Todas las poblaciones tienen uno o
varios lugares, que sus habitantes reservan para reunirse en cambio de
impresiones. A veces resultan sabrosas tertulias callejeras; y en ocasiones
degeneran en cuchicheos o disputas acaloradas sobre acontecimientos con o sin
trascendencia. Comentarios de política, toros, teatros, deportes, problemática
agraria o industrial. Y no siempre se habla de lo real y sucedido, sino que,
alicuando, se da rienda suelta a la imaginación y la inventiva de cada quisque encuentra
labios para expresar y oídos para escuchar.
Rápida ojeada a noviazgos, casorios, rompimiento,
natalicios, fallecimientos y viudeces.Poco de divorcios y separaciones: menos
aún de «apuntamientos» y deslices. Es lo que se dice pasar por el cedazo espeso
de la crítica la vida y milagros del personal que convive — como en nuestro
caso— inscrito en el vetusto exágono murado de los cierres medioevales que
blasonan la heráldica de nuestra villa, como aún puede verse en el escudo
oficial con el Rey sedente.
Las «Cuatro esquinas» se llama a la
parte de calzada que enmarca el encuentro de las calles de Toledo, Calatrava,
Mercado viejo y Feria. Más concretamente limitada, en los años 1909 y
siguientes, por la salida de coches de la mansión de doña Blanca Arias (que
hacía chaflán); la ferretería de la Vda. de Marino Fernández, que entonces era
de Salas, con la botica de D. Rafael Lamano y la redacción de «EL PUEBLO
MANCHEGO» (lo que hoy es «El Capricho»), completando la figura geométrica la
Farmacia de D. Conrado López y la Platería de Benjamín Fernández, que con la Joyería
de Manuel Francés (en la actualidad tienda de tejidos «La Puerta del Sol» que
sigue dando a las dos calles) forman ese polígono irregular que podríamos llamar
la jurisdicción estricta de ese lugar que estamos estudiando.
Entonces no existían las tiendas de confecciones y zapatería que con sus escaparates iluminados dan claridad y brillo, en la noche, a ese pedacito histórico. Tampoco daba presencia la tienda de Mur, que tenía un «ARCA DE NOE» anclada entre las calles de la Cruz y de la Paloma (lujosa residencia en estos días de la Jefatura del Movimiento). Las dos farmacias citadas, una de las cuales está lo mismo que hace más de cincuenta años; el mirador de prensa aludido: ambas joyerías anteriormente identificadas, y el reducido espacio del acerado, no diferenciado de los guijarros de la rúa, eran el escenario completo de nuestro mentidero.
Bien cerca de este sitio había otro rinconcillo en la confitería de «Petate»; y más allá, próximo al Ayuntamiento se reunían, en la Tercena, los de la emisora carlista, que pudiéramos llamar, donde se sabía todo, se hablaba de todo y no se resolvía nada. Pero este centro de las «Cuatro esquinas», era el paso obligado de muchos a esa hora del anochecer, animándose con la presencia de jóvenes y algún que otro aburrido funcionario.
De la tertulia en la rebotica del Licenciado Sr. Lamano eran asiduos concurrentes personajes como el Dr. Fernández Alcázar, creo que D. Manuel Messía, D. Rafael Cárdenas, don José Luis de León, el Comandante Palacios, un Capitán con dignidad canongil, acaso don Miguel Pérez Molina, D. Alberto García... Indudablemente el que fue mancebo, durante muchos años, de dicha oficina sanitaria, D. Rafael Mateo, podría hablarnos mucho.
Por esas «cuatro esquinas» pasaba
inequívocamente todos los sábados la Condesa Viuda de la Cañada, que en su cómoda
y vistosa berlina, tirada por dos briosos alazones, acudía a la Catedral al
canto de la Salve a la Patrona.
No pocas veces se veía también pasar entre ellas al Dr. Gandásegui que en su coche «lando», arrastrado por dos lucientes mulas, hacía el recorrido de sus itinerarios de cortesía, y aún oficiales, por la ciudad. Escasos eran los jinetes que desfilaban de vez en cuando por esos mismos lugares. Recuerdo a los hermanos Acedo Rico, estudiantes entonces, andar juntos en sendos potros de su yeguada: y al amigo íntimo de estos Vicente Escobar y Cuevas. Pero sobre todos ellos el caballista popular y queridísimo don Manuel Aguirre, Médico, que a veces coincidía con José María Lorente.
Más lo que no se olvida fácilmente, pese al tiempo trascurrido, es la repetida escena, a diario, de aquellas cuasi guardias, que en la puerta de la tienda de don Manuel Francés hacía un célebre abogado, ensortijado con el oro de la mejor ley y la pedrería de más vistosos reflejos. Político, elegantemente vestido, con terno negro que destacaba sobre el blanco brillo del cuello duro y esparciendo un perfume embotador... Se situaba en el dintel, en espera, con fidelidad de centinela en campaña y pedía, disimuladamente, el santo y seña a aquellas agraciadas criaturas, que él admiraba y celebraba con sus piropos gongorinos y encendidas miradas de seguidor enamorado.
Como desde el mostrador de una joyería se veía perfectamente el de la otra el celo recíproco de ambos comerciantes era ordinario, sin que fuese posible ignorar la marcha de esas operaciones de compra de aderezos, adquisición de pulsera de petición de mano, cambio de regalos prenupciales, entrega de solitarios conmemorativos de fin de carrera o inicio de relaciones amorosas y aún obsequio de reloj de noble metal marcando la hora de un si afortunado y prometedor.
Ciertamente que el prestigio comercial de uno y otro titulares de negocios tan suntuosos contaban con seleccionadas clientelas y un gran contingente de visitantes llenaban sus locales a todas horas, proporcionando con su presencia materia para jugosos comentarios y ecos de sociedad.
Lo que no veían ni adivinaban los
asistentes y aquellas reboticas, trastiendas y cuidadosas paseadas era
controlado desde la redacción del «El Pueblo Manchego», a tres metros de
altura, por los inolvidables pluniferos Miguel Ruiz Pérez, Paco Herencia, el
periodista «Aviceo», el reportero «Rouleta ville» Ruiz de León y... Así era el
mentidero de las «Cuatro esquinas», verdadero forillo del pueblo. La vida de
Ciudad Real tenía en ellas un ritmo de pulsación normal.
Estudiantes, empleados, funcionarios, feriantes, cómicos y toreros: clérigos y religiosos: desfilaban por ese lugar, vía principal de la ciudad, cruce céntrico de sus comunicaciones. Puertas de Toledo, Calatrava y del Carmen; proximidad del Ayuntamiento, Catedral, Casino, Obispado, Instituto, Gobierno Civil lo convertían en acceso utilizable. Por entre ellas vi muchas veces las figuras proceres de don Bernardo Mulleras, don José Alcázar, don Emilio Bernabeu, don José Cruz, don José Jerez... con su estela de docencia, forensia, politicidad, agrado, paciencia y atenciones...
Cuando hoy cruzo por allí pienso en Jo
difícil que se me hace el pasar de una acera a otra, y recuerdo la fuente de
vitalidad cordial que nacía en sus tiendas y escaparates.
C.C.G.
Boletín de Información Municipal número 34, diciembre de 1970
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