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martes, 25 de julio de 2017

OCURRIÓ UN DÍA DE SANTIAGO


 
Torre de Santiago y calle del Ángel (Foto Alonso)

1784 El año anterior, “entró de Corregidor” –y seguía en el cargo- “el señor Aguayo, que habitó en la calle de Toledo”. D. Miguel de Ochoa y Asarta era el Vicario; Párroco de Santiago, don Sebastián de Almenara, y su sacristán menor, Manuel Toral.

He, ahí, la fecha y los héroes del episodio, sabroso y familiar –como trocito de nuégados chorreando miel y grajeas- que quiero narrarte y sucedió en la función de “San Tiago, el Cebedeo”, fastuosísima, como ya sabes, en épocas paradas, y, este año, con ribetes saineteros de celos mal reprimidos entre autoridades locales tontas y, a más vanidosas.

No sé qué contiendas y enemistades existirían entre los señores Vicario y Corregidor, pero es el caso, “siempre se estaban tirando al morro”. “Lo qué si puedo decir es, que el día del Apóstol, envió, el Corregidor, un recado, con un ministro, para el Cura de la Parroquia” comunicándole “que su Señoría tenia dispuesto asistir a la Función y, así, esperaba le tuviesen asiento determinado, y en sitio preeminente, al lado del Evangelio. El cura, don Sebastián de Almenara, inmediatamente lo consultó con el Vicario y éste, mandó que no era costumbre para poner el asiento en la disposición que lo pedía el Corregidor”, quien, al ir a la función, “no halló el asiento que pedía, y quiso llevar a debido efecto su disposición. Mandó al ministro con un recado a los sacristanes”, preguntado, conminativo, “por qué motivo no se le había puesto el asiento que había mandado y respondieron que ellos, no tenían mandato expreso, del cura, para ejecutarlo”.

Torna, el ministro, con la respuesta y “el Corregidor, que la esperaba con impaciencia en la Iglesia, ..viéndose le frustraban sus ideas, lleno de cólera, mandó, a los ministros, llevar preso a Manuel Toral, que era el sacristán menor de dicha Iglesia, y a la sazón, se hallaba, en la sacristía, disponiendo lo necesario para la función”.


“En esta contienda, entra el cura; le hacen el relato de la providencia del Corregidor, y, el cura, les contesta que el sacristán no había cometido delito para llevarle a la cárcel, y que el Corregidor, se entienda por escrito con el Vicario, para lo sucesivo, pasándole un oficio, pues está muy en el orden que, para hacer esta novedad, se le dé cuenta a nuestro juez eclesiástico”.

“Después, los dos jueces, se dieron muy bien, como se suele decir, de las astas, hasta que el Consejo Real de Castilla dio, como sentencia definitiva, que, en las funciones donde no asistía la Corporación de ciudad, se pusiese asiento al Tribunal Eclesiástico –se entiende con el Vicario Fiscal y un Notario- al lado del Evangelio, y a la Jurisdicción Real –el Corregidor, el alguacil mayor y un escribano- asiento en el lado de la Epístola”.

Bien se pavonearía el vencedor, don Miguel de Ochoa, a cuenta de la bilis, espesa sin duda, del corajudo derrotado señor Aguayo, el corregidor.

Da gran pena no saber cómo se desarrolló por fin aquel año, la función del Apóstol. Presumo sería con el sitial del Corregidor, viacundo, vacío; temblorosas y anegadas, las preces sacerdotales, los fieles, coticones y alborotados con estos acaecimientos pueriles –pimienta y sal de los días veraniegos, tersos, uniformes, largos, abrumadores, de nuestra tierra- y “el señor Santiago, el Cebedeo”, desde su hornacina, sonriendo jocoso, al ver el acelero del atribulado sacristán menor, cuando un chico, de tantos como por allí pupularan dio un portazo, seco, al entrar en el templo. Se le figuraría venían a prenderle, otra vez, los ministros del Señor Corregidor. ¡Hasta derramaría, por los suelos las brasas vivas, del bamboleante incensario!

Julián Alonso Rodríguez, diario “Lanza”, miércoles 26 de julio de 1950


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