Ciudad Real la capital de la Mancha, que Je justa fama por sus
procesiones pasionarias, se halla satisfecha de su Semana Santa, ya que en un
espacio de breves años—no olvidemos que todo fue destruido en la vorágine
antirreligiosa del 36—se ha logrado mejorar el rico tesoro en imágenes y pasos,
túnicas y ornamentos de que nos ufanaba con anterioridad a la indicada fecha.
El empeño de unos cuantos hombres, a quienes no dudamos en calificar de
beneméritos y a quien Ciudad Real debe guardar gratitud, y la ayuda decidida de
autoridades y vecindario, pusieron a punto un afán de superación que nos ha
ofrecido la Semana Santa, que hoy llega a límites de esplendor y magnificencia,
alabados por quienes la contemplan por vez primera o dejan transcurrir un lapso
de tiempo sin presenciar los admirables desfiles procesionales de la Semana
Mayor.
Son un total de diecinueve Cofradías las que hacen su salida desde el
Domingo de Ramos, con el paso de Jesús entrando en Jerusalén, hasta el Domingo
de Resurrección, con la esplendorosa procesión de Jesús Resucitado, la cual
está formada por una representación de todas y cada una de las diversas
Hermandades que componen las pasionarias ciudarrealeñas. Entre ambos días y en
las distintas manifestaciones procesionales, aparecen reflejados casi todos los
momentos de la Pasión del Señor con un verismo y una dignidad que hacen más
notables el empeño y la superación de éstas, en su mayor parte, modestas
Cofradías.
No se puede dejar de destacar que en una capital de reducido vecindario como es Ciudad Real, que escasamente llega a los cuarenta mil habitantes, ha sido posible realizar el esfuerzo que se ha llevado a cabo gracias a que son bastantes los ciudarrealeños que figuran inscritos en varias Cofradías y por ellas cotizan, aunque siempre tengan, una de ellas objeto de sus preferencias. No es tópico asegurar a quienes la visiten en tan señalados días que no saldrán defraudados cuando hayan contemplado las procesiones, porque éstas, quizá en el justo medio entre la severidad y la alegre religiosidad andaluza, tienen un no sé qué de especial sabor, una honda emoción, que el forastero palpa en el ambiente en estos días de las mayores conmemoraciones cristianas.
En la tarde del Martes Santo, Jesús Nazareno, en su advocación de
Medinaceli, y la Virgen de la Esperanza, Cofradías que, en número y ornamentación,
pueden compararse con las mejores de las veteranas.
Quien guste del tipismo que tanto caracteriza habrá de presenciar el
paso de la procesión del Silencio en la madrugada de]Jueves Santo, cuando ya
las luces del nuevo día van cayendo sobre la ciudad, frente al convento de las
Carmelitas o en la Estación que se reza en el paseo del Prado el Cristo de la
Buena Muerte, exangüe en la cruz, parece más propicio al perdón en esos momentos,
difíciles de olvidar para quien los vive. Y, al mismo tiempo, invitamos a no
perderse el desfile de la tarde del jueves en la procesión del típico barrio de
Santiago, a su paso por el Compás de Santo Domingo, donde un derroche de luz hace
más destacable el grandioso trono del «Ecce-Homo», la plasticidad del grupo del
Cristo de la Caridad (Longinos) y la hermosura serena de la Virgen de los
Dolores, como en su salida de San Pedro, al filo delas doce de la noche, es
preciso seguir al Nazareno por Lirio, las Terreras y Cruz Verde, si se quiere
sentir de verdad la emotiva fascinación del arrepentimiento al con templar el
dolor de Jesús cargado con la cruz por redimirnos.
En la mañana del Viernes Santo, Ciudad Real no puede contener su emoción de justo orgullo por el auge logrado en la gran pasionaria. Tras la bella imagen del Niño Jesús, las palmas de los cofrades de la Oración del Huerto y después el paso de los ferroviarios, que representa el momento doloroso de encontrase Madre e Hijo en la calle de la Amargura; y la Hermandad del Comercio, la de mayor lujo y riqueza ornamental, con el paso de Jesús Caído, para finalizar, tras una hora larga de des file, el Santísimo Cristo del Perdón y de las Aguas. Cofradía que data del siglo XVI.
Ya cuando se
vislumbra el crepúsculo de la tarde dolorida del Viernes Santo, se inicia la
procesión del Santo Entierro. Junto a la brillantez que le presta la
concurrencial oficial, el que constituya valioso broche del mayor número de
Hermandades hace pasionarias en este día. Una imagen del Niño Jesús, con túnica
negra, precede al maravilloso paso del Cristo de la Piedad, feliz trasplante
del titular de cualquier Cofradía sevillana. Y a continuación, el Santo
Descendimiento; la Virgen de las Angustias con el Hijo en los brazos, Hermandad
de excombatientes; la preciosa urna de Cristo yacente, de la Cofradía del Santo
Sepulcro, y, por último, María de los Dolores, refulgente de luces y flores,
atrayendo toda la devoción popular.
En las últimas horas de la tarde del Sábado Santo, el homenaje fervoroso de las mujeres de Ciudad Real a la Virgen de la Soledad.
Y como colofón
grandioso, pictórico de brillantez y vistosidad, el nuevo paso de Jesús
Resucitado, desfilando triunfalmente en la mañana del D o mingo de
Resurrección. Este es el broche de oro que cierra los destiles procesionales;
de los que, sin jactancia, puede vanagloriarse la ciudad.
La
Pasión. Semana Santa en Ciudad Real 1962
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