Muchas son las gracias otorgadas por la Virgen del Prado a diversas personas, de toda clase y condición, que le han invocado y que han sido recogidas y celosamente guardadas en los archivos de la parroquial de Santa María del Prado, de donde extraemos toda la documentación que sustenta estos artículos.
Fray Diego de Jesús, carmelita descalzo y prior de Guadalajara, en su «Historia de la Imagen de Nuestra Señora del Prado de Ciudad Real» publicada en 1650 recoge alguna de estas gracias, conocidas vulgarmente como «milagros o prodigios» quedando archivados muchos más de los que recoge fray Diego: Todos ellos fueron escritos para que «todos den gloria a Dios y a esta Soberana Reina» y para la edificación de las generaciones futuras.
Dos clases de narraciones encontramos en esta materia. Algunos hechos están narrados y tratados con cierto sentido crítico: declaraciones de testigos ante tribunales eclesiásticos nombrados para examinar los mismos; sentencias aprobatorias; mandamiento de divulgación, previas aprobaciones, etc. Otros, por el contrario, son muchos más sencillos: una simple narración a veces, incluso, breve. Unos y otros «difícilmente» resistirían un examen minucioso previo a la declaración de milagros, pero todos expresan, de alguna manera, el sentido de las gentes de ver la mano de la Providencia en los abatimientos de la vida.
Una cosa es
cierta: las gentes, nobles y plebeyos, caballeros y clérigos, niños y mayores,
mujeres y hombres, letrados y analfabetos, funcionarios y trabajadores, propios
y extraños, aclaman a la Virgen en las necesidades de cualquier género,
uniéndose a esta súplica los Cabildos, tanto civil como eclesiástico, de la ciudad,
ante calamidades públicas como las sequías o inundaciones, la peste o
terremotos, las plagas de langosta etc., y siempre el ánimo de aquellas gentes
se veía, de alguna manera, confortado, por lo que daba gloria y gracias a Dios.
Hoy no sabemos dónde está el «milagro»: si en la credulidad de un corazón
limpio que acude a María en los problemas de la vida, o en la presencia de una
Madre solícita a la invocación de sus hijos mediante una normal providencia ...
o en la «racionalidad» de una mente que se aferra «anti- milagrosamente» al
reconocimiento de lo trascendente.
Una de las
«maravillas» es la ocurrida, y contada ante testigos y juez, con el tejedor y bordador
de telas barcelonés don Francisco Llunel. Se le había encargado a este
bordador, por parte de la Cofradía, un estandarte con la imagen de la Virgen;
para lo cual, se le envió una estampa de la misma para que le sirviera de
modelo. Puesto a la obra, tuvo que deshacer y volver a hacer, por tres veces
consecutivas, el rostro de la Virgen, pues siempre aparecía una mancha en la mejilla,
lo que el bordador atribuía a cierta mancha en los hilos. No pudo remediar este
«error» y un tanto descorazonado se trasladó a Ciudad Real a entregar
personalmente su obra pensando que había de ser rechazada por el defecto que la
imagen presentaba en la cara. Antes de llegar a Ciudad Real, se detuvo en
Almagro para mostrar el estandarte a la esposa de don José García, a la sazón
visitadora de la Renta de Tabacos, que se encontraba accidentada y era muy
devota de la Virgen del Prado, por haber vivido en Ciudad Real, y que tendría amistad
con don Juan de Contreras, vecino de Almagro, a cuyo cargo corría la confección
del estandarte. Lo que más gustó a esta señora, así como a su esposo y a todos
los que vieron la obra, fue, precisamente, esta mancha de la mejilla lo que
causó gran alivio en el ánimo del bordador que lo tenía por imperfección. Había
reproducido, sin saberlo, el cardenal que la Sagrada imagen tenía a
consecuencia, según leyenda, de una pedrada sacrílega. Animado, llegó a Ciudad
Real a entregar el estandarte, lo que hizo en la persona de don Félix Eugenio
de León, vecino de la Ciudad, el 2 de enero de 1751. No tuvo inconveniente el
bordador, de cuarenta y dos años de edad, en declararlo, bajo juramento, ante
don Juan José Marín de la Cueva, abogado de los Reales Consejos, vicario y
visitador de esta ciudad y de su Campo de Calatrava, ratificando la declaración
el notario don Juan Ángel Núñez de Arenas, de cuya identificación, idoneidad y
veracidad dan testimonio los notarios apostólicos, residentes en la Audiencia Arzobispal,
don Vicente del Castillo Rosíllo, don Juan Caballero y don Francisco A. Fontecha
quienes firman, signan y rubrican la legitimidad el mismo día 4 de enero.
Muchas otras intervenciones realizó la Venerada Imagen, especialmente en favor de los niños, como el ocurrido al pequeño Francisco de 6 años de edad y que el Consejo del cardenal arzobispo de Toledo mandó con fecha 6 de junio de 1637 publicar y tenerse por «cierto y verdadero».
El pequeño Francisco se encontraba jugando en las ruinas del Hospital de Pedrera, cuando se desplomó un tejado quedando sepultado entre los escombros. Antes de proceder a retirarlos, el padre de Francisco, junto con mucha gente, que acudió, invocaron a la Virgen del Prado, pues no descartaban la posibilidad de estar «hecho pedazos». «Con un azadón empezaron a cavar unos, y otros con la manos y echaban tierra encima de donde estaba el niño y mucha gente estaba también sobre él». Se oyeron gemidos debajo de la gente. Se cavó con el azadón dando una lancha, levantada ésta con las manos se encontró debajo el niño, bocabajo, lleno de tierra las narices y la boca y rotas sus ropas por los piquetes. El niño salió ileso.
La lista de
relatos asciende a 41 recopilados desde el 4 de octubre de 1562 hasta el 13 de agosto
de 1739.
Ubaldo Labrador. Párroco de Santa María del Prado.
Diario Lanza, 21 de mayo de 1988
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