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domingo, 29 de agosto de 2021

ANECDOTARIO CIUDARREALEÑO: LA COCINERA Y EL OBISPO, OCURRENCIAS DEL ALCALDE, SEÑOR SAUCO DÍEZ (II)

 



EL OBISPO Y LA COCINERA

 

Hacia el año mil ochocientos noventa y tantos fue nombrado Obispo de esta Diócesis, el Ilmo. Señor don Casimiro Piñera y Nadero, en sucesión del doctor Rancés, miembro del Cabildo de esta S.I.P. persona, que por sus excelsas virtudes de humildad, sencillez y bondad de carácter, gozaba de un trato casi familiar entre todos nosotros y muy especialmente entre las clases populares. Fijada la fecha de entrada en esta capital, se organizaban los actos oficiales de ritual; se levantaron arcos y pancartas, lanzándose el pueblo en masa para demostrarle el entusiasmo y cariño –bien ganado por cierto- con que se le recibía; pues bien al llegar a la calle, hoy del General Aguilera, donde se encontraba instalado un magnifico arco, frente al comercio de don Evaristo Ballester, reposo unos instantes don Casimiro, para admirar la genialidad y buen gusto de sus autores y, de repente surge de entre las filas una mujer que, con frases entrecortadas, sin duda por la emoción decía: “todo te lo mereces hijo mío”, y adelantando su brazo, ponía la mano para que la besara el señor Obispo que replicándole, le contestó: “No soy yo a ti, eres tú la que tienes que besar este anillo”, así lo hizo y abalanzándose sobre él, le largo varios abrazos y besos y en tal forcejeo, no “besaron” también el suelo la mitra y el báculo, gracias a la inmediata asistencia de los ilustres acompañantes del Prelado. La autora de tan irrespetuoso, como simpático espectáculo, resultó ser la cocinera de la casa de los señores de Ballester, persona honesta y de gran inocencia, que en ese momento, llevaba sobre su atuendo dos monumentales manguitos y delantal de cocina de uso corriente en aquella época, y, por consiguiente, el imprescindible olor a cominos, ajos, etc.




LAS OCURRENCIAS DEL SEÑOR SAUCO DIEZ

 

En el año 1908, ocupaba la poltrona edilicia, el ilustrísimo señor don Ceferino Saúco Diez, adscrito al partido liberal y gran amigo del eximio hacendista señor Navarro-Reverter, y, en su deseo de que la labor municipal suya resplandeciera sobre cualquier otra, empezó el plan de desarrollo de su programa, que consistía en sustituir las columnas de piedra, base de todos los edificios que circundan la Plaza de la Constitución por las columnas de hierro que existen actualmente. Al mismo tiempo y, simultáneamente, adquirió los terrenos linderos con los del Municipio (los ocupados por el Gobierno Civil). Rápidamente se procedió a realizar las obras necesarias y se construyó el mercado de abastos, procurando investirlo con la mejor ornamentación posible, dándole preferencia a la entrada principal, que se hacía por el actual cocherón destinado ahora  a Parque de Incendios. Para satisfacer estos deseos, trasplantó cuatro dragones que adornaban la antigua fuente del Pilar y los colocó en el lado derecho de la entrada al mismo.

Por aquel entonces, toda la población, interesaba de las alturas la traída de un Regimiento de Infantería a la capital y el alcalde señor Saúco, hombre de gran sagacidad e inteligencia, reunió las fuerzas vivas de la población para tratar de problema tan importante y trascendental; y, en dicha reunión quedó nombrada una amplia comisión que marcó la concesión de tan deseado Regimiento, previa la reconstrucción o reparación del Cuartel de la Misericordia; que se encontraba en condiciones de abandono casi total.




Feliz regreso, promesa casi notarial de tener en cuenta las justas aspiraciones, todo ello a condición de que no les faltase el agua tan necesaria a esas unidades militares. Quedó comprometido el señor Saúco ante aquellos altos personajes, y les dio seguridades de que no les faltaría el tan necesario y preciado líquido.

La mitad del compromiso adquirido por el presidente, podía cumplirse, pero no en su totalidad, porque el servicio de distribución de agua era corto, como todos sabemos y, en modo alguno, podría suministrarse con la abundancia precisa al Regimiento. ¿Y qué hizo? Valido de la gran amistad que le unía al señor Navarro-Reverter, a la sazón ministro de Hacienda, fueron invitados a la inauguración oficial del nuevo mercado, el director general de Obras Publicas, el jefe de Ingenieros del mismo ramo y algún que otro personaje político. Con antelación suficiente a la fecha de la inauguración el señor Saúco, con su agudo ingenio y, para salir de su grave compromiso, mando construir una arqueta capaz de contener 500 litros de agua con tubos adheridos a los dragones del mercado. La finalidad que se perseguía era hacer creer a los visitantes que Ciudad Real, tenía un abastecimiento de agua suficiente para cubrir sus necesidades. Y, efectivamente mandó al equipo de barrenderos, que durante el acto de la inauguración, con tubos y otras vasijas, extrajeran de manera continuada el agua, vaciándola por el interior de los leones hasta hacerla llegar a la boca por las que escupían a la vista de los allí presentes.

Pero no contó con que al prolongarse aquel acto oficial, llegó el momento en que se agotó el liquido y dejaron de lanzarlo las pétreas fieras y, para que decir, la impresión y el disgusto que ocasionó el incidente a todas las personas de la capital que estaban presentes en el acto: por aquel inesperado incidente y rogó a su gran amigo don Emilio Bernabeu que buscara un guarda jurado que, inmediatamente, y a caballo, se presentara en el mercado dando el parte al señor alcalde de que la tubería del agua la había reventado un carro que pasó por encima, y que, en aquel momento se procedía a la reparación en la que se tardaría una media hora.

Efectivamente, cumplida la orden exactamente y preparada otra cuba de agua en las inmediaciones del depósito, procedieron los barrenderos a repetir la misión encomendada, y, cuando volvía el elemento oficial, una vez recorrido el recinto del mercado, al salir por la puerta principal vieron con gran alegría que, efectivamente, el agua volvía a discurrir nuevamente, llevándose la impresión de tener Ciudad Real un completo abastecimiento.

Los visitantes, al regresar a Madrid recibieron el cese por la caída del Gobierno liberal y, por lo tanto, quedó sin efecto la traída del Regimiento a la capital.

 

José Víctor Cantos. Diario “Lanza”, miércoles 14 de agosto de 1963

 


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