuenta que aquí en una ocasión lanzó a un tejado a un alguacil que le
requirió por cosa de armas y en otra, para galantear a una dama, levantó el
caballo sujetándolo con las piernas y él agarrándose a un balcón. Y como la
dama le dijera que aquello estaba muy visto, le arrancó la verja del balcón.
Fuera de aquí dejó otros recuerdos y entre ellos, heroicos hechos militares en
las campañas de Italia y contra los moriscos, en la que murió peleando.
Las más recientes reformas de la Plaza se refieren a 1os intentos de restauración que se empezaron conforme a modelo que luego se abandonó para sustituirlo por otro; al pavimento de basalto, al empedrado del andén central, con los bancos y las columnas y la fuente, hoy luminosa. Hubo antes otra fuente que había de servir de pedestal a una proyectada y non nata escultura de Hernán Pérez del Pulgar; esta vieja fuente de la que nos habla don Domingo Clemente, fue trasladada al Pilar y de ella quedan los delfines y conchas que ahora están al final del Parque. Por la Plaza se empezó a instalar el moderno alumbrado con lámparas de mercurio.
Es imposible hacer una relación de los hechos colectivos que tuvieron por escenario nuestra Plaza. Todos ellos, religiosos y profanos, civiles y militares, alegres y tristes, repercutieron en ella. Desde las revueltas contra calatravos, judíos y moriscos, hasta procesiones y otros actos piadosos, pasando por autos de fe, guerra de la Independencia, picota de reos, cambios políticos, ferias y mercados, corridas de toros... Estas se celebraban en fechas fijas, el 15 y 16 de agosto y otras eventualmente, para allegar recursos con fines piadosos o municipales, para costear el retablo mayor de Santiago, para terminar las obras del Prado, etc.
Pero para cada uno de nosotros, además, la Plaza tiene sus particulares y emotivos recuerdos: cuántas veces la hemos paseado, sin contar los pasos, con nuestras ilusiones, nuestras esperanzas, nuestras penas y nuestros asuntos. O tal vez con nuestra mirada en busca de otra que nos corresponda.
Sigue siendo el centro de la vida local aunque ésta tienda a desplazarse por imperativos de diversa índole. Lamentamos que no tenga uniformidad, como en su tiempo y a su manera hicieron nuestros antepasados. Y cuando se ha hablado de quitar de ella la Casa Consistorial por fea o por insuficiente o por estorbo (su autor dejó consignado en la Memoria del proyecto que los arcos lo serían para el tráfico cuyo aumento presumía), hemos pensado que ello podría hacerse, pero buscando sitio al Ayuntamiento dentro de ella que es su marco natural y cubriendo ese lado para no desenmarcar la Plaza y dejar al descubierto el feo embudo torcido de la calle del General Aguilera.
Antonio Ballester Fernández.
Boletín de Información Municipal Nº 11 octubre de 1963
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