Quisiera pertenecer a la clase de Caballeros, para poder ir a Granada, con los célebres Carlos Vázquez, Ángel Andrade y General Aguilera y ver, del Torreón del Alcázar, la Luz y la Lentejuela, pues según dice Sauco Diez, que visitó por la Ronda la tumba de los Reyes, entre la que se destaca, como Refugio de pecadores, la del inmortal Alfonso X el Sabio, es Alta-Gracia contemplar aquel Real sitio, donde se alza la estatua de Hernán Pérez del Pulgar.
Me dirijo por la Avenida de Gasset, a la Estación, y allí me encuentro paseando con mi gentil Carmen, que es más bella que una fragante Rosa; su cuerpo cimbreante semeja a una Palma y su cara bonita hechicera envidia al Jacinto, un Clavel tiene por labios, la resplandeciente Luz de sus ojos desafía a una Estrella; ¡ah! Es un Ángel, que seguramente de verla, hubiera vuelto loco a Segismundo Moret.
Pasea a su lado Esperanza, que si no Mejora a su amiga, es también una Delicia. La he hablado, y me ha explicado el objeto de su viaje; conduce, para ser amaestrados en Libertad, un negrísimo Gato, un Lobo, un Perro de aguas, un Caballo y una Cierva; pues quiere deshacerse de estos animalitos, porque gastan ciertas bromas cuyos resultados, no tienen otros Remedios que el Cementerio. Y de no conseguir su propósito los llevará a una Feria de ganados, al Mercado Nuevo o a la modernista Plaza de la Constitución.
Todos estos animales, los encierra en unas Cuadras, tan lóbregas como un Horno, y tan estrechas como el Callejón de Enmedio, que semeja por sus miasmas al Callejón del Gas.
Allí los tiene
para sin ningún peligro, poderlos zurrar bien, con una enorme Jara, con
un grueso Olivo o con una punzante Lanza (que no es una barita de
San José); y si esto no es bastante, les arroja una descomunal Peña; y
por esta causa tienen dichos bichitos más cruces que el invicto y bravo General
Espartero.
De pronto, se antepuso a mi viaje, el amo de Soledad y por lo tanto ¡tuve que renunciar a él!
A mi regreso, creí conveniente hacer una visita de cortesía al Conde de la Cañada. Llegué a su casa, recibiéndome en un poético Camarín, que a la sazón se encontraba rociado de un exquisito Jaspe perfumador. Me dio Doradas muestras de simpatía de cariño y de afecto, y en nuestra larga y profunda conversación tuvimos la dicha de vernos coronados con la más sublime Paz. ¿Que, de qué hablamos?... Del malogrado Obispo Piñera, de nuestro sabio Paisano Cardenal Monescillo, del renombrado Guerrero Margallo, de aquel gran convecino nuestro General Rey y de la historia que encierra el humilde y correcto Compas de Santo Domingo.
Acabada mi visita,
que fue interrumpida por unos molestos Caldereros, fuime a pasear a la
ensanchada Plaza del Pilar y después el esplendido y casi botánico Paseo
del Prado y sentado alrededor de una Zarza me encontré con mi
sobrina Remedios, la cual me llamó, para darme una Nueva tan
fatal, que al no ser por unos vecinos de la Plaza Terreras y otros, que
luego resultaron ser mis parientes los de Madrajo, seguramente mi locura
me hubiera llevado al Norte donde hubiese perecido arrojándome a un Río;
pero estas buenas gentes que son santas y cristianas invocaron en aquellos
momentos al Inmaculado Corazón de María, que fue mi salvador.
Una vez pasada la primera impresión, encaminé mis pasos a la solitaria Plaza de San Francisco, rehusé a visitar la fábrica de Tinte que posee el Conde, a cuyo frente están mis camaradas Palomares y Oliveras.
En mis ratos de paseo por las calles y plazas, pude admirar las joyas que posee Calatrava el hermoso edificio del Instituto, colindante con la Plaza de la Merced y después fuime a visitar el Matadero; de regreso, me encontré con el amigo Borja el que me lleva a su estudio instalado en la calle de las Cañas.
Desde la azotea de su laboratorio, se ven unos Huertos frondosos; en otros, largas hileras de Postas y los que se divisan lejos, dejan de ver un Alamillo Alto, un corpulento Ciprés y un grandioso Seminario.
Hablemos de nuestros compañeros en las aulas, Santiago y Salido que se encuentran en Morería sirviendo a las armas. Recordamos aquellas meriendas que formábamos en los Extramuros de Alarcos y recordamos nuestras novieces con aquellas muchachitas hijas del medico Esperio que se encuentran en un convento de Monjas.
¡Válgame San
Antón! ¡Que recuerdos! Más cuenta nos hubiera tenido pensar en la aldea Pedrera,
en aquel Paseo de Cisneros y en aquel Pozo Dulce, que para beneficio de
aldeanos pobres, que se encuentren enfermos, construyeron los caritativos Infantes
de este invicto, noble, santo, bondadoso e hidalgo Pueblo Manchego.
JOTAESEE. El Pueblo
Manchego diario de información Año IV Número 1141 1914 octubre 27
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