Buscar este blog

sábado, 20 de octubre de 2018

PÁGINAS DEL CALLEJERO FLORAL DE CIUDAD REAL



Para este callejero, husmeador de hombres botánicos, interesan dos calles de las seis que afluyen o salen, de la remansada plazuela de las Carmelitas descalzas, cuyo convento mandaron hacer D. Antonio Galiana y doña Isabel Treviño para la Orden de Montesa que lo rechazó por lo cual, en el 1596, pasó al Carmelo siendo su primera priora M. María de Jesús. Su templo se construyó con los bienes de don Juan Bustamante, en el reinado de Carlos II.

Las dos vías parten casi juntas y rematan, divergentes, en la de Morería, uniendo el barrio moro con el cristiano de Santa María de nuestra ciudad. Son las calles de la Azucena y de la Zarza, separadas, al iniciarse, sólo por la fachada frontal, de muy castiza traza, de una casa de acomodados manchegos de tiempos pasados, que, ahora, sin respeto al buen gusto local, ha sido reforzada con modernidad deplorable. Es lamentable la inhibición municipal en esta anarquía desbordada, que, como contraste, en Toledo mantienen a límite con rígida meticulosidad.

Otro día recorreremos la calle de la Zarza. Hoy pasearemos por la calle de la Azucena.

Azucena. Planta con bulbo escamoso de cuya yema apical surge el tallo aéreo, indiviso, con profusas hojas, sentadas, en toda su longitud.

En junio, se termina con un racimo de grandes y blanquísimas flores de olor embriagador y polen amarillo abundante.

Por la Inmaculada blancura de sus flores, la azucena es tomada como símbolo de pureza. Es la flore de las primeras comuniones, de los santos virginales, del altar de la Concepción, de los sagrarios, de la custodia del día del Señor…

Con los bulbos y pétalos de esta planta se hacen cataplasmas para las quemaduras y crisipela.

La calle de la Azucena es larga, de anchura creciente desde el principio a su mitad y vuelve a estrecharse hacia su final, soleada, salpicada de rancias casonas, aunque modernizadas casi todas –la casa de Vidal aún conserva un arco mudéjar en su interior-. Empieza en la citada plazuela del Carmen, precisamente donde termina la señorial calle de Caballeros; da arranque a la de Infantes; cierra la del Prado; se deja cruzar por la de los Reyes, y desemboca, casi frente a la del Olivo, en la Morería.

En su mitad estuvo el cementerio que rodeaba la parroquia de Santa María del Prado, hoy Catedral del Obispado Priorato de las cuatro Órdenes Militares; se abre “la puerta de la umbría” de este templo, y se eleva la tetragonal hechura de la torre levantada, en 1825, como sustituta de la que, siendo en realidad dos torres –una externa ciñendo a otra interior- amenazaba ruina, en el mil setecientos ochenta, y demolieron tirando las piedras, brutalmente, desde lo alto, con el consiguiente peligro para las casas vecinas.


Uno de los edificios con fachada a la calle de la Azucena es el famoso palacio cuya interesante portada, perfectamente conservada, da al paseo del Prado. Era, en el siglo XVII, “la casa de los Martibáñez” y es, hoy, de los herederos del marqués de Huétor de Santillán. El catedrático don José Balcázar Sabariegos aseguraba y se perpetúa en una lapida, naciera ahí, en 1451, Hernán Pérez del Pulgar, llamado “el de las hazañas”, por aquella del Ave María realizada en Granada cuando los Reyes Católicos pusieron cerco al postrer baluarte de la morisma en España. La lápida fue colocada durante las fiestas de agosto de 193, año en que se cumplía el IV centenario de la muerte, en 1531, de Hernán Pérez, según reza la inscripción que en ella mandó emplomar Balcázar, autor del discurso inaugural, que no leyó personalmente, aunque asistió al acto.

Cosa curiosa en anotar que, al establecerse el Coto Redondo de las cuatro Órdenes Militares, en 1851, prometió el Estado, entre otras cosas, dar decente palacio al Prelado, pero no era propicia la economía nacional y el primer Obispo Prior hubo de instalarse en el entonces viejo caserón de la Vicaría, en la calle de Toledo hoy bellísimo palacio de la Diputación Provincial –mientras se reparaba y adecentaba la casa número 13 de la calle Azucena, que todavía conserva trazas de su pasado y temporal destino eclesiático. En él  se celebró el Concurso general a Curatos- nos dice Hervás- y continuó siendo la mansión de los obispos hasta que, en 1881, fijaron su residencia en la casa número 4 de la calle de Caballeros –en la actualidad imprenta y litografía de Pérez- para, en 1887, trasladarse, definitivamente, al actual suntuoso palacio episcopal construido de nueva planta, según planos del arquitecto diocesano don Vicente Hernández Zanón, en el número 5 de la mentada calle de Caballeros, donde estuvo la “casa de las oficinas”, procedente de una memoria pía del camarín de la Virgen incluida en los bienes desamortizados y abandonada por estar ruinosa.

La calle de la Azucena se ha rotulado en nuestros días, con el nombre de don Ángel Andrade, catedrático del Instituto, paisano nuestro, insigne y laureado paisajista, que nació en ella, en el número 12, el 15 de mayo de 1867, como atestigua la lápida colocada en la fachada de la casa natalicia y falleció, hace 25 años, en el edificio de la plazuela de la Merced que forma esquina con callejón viejo del Instituto, actualmente flamante pasaje de la Merced.


D. Ángel Andrade, por la honra que nos dio, merece el homenaje agradecido de sus paisanos, y que sus tablas, lienzos, dibujos…, diseminados por las dependencias de la Excma. Diputación, que los adquirió a la muerte del artista – a cuyo pincel se debe la decoración del techo de la escalera- tengan, reunidos, sobresaliente y justo acomodo para, con santa vanidad y biennacido cariño, poder mostrar a la admiración del visitante y al estudio del entendido, la obra, casi integra, de tan ilustre manchego. Y, al organizar esa pinacoteca, bueno sería alhajarla con los tapices que Andrade pintó para los balcones principales de los edificios de la Diputación y del Ayuntamiento –muy maltratado el de este ultimo y, por fin, guardado cuidadosamente por las corporaciones municipales actuales- y con el estandarte de la Hermandad de la Piedad en donde plasmó, con gran realismo, la efigie de ¡aquel hermosísimo Cristo de la Piedad de la catedral, del siglo XVII, destruido, de suma belleza humana y emocional y de valor artístico insuperable.

La ciudad, cuando en la puerta de Santa María existía la ermita de San Sebastián, celebraba solemnemente su festividad. “La víspera del santo, a las dos de la tarde, salía la procesión de Santa María del Prado, que, por la calle de la Azucena y cantando el himno del Santo, se dirigía a la de Infantes para llegar a la ermita que estaba en las eras, en donde luego estuvo “el pozo de nieve”. En el desfile figuraban “el Cabildo, las tres cruces parroquiales, capellanes y demás individuos y la Corporación de la ciudad”. “Celebraban vísperas en la ermita, que tenía dos puertas, y, al siguiente día, decían misa, con sermón, y, por la tarde, salía por las eras la procesión del Santo Mártir”. “Acudía un inmenso gentío y después, todos a porfía, llenos de fe, bebían agua del pozo que, junto a la ermita, estaba en las eras de San Sebastián” y que en la actualidad se conserva, seco, delante de la caseta oficina y almacén de materiales de las obras del nuevo Seminario. “Bebían para curar las fiebres malignas del alma y después del cuerpo”. “Concluida la procesión del Santo, Abogado de la peste, los dos cabildos, en la misma forma que llegaron y cantando el himno, se retiraban hasta Santa María del Prado.

Julián Alonso Rodríguez. Diario Lanza, miércoles 1 de octubre de 1958, página 5.


No hay comentarios:

Publicar un comentario