Comenzamos hoy la publicación de una serie de artículos
que quiere ser una, pequeña aportación para conseguir los fines del noveno
centenario, mediante el testimonio de generaciones pasadas que han ido dejando
pequeños hitos en la historia de nuestro pueblo que no puede desvincularse de
la presencia de María que ha sido declarada Madre de la Iglesia, en cuya
designación intervino fervorosamente, en el Aula Conciliar, don Juan Hervás,
obispo que fue de Ciudad Real.
Ubaldo Labrador
El Rey Alfonso VI, llamado el Bravo, se encontraba en Coria a donde había llegado maltrecho y malherido como consecuencia de la derrota que había sufrido en Zalanca, provincia de Badajoz, cuando se dirigía a Andalucía movido por su afán de reconquistar tierras a la dominación árabe.
Tal derrota, en la mente del rey y de sus caballeros, se debió a que en la comitiva real, no tomaba parte como en otras ocasiones, la imagen de la Virgen que el rey había heredado de sus antepasados a partir de Sancho el Mayor, rey de Navarra y que veneraba con suma devoción no sólo en su capilla real sino llevándola consigo en todas sus salidas. Con ella cercó y tomó Toledo entronizándola en la capilla real el 25 de mayo de 1085. Era necesario, pues la imagen venerada de la Virgen fuera traída de Toledo para acompañar al monarca castellano en las siguientes incursiones.
Del traslado había encargarse Marcelo Colino, capellán real, quien “habiendo llegado a Toledo y volviendo por Córdoba con la santísima imagen llegado a unas caserías y lugar pequeño llamado el Pozuelo Seco, que era término de Alarcos… se apeó él y su compañía y apearon la caja donde traían la santísima imagen, donde estuvieron parte del día en un sitio fresco de un prado entre unos árboles y a su sombra”.
La curiosidad de los lugareños hizo que éstos, anfitriones de la comitiva real, tan pronto se percataron del “contenido” de la caja, pidieran al capellán Colino le mostrase la imagen, a lo que el clérigo, movido por tan piadosa petición, accedió gustoso.
No contentos con
la contemplación de la imagen solicitaron al capellán dejarla en este lugar,
prometiendo hacerle una “hermita de
terruño y no alzar la mano de ella hasta acabarla aunque tuviesen que vender
sus haciendas”.
No accedió, es obvio, el capellán a tal demanda y, llegaba la hora de reanudar el camino, intentaron colocar la imagen en su caja y “por mucho que hizo él y los que con él venían, nunca pudieron moverla de su sitio”.
Era el 25 de mayo de 1088.
“Fue tanta y tan grande la fama de esta milagrosa aparición que de aquella comarca circunvecina acudió tanta gente que, en breve tiempo, le hicieron una buena hermita de terruño, como ellos decían, tan capaz que lo era para todos cuantos acudían a la fama de muchos y grandes milagros que el Señor hacía por intercesión de esta santísima imagen, que en muy breve tiempo se esparció por toda España, tanto que acudían a esta su santa hermita de todas partes infinidad de gentes, de las cuales muchas se quedaban a vivir allí, de tal manera que, en pocos años, se hizo allí una muy buena Puebla, al cual lugar, de allí en adelante, unos le llamaban la Puebla (dejando el nombre de Pozuelo Seco que fue su originario nombre) y otros Pozuelo de don Gil con el cual nombre permaneció durante muchos años hasta que el rey don Alfonso la hizo villa”.
Muy pronto la sagrada imagen que había sido venerada bajo la advocación de Tornos o Torneos, o de las Batallas, comenzó a invocársele bajo el título del Prado, tomado del lugar de los hechos, que no es otro, sino lo que hoy llamamos Pilar, donde el caballero Don Gil mandó hacer un pozo “tan notable y abundoso que no parece sino que pasa por él algún río, según su gran caudal de agua, del cual no se sabe haberse agotado nunca”, por lo que el lugar se llamaba Pozuelo de Don Gil.
De la Historia y Antigüedad ejecutada de la Milagrosísima Imagen de Nuestra Señora Santa María del Prado, Restauradora de las dos Castillas, fundadora, Patrona y protectora de la de Ciudad Real. Legado 541 de la Parroquia de Santa María del Prado.
Ubaldo Labrador. Párroco de Santa María del Prado.
Diario Lanza, 3 de mayo de 1988
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