Se
está celebrando durante estos días en Madrid Fitur, la Feria Internacional de
Turismo, por este motivo voy a reproducir hoy un artículo que lleva por título “Excursión a Ciudad Real”, publicado en 1906 en una revista editada a nivel nacional de gran repercusión: “La
Ilustración Española y Americana”.
Mira por uno de sus frentes á los montes
de Toledo, y presenta los opuestos lienzos de sus murallas á las cumbres de
Sierra-Morena.
Campos de pan llevar y grandes olivares
con viñedos se extienden desde su recinto hasta el pie de los cerretes que
guían el curso del río; y á poca distancia de la población lleva el Guadiana
una marcha tan perezosa, que falto de fuerza para arrastrar todos sus caudales,
los va dejando en remansos y charcones desde la ciudad castellana hasta las
proximidades de Extremadura.
No faltan allí saltos de agua que
propulsen las ruedas de los molinos destinados á convertir en harina las
espigas que se forman en sus alrededores; y en la porción occidental de la
provincia da el suelo metales en vez de plantas y va creciendo el hervor de la
vida minera, que recuerda en sus primeros momentos la existencia de las
sociedades primitivas, y llega, andando los años, á proporcionar las mayores
esplendideces de los países cultos.
La capital refleja las condiciones del
territorio de que es cabeza, y pasa por ese momento de crisis entre la
tranquilidad mortecina, la paz del no ser, que tuvieron todos estos pueblos no hace
aun medio siglo, y el desarrollo de la actividad comercial y de la fiebre de
los negocios, que convierte en parte á los hombres en instrumentos de sus
propios intereses, creando una nueva servidumbre, á la par que da riqueza y energía
á las naciones. Ciudad Real comienza á marchar por el nuevo camino.
Su historia, de poco más do seis siglos,
puede recordarse á la vista de no muchos, pero si muy curiosos monumentos.
Fueron humildes V sus comienzos en los días del Rey Sabio, y la limitación de
sus recursos, así como la necesidad de suplir con el trabajo de los obreros la
falta de los escultores, se lee en la rudeza de los elementos decorativos do las
portadas y de la nave de su parroquia más antigua. Unas y otras dicen poco al
viajero buscador de arte bello que le emocione, y cuentan en cambio mucho á los
que ven en los detalles de su trabajo el alma de las sociedades pasadas.
Del siglo XIII, ha quedado dentro de su
recinto la iglesia de San Pedro, con su puerta de la Umbría, llena de cabezas
de clavo ó de dientes de sierra en sus arquivoltas, y de palmetas u hojas
estilizadas en sus capiteles, que la dan el acento del arte del siglo XII,
mientras su arco apuntado y otras líneas declaran que fue hecha bien entrada la
decimotercera centuria. La combinación de elementos, ya que no su aspecto, la
aproximan á la linda fachada de Santa Marina en la Macarena de Sevilla, y su
interior de tres naves, anuncia aspiraciones á una esplendidez que no fue
servida en el trabajo rudo de los capiteles.
No es el templo una construcción que
pueda colocarse en el cuadro de las joyas más preciadas que ha producido la
genialidad humana, pero sí debe incluírsele en la lista de los documentos que
son de valor en la historia del trabajo español, y entre aquellos que reflejan
los contrastes de vida de unas poblaciones de la península con otras; el
carácter singular del reinado de Alfonso X, tan estudiado y tan mal definido todavía,
por lo mucho que se separó de los demás tipos de reinados, y los rasgos
salientes de la abigarrada sociedad que se formaba entonces en todas las
ciudades en los primeros momentos de su creación.
Lo que apenas se bosqueja en estos ó los
otros rasgos decorativos de la parroquia de San Pedro, se declara en otras
fábricas antiguas que subsisten en la capital castellana. Debían ser ya muchos
los islamitas que, durante el largo período de los siglos XI al XIV, buscaron
refugio y medios de vida en los dominios cristianos, ó que fueran llamados á
ellos como obreros más adiestrados, en unos u otros géneros de labores, y el
sello de su especial modo de hacer, ha quedado impreso, no sólo en lo
directamente salido de sus manos, si que también en lo labrado por gentes que
se educaron con ellos.
Al norte de la muralla se abre un
ingreso, muy semejante en líneas y disposición de materiales a la puerta de San
Martín en Toledo, y que lleva el nombre de esta ciudad. La toledana y la de
Ciudad Real ponen límite al camino que va de una á otra población, y dan á esta
vía una cierta unidad artística. El viajero que parte del primer recinto,
salvando cerros y recorriendo espesos montes, ve reproducido en el momento de
llegada al segundo los mismos torreones é idénticos arcos, cual si le
anunciaran cuan semejante es en muchas ocasiones el comienzo al fin de las
cosas.
Esta puerta de Toledo en Ciudad Real fue
construida en el siglo XIV, y en los días de Alfonso XI, según declaran de
consuno sus líneas á todo el aficionado á los estudios arqueológicos, y una
inscripción medio borrada, transcrita al papel y hábilmente reconstituida por
el erudito arcipreste del cabildo de las Ordenes, don Luis Delgado Merchán.
Arte y epigrafía llevan aquí á idénticas conclusiones, no siendo,
afortunadamente, necesario investigar si lo que cuentan las letras ha de
referirse á construcciones sustituidas por las que entonces se observan.
El ingreso, labrado á la morisca, como
se dijo muchas veces por nuestros antiguos escritores, es una obra bella en sí
misma, que, aunque llena de sencillez, produce emoción estética con sus buenas
proporciones y severos adornos, y en medio de aquellos campos de cereales, de olivares
y de viñedos, tiene un perfume oriental cuando se reflejan sobre sus muros los
rayos vivos del claro sol de Castilla, y la dan á la vez un tono caliente y un
ligero matiz semejante al de las bermejas torres granadinas.
No es el descrito á la ligera el único monumento
que acredita en Ciudad Real las
inspiraciones islamitas. Un molino de aceite presenta la planta y la estructura
de los antiguos baños árabes, y en sus paredes se adivinan, masque se ven,
asociaciones de ladrillos trazando arcos de herradura. En la que fue cárcel de
la Inquisición se conserva dentro de uno de los patios la portada de la
sinagoga, de buena traza y bien dibujada; en la casa número 1 de la calle del Pozo
del Concejo, hay un arquito angrelado, de líneas que declaran una fecha muy
distinta del caballero y del león esculpidos en su arrabá.
El augusto Alcázar se recuerda hoy sólo
en una ojiva partida en el centro, particularidad que, según Pris d’Avennes,
sirve para distinguir los arcos apuntados de procedencia islamita, de los
extendidos por influencias del centro de Europa. Allí permanece en medio de un
campo de cereales y rodeado de hierbajos, que parecen crecer para demostrarle
que la fecundidad y el vigor de la Naturaleza permanecen inalterables, mientras
decaen y se olvidan las mayores grandezas.
Si los monumentos de esta y otras
poblaciones análogas son pobres en su conjunto, se debe esto, no á la falta de
buen gusto y de amor al arte, acreditado en algún detalle, si á la escasez de
dinero en los pueblos españoles, ahogados por la usura hebrea y los excesivos
gastos del eterno estado de lucha, como declara la lectura, siquiera sea
rápida, de nuestros cuadernos de Cortes, donde so aprendo el ansia con que los procuradores
se esforzaban en aminorar el enorme interés de los préstamos hechos á los
cristianos por los judíos, y se adivina también qué infructuosas debieron
resultar sus gestiones, cuando se vieron obligados á repetirlas una y otra vez
en su misma forma durante más do tres siglos.
La
antigua parroquia de Santa María fue convertida, durante el último cuarto del
siglo XIX, en catedral-priorato de las órdenes militares. Tiene una amplia nave
con algunas líneas góticas, y paredes y bóvedas que han sido rehechas en
tiempos muy posteriores. Su interior es de una desnudez seca; y cuando aquel
cabildo aristocrático se reúne con el presbiterio, las cruces rojas y verdes
que lucen sobre el pecho los capitulares, son el único elemento ornamental y la
única nota brillante que allí puedo observarse, realzada por el prestigio de
los recuerdos y la sanción de la Historia.
A los pies presenta el templo una
fachada de tono más obscuro, con pátina que declara la mayor antigüedad
respecto de otros miembros del edificio, de líneas más puras y conjunto más bello
dentro de su gran sencillez: abajo un ingreso ojivo do arquivoltas poco
salientes, arriba un rosetón bien dibujado. Es interesante recordar este
imafronte cuando se visita la ermita de Alarcos, y se ve quo hay entre los pies
de ésta y los de la catedral, bien marcadas analogías.
Hoy Ciudad Real se rejuvenece y va
vistiendo en sus calles y en sus casas los ropajes á la moda en todas las poblaciones
adelantadas, así como crece el confort y el buen servicio en sus excelentes hospedajes,
bastante superiores á los de otras muchas poblaciones de importancia. Sobre las
viviendas bajas, tan típicas de los pueblos de la comarca, se elevan ya las de
varios pisos en esa aspiración, ya que no higiénica, financiera, de aumentar el
capital y economizar el terreno; mas, afortunadamente para sus vecinos, no se
halla todavía en el camino de convertir las moradas en torres ó en palomares
elegantes, que es la exageración en que caen las ciudades más populosas y
ricas. Es el signo de los tiempos que corremos, que el interés humano tan servido
en las leyes escritas y en los discursos, sea en más de una ocasión sacrificado
física y moralmente en la realidad á los intereses más fuertes del dinero.
Hay en los pueblos castellanos, es cierto, algo que pide reforma, ingreso más
rápido en la vida moderna, desarrollo de elementos que sólo se hallan en el
estado de germen de futuras y más esplendidas creaciones; pero hay mucho también
en el fondo de los hogares y en las
costumbres nada inferior a los rasgos característicos de otros pueblos; mucho
que es alma del país, naturaleza suya, vida propia y que no se puede perder
sin la personalidad nacional convirtiéndose
en materia asimilable para la nación á quien se copia. Ciudad Real, que entra en el progreso organizando
centros docentes que se
cumplen todos los progresos pedagógicos modernos, que construye para su
Diputación y el recreo de sus
vecinos edificios espaciosos e higiénicos, que limpia sus calles
y mejora las condiciones higiénicas de
la vida, hace bien en conservar las amplias vías que purifica el viento é inunda de alegría
la luz, y guardar el carácter de sus gentes, que las hace tan amables a quien las trata con intimidad y deja tan gratos recuerdos á
los que, como yo, han vivido
años entre ellas.
ENRIQUE SERRANO
FATIGATI
La
Ilustración Española y Americana, Año L. Núm. XI, Madrid 22 de marzo de 1906
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