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lunes, 8 de octubre de 2018

GABRIEL EN CIUDAD REAL “LA HERRERIA DE LA CUESTA”


Vieja fragua de Ciudad Real, fotografía de Julián Alonso 

En enero de 1893 el ingeniero de caminos don Juan Miró Moltó fue trasladado de la Jefatura de Obras Públicas de Lugo a la de Ciudad Real y por este motivo, el que habría de ser famoso escritor, su hijo Gabriel, pasó unos meses en nuestra ciudad cuando tenía catorce años. Sin embargo, ya antes había tenido referencias de La Mancha, o al menos le sonaría este nombre, pues de niño cuando en Alicante iba de paseo con <<Nuño el viejo>>, un viejo criado de su casa, solía éste entablar conversación con un no menos viejo marino, que presumiendo de conocer tierras lejanas repetía con frecuencia <<allá en las Carolinas>>; pero el bueno de Nuño, para no ser menos, buscaba pretextos para poder decir, <<pues yo en La Mancha>>, y al niño le parecían ambos sitios igualmente remotos.

Don Juan Miró no había querido trasladar su familia desde Alicante a Lugo, pero como Ciudad Real estaba mucho más cerca se vino con los suyos a esta ciudad, a la <<vieja ciudad>> como la llamaría su hijo, si bien no habrían de estar mucho tiempo en ella. En la memoria del curso 1893-94 de nuestro Instituto, figura ya el traslado al de Alicante, de las matrículas del alumno Gabriel Miró Ferrer en las asignaturas Geometría y Trigonometría y Psicología.

La estancia en Ciudad Real fue grata todos según afirma don José Guardiola en su <<Biografía íntima de  Gabriel Miró>> y agrega <<fue un verano delicioso y fueron agasajadísimos>>. Sin embargo, don Vicente Ramos cree que debió ser triste, y que además, le produjo un amargo sentimiento de entronque humano social. Ambas opiniones, no obstante, pueden ser compatibles, sin duda, todos se esforzaron para que, lo pasara bien en Ciudad Real, pero lo más probable es que dado su carácter no lo consiguieran y el cambio de ambiente le produjera una sensación de soledad y tristeza. Además, en Ciudad Real, con más libertad, y ya a los catorce años, podría observar algunos aspectos de la vida que hasta entonces habían pasado desapercibidos, y el influjo de estas amargas observaciones se refleja en sus primeros escritos. Así en 1901 en <<Paisajes tristes>> describe la desolación de los campos manchegos y la injusticia social que ahogaba el vivir de los que trabajaban en ellos, afirmando que el labriego manchego,  <<es el más digno de admiración y cariño>>. Sinceramente cristiano cree que las injusticias sociales han de resolverse más al dictado del corazón que al de cerebro y en dichos <<Paisajes tristes>> hay un párrafo verdaderamente hermoso que recuerda los Evangelios que él conocía tan bien: <<Y si llega un día en que el señor o patrono al llamar al criado le dice: esto te doy, esto más concedo,  si tú pedírmelo, movido por el amor que me inspiras, veréis entonces iluminarse con destellos de alegría los cansados ojos de esos infortunados…>>

El escritor Gabriel Miró

Por otra parte, en Ciudad Real recibió una de sus primeras emociones estéticas. Veamos cómo él lo refiere: <<Mirábamos la calle ruda, toda de sol, empedrada, con guijas de río, con tapias de cal, como un camino entre heredades>>, <<la calle semejó latir como si fuera un sembrado que pronto lo penetra un aire de buena lluvia. Era un cántico de niñas encerradas>>. Un amigo le dijo que había allí cerca un convento de Carmelitas y ensayaban unos gozos las chicas pobre de la Parroquia. ¿De qué calle se trataba?, por su actual aspecto me parece que más que a la del <<Carmen>> debería referirse a la de <<Pedrera Baja>> o al Callejón de las Monjas>>.

Dicha descripción de una calle de Ciudad Real que aparece en <<El humo dormido>> es muy semejante a la que en <<Niño y grande>> hace de las de un pueblo de La Mancha: <<largas empedradas duramente, tenían soledad y aire de campo, las formaban dos o cuatro casas viejas encaladas, siempre alguna con escudo de piedra verdosa en el dintel; y luego todo eran tapias de corrales>>. En la misma novela describe un patio manchego <<enorme rudo, orillado de dondiegos>>. Creo que no hay que buscar mucho para encontrar patios semejantes, incluso con esas mismas plantas que abren sus flores al anochecer.

Ya antes de venir a Ciudad Real había percibido otras <<tristezas estéticas>> al contemplar desde la enfermería del colegio de Orihuela: <<los valles apagados y las cumbres de la sierra encendidas de sol>>. Por otra parte desde el mismo colegio oía el martilleo de una fragua y los cánticos del herrero que en ella trabajaba, cuya vida se figuraba <<ancha y libre>>, en contraste con la suya sometida al rigorismo de la disciplina del colegio; pero esto nos lleva de nuevo a Ciudad Real.

<<Mauro>> fue una de las personas que quedaría entre los recuerdos para luego verla salir entre el <<humo dormido>>, <<ese humo azul que se para y se duerme sugiendo de los bancales segados, de las tierras maduras…>>

Después de los paseos por las inmediaciones de la ciudad rodeando las <<murallas rotas>>, Gabriel Miró y sus amigos iban a parar a la <<Herrería de la Cuesta>> situada en una calle que terminaba en una puerta de la muralla, de la que sólo quedaba la bóveda,  y por la que entraban y salían; los ganados, las diligencias, las yuntas, las reatas, etc. No cabe duda que se se trataba de la calle de Infantes y de la puerta de Santa María. La herrería allí continúa aunque en la fragua se martillea poco, pues se ha convertido más bien en un taller de reparación de aparatos domésticos.
Vista de la calle Camarín desde la torre de la Catedral, calle donde vivió Gabriel Miró

Su actual dueño <<Mauro>> no se llama así, como tampoco se llamaba su padre al que conoció Miró, pues dicho nombre es un apodo familiar que va pasando de generación en generación. En los relatos <<Mauro y nosotros>> y <<La hermana de Mauro y nosotros>>, hay algo de la vida de <<Mauro>> como he podido deducir hablando con su hijo; aunque la verdad es que éste recuerda poco de la vida de su padre, pues murió cuando él tenía sólo diez años. La historia que refiere Miró es la de un chico al que no le agradaban los estudios y al cual le llevan a una fragua, como castigo, para que aprenda el oficio. Ante eso, como es natural,  reacciona volviendo a los libros dispuesto a <<engullirse>> cuanto dicen, pero sin gusto, sin poder verdaderamente digerirlo, tal vez por lo desagradable de aquel <<fárrago>> de mal llamadas humanidades que le hacían aprender.  Tampoco es difícil comprender, que al fin acabara por abandonar los libros y que, ya no en plan de castigo, aprendiera el oficio y comprando al maestro la fragua, se convirtiera en un hábil artesano. De todos modos Mauro adquiere cierta cultura y admira a sus amigos averiguando la <<progenie geológica>> de las piedras y la <<estirpe vegetal>> de las hierbas. Salir con Mauro, decía Miró, era como llevar un libro curioso al lado. Su hijo se acuerda algo del saber de su padre y del interés que tenía en llevarle todos los días a la escuela, y la verdad es que hablando con él se nota la influencia de todo esto, si bien su carácter es más abierto que el de aquel joven callado de que habla Miró.

Una tarde que Gabriel Miró iba con sus amigos por las calles de Ciudad Real, fueron sorprendidos por un hombre de siniestra catadura que les asusta hasta el punto de hacerles correr. Al llegar a su casa acusó un fuerte trastorno cardíaco que debió ser consecuencia de alguna lesión antigua. No hay que olvidar que en el internado de un colegio de Orihuela padeció un ataque de reúma, y fue aquella una temporada verdaderamente desagradable, que le dejó en el alma la huella de una tristeza <<seca y amarga, helada, sin ese perfume de la lejanía>>.

Tal vez aquel hombre de aspecto siniestro le inspirase la narración <<D. Jesús y el judío errante>>, que comienza: <<Pasó un extranjero entre los porches de la plaza. Era tan seco y alto que se le veía más solo y semejaba asomarse sobre toda la ciudad, como una cigüeña entre vallados>>.

En fin, para terminar, diré que entre el humo dormido de los recuerdos veo la calle de Caballeros una mañana de junio <<toda de sol empedrada con guijas de río…>>, cuando por primera vez la vi yendo de la Jefatura de Obras Públicas al Instituto.

Carlos López Bustos. “Un madrileño recuerda a la Mancha.

Vista de la calle Azucena desde la torre de la Catedral


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