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jueves, 18 de abril de 2019

SARA Y POBLETE LOS ENAMORADOS DE CIUDAD REAL


Bello rostro de la desaparecida y antigua imagen de Jesús Nazareno 

En estos días de Semana Santa es hora de traer a la memoria de unos y al conocimiento de otros, la leyenda de Sara y Poblete, leyenda que bien pudiera ser cierta en su totalidad y que, como todas, lo es, sin duda, en parte. Me extraña que no sea popular, y me extraña porque cuenta con todos los elementos necesarios para serlo: hay en ella amor, abnegación y milagro.

Siempre me han interesado los problemas referentes a nuestras tradiciones, y es porque ellas son las que dan carácter a los pueblos. Un pueblo que no cuenta historias de sus antepasados y que no tiene viejas piedras, carece de personalidad, no tiene eso que se llama solera y que es lo que le da carácter. Nosotros, afortunadamente, tenemos ambas cosas.

Para el relato de esta leyenda, tomo los datos que da el que fue inspirado poeta manchego, Juan Bautista Bernabeu, en  un libro de poesías publicado en el primer decenio de este siglo. El último de los poemas está escrito en octavas reales y se titula “La hebrea de Barrionuevo”; a él me refiero. ¿De dónde tomó el poeta estos datos? No importan a los poetas. Son algo tan hermoso que no se deben ensuciar con el polvo de los archivos. Esto es labor de eruditos.

Dibujo de Villaseñor publicado en el diario “Lanza”, sobre la leyenda de Sara y Poblete

A finales del siglo XV, los ciudarrealeños desencadenaron una persecución contra los judíos que, con sus obscuros manejos, amenazaban la paz de la villa. Estos tienen que abjurar de su religión si quieren permanecer en Ciudad Real. Algunos acceden, pero sus abjuraciones no son sinceras. Entre los pseudoconversos se encuentra Sara, hija del judío Efraín que murió en una de las celdas de la Inquisición. Esta mujer, joven y hermosa ella, no piensa dejar la religión de su padre.

Barrionuevo es el barrio de la antigua judería, el del Compás de Santo Domingo y la calle del Lirio. En esta calle vivía Sara y a ella iba a rondarla Francisco de Poblete, capitán de cuadrilleros de la Santa Hermandad, que se había enamorado perdidamente de la hebrea.

Este Poblete es un ferviente cristiano e insta a su amada a que se convierta a la verdadera Fe, pero ella no accede a sus ruegos. De todas formas el capitán espera que el amor haga el milagro y ablande su corazón. Mientras, Francisco se debate entre el amor y la Fe. Mientras prevé que acabaran siendo notarios sus amores y no deja de advertir las malas consecuencias que pueden traer para los dos, pues se rumorea ya que Sara sigue practicando la Ley mosaica, llega la noticia de que los moros han llegado a la Mariánica. El enamorado no tiene más remedio que marchar hacia allá al frente de sus cuadrilleros. Pero antes de alejarse, con el caballo ensillado, va a despedirse de Sara. Esta se deshace en lágrimas. El momento es propicio y Poblete Sabe aprovecharlo: Promete a la hebrea que, si al volver de la guerra la encuentra convertida, se unirá con ella en matrimonio. Además, ha obrado con nobleza. Dice a Sara que ha revelado a su madre el amor que se profesan y que esta la protegerá mientras falte él. Como recuerdo se deja una medalla de Jesús. Después va al templo de Santo Domingo a pedir por la conversión de Sara.

 
Reja de la desaparecida casa de la calle del Lirio, lugar donde Julián Alonso sitúa esta vieja leyenda

Sara cae enferma del disgusto y la madre de Francisco la asiste. Después de bastantes meses, parece que va a restablecerse su salud, pero la espera, el temor a la muerte de Poblete, la separación dolorosa, hacen que tenga recaída que la pone en el umbral del otro mundo. Llama a la madre de su novio al pie de la cama y le da la misión de decir a su hijo que ella, Sara la judía, ha rezado en los momentos amargos de la ausencia al Cristo por el que tanta devoción tiene Francisco.

Esto ocurre una noche de Jueves Santo. La procesión penetra en la calle del Lirio. Es el primer año que lo hace  Sara, debe luchar entre el amor, la religión que apenas conoce, la de sus padres, la ofensa que es para los judíos esa procesión de los cristianos por su propio barrio, pero… vence el amor.

En un descanso de la procesión, el paso se para ante la ventana de la hebrea. Esta se incorpora y reza llena de fe. Y entonces es cuando ocurre el prodigio.

Oigamos a Juan Bautista Bernabeu:

Nota el pueblo que la faz divina
y triste de Jesús Nazareno
hacia la reja con amor se inclina
y está aquel cuarto de fulgores lleno.

El poeta, como se comprende, se refiere al cuarto de Sara. Pero sigamos.

Y Jesús de aquel sitio no camina
ni alcanzan fuerzas a mover su seno:
Espira Sara, se escucho una queja
y avanza el Cristo entonces de la reja.
Cuando Poblete sabe la cruel noticia
se lanza al combate como loco y es
muerto al escalar un muro.

v   

Esta es la leyenda. Porque merece la pena que se conozca, la he traído a las páginas de LANZA. Es un triunfo del tos que siempre ha impulsado a los hombres y les han hecho hacer y decir amor y de la fe, de esos dos sentimientos son las cosas más bellas y geniales.

Por Ángel Crespo y P. de Madrid. Diario “Lanza”, extraordinario con motivo de la Semana Santa, Martes 16 de abril de 1946

 
La destruida imagen de Jesús Nazareno, en su paso procesional a principios del siglo XX

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