En la
calle Cuchillería Nº 12 se estableció la Tintorería Madrileña en los años 10-20
del pasado siglo XX
En el año 1903 nacía Tintorería
Madrileña de la mano del matrimonio formado por Emilio López de Orozco y
Felicia Arroyo Simón, esta natural de Piedrabuena, montando su despacho al
público en la calle Ruiz Morote y los talleres en la Calle Real, instalaciones
que un tiempo después pasan a la calle Cuchillería (hoy Carlos Vázquez) el
despacho al público, mientras que los talleres se trasladan a la Plaza de Las
Terreras. Pero una empresa de tantos años es lógico que, con el tiempo, sufra
más cambios, así que en el siguiente los talleres se ubican en El Torreón,
donde permanecen hasta que los terrenos son expropiados por el Ayuntamiento por
motivos urbanísticos. El traslado final lleva los talleres a la calle la Mata
Nº 29, que es donde se encuentran en la actualidad (hoy también con atención al
público), y el despacho a la Avenida del Rey Santo, donde han permanecido hasta
estas fechas.
En el año 1922 muere Emilio y es su
esposa la que continúa, junto con su nuevo esposo Alberto Martín y sus hijos
Emilio López de Orozco Arroyo y Alberto Martín Arroyo, en el negocio. La
diferencia del segundo apellido se explica porque ambos eran hermanos de madre,
no de padre. Felicia murió bastantes años después que su primer marido, en el
año 1962.
En aquellos primeros años el negocio era
muy diferente de lo que es hoy día. A primeros del siglo XX el grueso del
trabajo se lo llevaba tanto el lavado de ropa como el tinte, sobre todo por la
importancia que durante muchos años tuvieron los “lutos”, lo que obligaba a las
mujeres a teñirse de negro prácticamente toda su ropa, ya que el luto duraba,
como mínimo, tres años. Durante ese tiempo todas las mujeres de la familia del
fallecido debían vestir todo de negro. La duración del luto estaba en relación
con la cercanía de la persona fallecida, de forma que había lutos para toda la
vida, dándose el caso de jóvenes viudas que vistieron de negro más de tres
cuartas partes de su vida. Algo que, por otra parte, no dejaba de ser un buen negocio
para este tipo de establecimientos.
Felicia
Arroyo Simón, la fundadora
De todas formas, no sólo se teñían las
prendas de negro, sino que, para seguir la moda y, sobre todo alargar la vida
de la ropa, se cambiaban de color cada cierto tiempo, con lo que se estrenaba
abrigo una temporada sí y otra no, siendo en realidad siempre el mismo.
Precisamente Emilio (hijo) era un gran experto en este difícil arte de teñir
aportando el color deseado y la calidad necesaria para que, con la primera
lluvia, el abrigo no dejase una estela de color por la calle y el resto de las
ropas sucias del tinte, cosa que solía ocurrir cuando el tinte se hacía casero.
El color negro era fácil equilibrarlo, pero no ocurría lo mismo con el marrón.
Otros colores habituales eran el rojo y el burdeos.
En aquellos años todo el proceso de
lavado y teñido se hacía en una sola caldera de cobre que se alimentaba con
lumbre. Y según nos cuenta en la actualidad Jesús (nieto) el fuego se
alimentaba con las virutas producidas en las carpinterías y que, cuando él
tenía pocos años, a finales de los años 50, todavía recogía con un carrito. Así
conseguían combustible para su negocio y dejaban limpio el taller del
carpintero.
Respecto al resto de los utensilios
utilizados habitualmente en el negocio consistían en una gran mesa de madera,
inclinada, en la que se extendía la ropa mojada la cual se trataba con un
cepillo de raíces y jabón “Lagarto”. Posteriormente las prendas se iban
aclarando en depósitos de agua para terminar introduciendo la prenda en una
máquina centrífuga. A continuación, la prenda se colgaba en un cerquillo (hoy
perchas) de madera o de metal y se ponían a secar en un gran patio a cielo
abierto, en este caso en las instalaciones de El Torreón.
El siguiente paso era el sistema de
planchas. Estas eran de hierro macizo y se calentaban en un hornillo con muchas
caras sobre las que se depositaban las planchas que las planchadoras (Carmen,
Manola, Pilar…) iban sustituyendo según se enfriaban. El número de planchas que
se utilizaban a la vez oscilaba entre 80 y 90. Además este hornillo se alimentaba
con carbonilla que se recogía de la que desechaban las locomotoras de la
estación de Renfe.
Jesús
López de Orozco Isaac con la plancha en los años 70
Años después llegarían las calderas de
vapor Roda y las máquinas de limpieza en seco con la aplicación de disolventes
como el White spirit o el Solbaran 600. Posteriormente se utilizaron
disolventes más modernos, pero se ha tenido que volver a los antiguos porque no
dañan las partes de plástico, especialmente los botones. La utilización del
disolvente es lo que se conoce como limpieza en seco, frente a la utilización
del agua y el jabón que es la limpieza tradicional.
Emilio (hijo), por motivos de salud,
tuvo que dejar pronto el taller en manos de su hermano Alberto, por lo que su
hijo Jesús tuvo que ponerse a trabajar junto a su tío Alberto desde temprana
edad. Así pasaron varios años hasta que Alberto decide trasladarse a Alicante
en donde abre una lavandería, quedando el taller en manos de Emilio (padre), su
esposa Teresa, y de sus hijos Jesús y María Teresa.
Cuando Jesús López de Orozco Isaac se
casa, en el año 1976, es su mujer Josefina Arcorchel Lázaro, una segoviana a la
que conoció en la Semana Santa de Ciudad Real, la que coge las riendas del negocio
de cara al público mientras él se hace cargo del proceso de lavado y planchado,
quedando la tintorería en manos de ambos, ya que su padre había muerto unos
años antes.
Haciendo un paréntesis debemos decir que
Jesús también ha sido un importante futbolista, llegando a jugar en El Manchego
durante varios años. Sin embargo, el negocio le quitaba tiempo para desarrollar
esta carrera deportiva que a él le hubiese gustado prolongar. Además, como
antes hemos indicado, la muerte de su padre le obligó a ponerse al frente de su
negocio, puesto que ha ocupado hasta el día de hoy, cuando cuenta ya con 66
años.
El
local a principios de los años 80
Lógicamente Jesús ha visto como la
tecnología y las modas han cambiado el negocio de una forma radical, sobre todo
a partir del momento en el que se introducen las telas sintéticas y, de forma
especial, el Tergal. Una de las grandes novedades de la tecnología moderna es
que permite la posibilidad de que se destile y se recupere el disolvente para
una nueva utilización.
También la clase de prendas que se limpian
ahora han cambiado. Al principio, y durante muchos años, los abrigos eran el
grueso del trabajo, seguido de la “rebeca” y el “chaleco redondo”. En la
actualidad la limpieza de abrigos ha descendido. Hace ya bastantes años era
habitual la combinación de americana y pantalón; hoy apenas se hace, aunque no
los trajes, que se mantienen en gran cantidad. Hay clientes que suelen limpiar
sus trajes cada semana, lo cual tampoco es extraño si tenemos en cuenta que la
limpieza completa sólo cuesta 10 euros y, además, es lo que costaba hace 12
años. Los plumas y chaquetones son las prendas que se limpian más en la
actualidad, mientras que los tintes desaparecieron prácticamente a finales de
los años 70, hecho que coincidió con el definitivo traslado a las actuales
instalaciones en la calle La Mata 29. Tintorería Madrileña mantiene abierto,
además, otro despacho de recepción de prendas en Avenida del Rey Santo.
En cuanto al futuro de la empresa está
asegurado con la cuarta generación familiar, puesto que en la actualidad casi
ya está en las manos de Jesús López de Orozco Alconchel, biznieto del fundador
e hijo de Jesús, que es quien nos ha contado toda esta historia.
Instalaciones
actuales
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