“Más de ciento y treinta torres y seis
puertas y algunos portillos” tenían las fuertes murallas que bellamente
cercaban Ciudad Real y la defendieron, a veces de los Calatravos. En las
cercanías de cada puerta había, hace varios siglos, ermitas que la piedad elevó
y al esparcimiento honesto convidaban.
En la puerta de Toledo tenía su ermita
Sta. Brígida; en la de Calatrava, San Juan Evangelista y Santa Catalina; en la
Mata San Miguel; en la de Granada, el Santo Cristo del Perdón que según la
tradición trajo Albarrana de Alarcos, en cuya iglesia tuvo culto. Luego la
ermita se llamó del Cristo del Muro por uno que en el pintado, sustituyó al del
Perdón cuando lo trasladaron a San Pedro y se veneraba en nuestros días en la
última hornacina adosada al coro, de la nave del Evangelio. El paño de pureza
tapado con feas “enagüillas”, era de casi clásica belleza. A principios de
siglo, en las procesiones de Semana Santa, otra moderna y dulzura talla
suplantó a la hermosa primitiva. Las dos desaparecieron el año 1937.
En la puerta de Alarcos San Lázaro y San
Lino tenían sus ermitas, y San Sebastián, Mártir, tenía la suya por las eras y
con dos puertas en la de Sta. María.
En ella y en su día “por voto solemne de
la ciudad”, se celebraba fiesta al santo Sebastián.
Con gran boato, reunianse, en la
Parroquia de Santa María del Prado, a las dos de la tarde del día 19 de cada
año, los tres Cabildos Parroquiales, con Cruz alzada; capellanes; racioneros;
Órdenes Religiosas… y la Corporación de la ciudad. En procesión salían de Sta.
María cantando el himno del Santo, y por la calle de Infantes llegaban a la
ermita situada junto al pozo milagroso, en el lugar que desaparecido el
ermitorio, ocupo el pozo de nieve. Se cantaban Vísperas.
Al siguiente día era de romería para
Ciudad Real. La gente populaba por las eras; puestos de confites, piñones,
almendras… bordeaban los caminos; con pompa y sermón se celebraba la Misa
votiva; por la tarde; y por aquellos contornos, reunidos el Clero, la ciudad y el pueblo, sacaban al
Santo en procesión, y bebiase agua del milagroso pozo que “para sanar los males
del alma y fiebres del cuerpo servía” el agua del pozo de San Sebastián,
abogado de la peste.
Concluida la procesión, clero y ciudad,
con igual solemnidad vinieran el día anterior, calle de Infantes abajo, calle
de la Azucena adelante, retirábanse a la Parroquia de Nuestra Señora del Prado.
Pasaron los siglos. Cayeron las murallas
-¡ay, Ávila bella!- sin que ni por qué… Por igual sin razón perecieron las
puertas y sólo se salvó, mutilada y un tanto olvidada, la Puerta de Toledo. No
queda una ermita. Perdieronse tradiciones… Alguna vez se oye mentar el pozo de
San Sebastián. Junto a la “Cruz de los Casados”, cubierto de chapa de hierro,
¿está el pozo el San Lino, o el de San Lázaro? … Al de Santa Catalina solían
acudir parladoras lavanderas percheleras.
Julián
Alonso (Diario “Lanza” 19 de enero de 1949)
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